Pedro Sánchez ha iniciado una guerra contra los bulos y la desinformación después de utilizar, precisamente, una estrategia basada en la mentira y la manipulación. La performance con la que Sánchez pretendió «despertar» a una minoría de personas, a los fanáticos sanchistas que están dispuestos a ser engañados por su líder, demostró que en la sociedad actual se vive en el escenario del «todo vale» donde los estándares éticos han pasado a mejor vida.
La trayectoria de Pedro Sánchez no se ha caracterizado precisamente por el respeto de la ética. Por más que él clame a los cuatro vientos que es un «político limpio», sus estrategias de juego sucio y sus epifanías selectivas, la realidad es que el adagio popular de «dime de que presumes y te diré de lo que careces» es perfectamente aplicable al actual presidente del Gobierno español.
La falta de ética de Sánchez es preocupante, pero lo es más que los fanáticos sanchistas no le quieran pasar factura por la manipulación y el engaño, o que desde la izquierda se dé por bueno cualquier comportamiento que sería reprobado y censurado si lo hubiera ejecutado en el lado de la derecha. La coherencia en los juicios de valor es lo que pondera el valor de las personas y, cuando eso se pierde, entonces se entra en el peligroso camino de la perversidad y la falta de escrúpulos.
Sin embargo, a lo que está dispuesto a llegar a hacer Pedro Sánchez no es algo exclusivo de la clase política, sino que se está detectando en la ciudadanía en general. Los estándares éticos se han rebajado como consecuencia del crecimiento de la desigualdad y del incremento de la brecha entre las clases dominantes y las clases medias y trabajadoras. Todo el mundo está dispuesto a hacer lo que haga falta, aunque sea inmoral, para obtener los niveles de bienestar que antes de la crisis del 2008 estaban garantizados.
Hay quienes siguen defendiendo la acumulación de riqueza que las grandes fortunas y las principales corporaciones globales llevar perpetrando desde el crack de los mercados derivados de la quiebra de Lehman Brothers. Algunos analistas han llegado a afirmar que esa acumulación irresponsable de la riqueza es una bendición para la sociedad. Políticos neoliberales radicales como Isabel Díaz Ayuso defienden la falsedad de que cuanto más dinero acaparen los ricos y las grandes corporaciones, las clases medias y trabajadoras tendrán una mejor vida.
Este planteamiento es falso, además de muy peligroso. Esas supuestas contribuciones de los acaparadores de riqueza están teniendo un precio excepcionalmente alto para las familias. Las personas que viven en sociedades con grandes brechas de desigualdad tienen una esperanza de vida más breve que las personas que consideran su hogar sociedades más igualitarias. Mientras tanto, las personas que viven en sociedades más igualitarias tienden a vivir vidas más felices que sus homólogos de sociedades desiguales. Se enfrentan a menos delitos. Sus economías colapsan con menos frecuencia.
Epidemiólogos, sociólogos, politógos, psicólogos, psiquiatras y economistas de todo el mundo están estudiando e investigando todo este tipo de fenómenos.
Las conclusiones de esos trabajos liderados por personas de reconocido prestigio mundial en cada uno de sus campos demuestran que las distribuciones desiguales de ingresos y riqueza están sirviendo para aumentar la aceptabilidad de comportamientos poco éticos y egoístas.
Un equipo de investigación de la Northwestern University, liderado por la doctora Maryam Kouchaki, Christopher To de Rutgers y Dylan Wiwad han profundizado en enormes conjuntos de datos internacionales que se remontan a décadas atrás. También han realizado experimentos para profundizar aún más en la psique de sociedades con alta y baja desigualdad.
Uno de sus experimentos, en el que participaron unos 800 participantes, utilizó imágenes de escaleras para ayudar a mostrar cómo los niveles de desigualdad pueden afectar las actitudes sobre la importancia de comportarse éticamente.
El equipo de investigación mostró a los participantes cinco escaleras diferentes de diez peldaños. Cada escalera representaba una sociedad diferente, y cada peldaño de la escalera representaba el 10% de la población de cada sociedad. El peldaño superior representaba a los más ricos. El inferior, al 10% más pobre.
En cada peldaño, los investigadores colocaron imágenes de bolsas de dinero para indicar el patrimonio neto total de los hogares. En la más igualitaria de estas cinco sociedades de escala, ningún escalón transportaba muchas más bolsas de dinero que cualquier otro escalón. En las sociedades de escala más desiguales ocurre todo lo contrario, es decir, la inmensa mayoría de las bolsas de dinero se encontraban en los peldaños más altos de la escala.
Los investigadores pidieron a los participantes de su experimento que eligieran la imagen de la escalera que mejor reflejara la distribución de la riqueza en su propia sociedad de la vida real. También pidieron a estos participantes que calificaran lo aceptables se han vuelto los comportamientos poco éticos, desde hacer trampa en los exámenes hasta descargar software de manera ilegal, en sus propias sociedades de la vida real.
El resultado final de este experimento en particular coincidió con los hallazgos del resto de este esfuerzo de investigación: las personas que viven en sociedades altamente desiguales sienten una menor sensación de control y miran con menos recelo los comportamientos poco éticos, ya sea de los demás o de ellos mismos. Es decir, la desigualdad cambia los estándares éticos y que la gente espere comportamientos inmorales.
Los actos de la esposa del presidente del Gobierno, que actualmente investiga un juzgado, podrán ser legales, pero, desde luego, no son éticos, se mire por donde se mire. Sin embargo, Pedro Sánchez montó el circo para justificar unos hechos van en contra de la moralidad, es decir, es un caso práctico que demuestra lo descubierto por los investigadores.