Pedro Sánchez y el uso de las elecciones como tabla de salvación

La concatenación de elecciones desde 2018 han servido a Pedro Sánchez para tapar sus graves carencias de gestión de gobierno, taras que afectan a la ciudadanía, por esa razón los comicios se han convertido en su tabla de salvación política

01 de Septiembre de 2025
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Pedro Sanchez electoral
Pedro Sánchez sale del hemiciclo del Congreso | Foto: PSOE

Desde su llegada al poder en 2018, Pedro Sánchez ha convertido la política española en un tablero donde cada elección se transforma en un salvavidas. Su historia reciente demuestra que su supervivencia no depende únicamente de la gestión diaria del Gobierno, sino de su capacidad para convertir la incertidumbre electoral en una herramienta estratégica. La urna, más que un instrumento de control ciudadano, se ha vuelto para Sánchez en un aliado para la prolongación de su mandato.

El relato comienza en junio de 2018, cuando Sánchez accedió a la presidencia mediante una moción de censura contra Mariano Rajoy. La sentencia del caso Gürtel había generado un terremoto político que el Partido Socialista supo capitalizar. Con solo 84 diputados y un Ejecutivo extremadamente frágil, el nuevo presidente se enfrentaba a un panorama de alianzas incómodas y dependencias críticas, especialmente con Unidas Podemos y partidos nacionalistas. Lo que para muchos observadores parecía un mandato transitorio se convirtió en el primer capítulo de una estrategia recurrente: cada crisis política se resolvería con elecciones que, lejos de amenazar su posición, la reforzarían.

En 2019, esta dinámica se manifestó con toda claridad. Las elecciones generales de abril no otorgaron al PSOE la mayoría necesaria para gobernar, generando un bloqueo político. En un movimiento arriesgado, Sánchez optó por repetir elecciones en noviembre del mismo año. La decisión, que podría haber resultado en un desgaste irreversible, terminó consolidando su posición. Aunque perdió algunos diputados respecto a abril, el PSOE logró finalmente formar el primer gobierno de coalición de la democracia española junto a Unidas Podemos. Lo que parecía un riesgo extremo se transformó en una confirmación de su resiliencia política.

El ciclo de elecciones no terminó allí. Entre 2019 y 2021, Sánchez se enfrentó a varias citas autonómicas y municipales que condicionaron su narrativa política. La victoria en algunas regiones y la consolidación de líderes regionales afines le permitieron proyectar estabilidad, mientras que las derrotas locales se presentaron como un recordatorio de la necesidad de adaptarse y renovar estrategias. La habilidad de Sánchez para transformar los resultados en oportunidades narrativas ha sido clave: cada elección, incluso cuando no ganaba votos significativos, se utilizaba para reforzar su imagen de superviviente político.

En 2023, esta estrategia alcanzó un nuevo nivel. Las elecciones municipales y autonómicas de mayo dejaron al PSOE con un balance desfavorable: el Partido Popular ganó feudos clave, apoyado en la fuerza de Vox. En lugar de asumir la derrota como un límite, Sánchez adelantó las elecciones generales a julio, desafiando los pronósticos de muchos analistas. Aunque el PSOE perdió apoyo en términos absolutos, Sánchez logró tejer acuerdos parlamentarios que le permitieron formar gobierno nuevamente. Su capacidad de convertir una derrota parcial en victoria estratégica reafirmó un patrón que se repetiría: la urna como instrumento de supervivencia.

Mientras tanto, las elecciones europeas de 2019 y 2024 sirvieron como escenario para consolidar la narrativa de Sánchez como líder progresista a nivel continental. Aunque los resultados europeos no siempre favorecieron directamente al PSOE, le ofrecieron un espacio para proyectar liderazgo más allá de las fronteras nacionales y reforzar la legitimidad de su Gobierno ante los votantes internos.

La campaña tapa las carencias de gestión

La supervivencia de Sánchez no se limita a ganar elecciones. Cada ciclo electoral ha funcionado también como un rally político, un periodo de intensa visibilidad pública en el que los problemas cotidianos del Gobierno quedan definitivamente desplazados por la narrativa de campaña. Durante un rally electoral, la atención de los ciudadanos se concentra en los debates, los titulares y la estrategia política, mientras la burocracia, los retrasos administrativos y las dificultades de implementación de políticas complejas pasan a un segundo plano.

Sánchez ha sabido explotar este efecto con precisión. Cuando la economía muestra signos de desaceleración, cuando los conflictos autonómicos complican la gobernabilidad o cuando las reformas prometidas avanzan lentamente, un adelanto electoral o la convocatoria de elecciones regionales puede funcionar como manto que cubre las insuficiencias de gestión, desplazando la conversación hacia la competencia política y las alianzas estratégicas.

Durante estos rallies, los recursos, la comunicación y la presencia mediática se concentran en la campaña, creando un momentum que mejora la percepción de control y eficacia. La narrativa se centra en la acción, la estrategia y la capacidad de supervivencia, mientras los problemas estructurales quedan fuera de la primera línea de debate. Cada elección se convierte así en un mecanismo de amortiguación: los votantes afines perciben liderazgo y dirección, aunque la gestión real pueda ser más frágil de lo que se proyecta.

En el sistema fragmentado español, donde el multipartidismo exige alianzas complejas, el rally electoral permite también reestructurar apoyos parlamentarios e intentar legitimarlos ante la opinión pública. Los compromisos estratégicos, que en otro contexto podrían generar críticas, se transforman en símbolos de pragmatismo y capacidad política. Para Sánchez, la combinación de elecciones generales, autonómicas, municipales y europeas ha sido una herramienta constante para ocultar carencias de gestión y mantener su supervivencia política, convirtiendo la percepción en capital político tangible.

Un presidente electoral

La estrategia de Pedro Sánchez revela un patrón consistente: no sobrevive al desgaste institucional o parlamentario; sobrevive usando la dinámica electoral como palanca de poder. España ha experimentado múltiples elecciones en apenas siete años, y Sánchez ha logrado mantenerse, aunque con márgenes ajustados y dependencias de pactos complejos. Cada ciclo electoral ha sido un ejercicio de cálculo político y gestión de incertidumbre: desde la moción de censura de 2018 hasta las generales de 2023 y las europeas de 2024, cada cita con las urnas ha sido tanto una amenaza como una oportunidad.

Pedro Sánchez no es simplemente un presidente parlamentario; es un presidente electoral. Su legitimidad y continuidad dependen de la capacidad de transformar cada elección en un respiro que prolongue su mandato y neutralice crisis que podrían ser terminales para otros líderes. La incógnita, ahora, es hasta cuándo podrá sostener esta estrategia, porque incluso el trilero más hábil se enfrenta al riesgo de que la bolita deje de salirle a favor. Hasta 2025, Sánchez ha demostrado que la política española permite la supervivencia a base de elecciones y rallies estratégicos, pero el futuro sigue siendo un territorio incierto, donde cada nueva convocatoria electoral podría ser tanto su salvavidas como su guillotina.

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