Sánchez engrasa la guillotina

26 de Febrero de 2024
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Sanchez Guillotina

Pedro Sánchez tiene un modo de entender el liderazgo basado en el absoluto exterminio de la disidencia o la discrepancia. Sus propios hechos desde que fue nombrado secretario general del PSOE lo demuestran. Han pasado 10 años desde la legítima primera victoria de Sánchez en las primarias en las que se enfrentó con Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias. Una década en la que el autoritarismo o el bonapartismo, como lo definió José Félix Tezanos, han sido una constante, sobre todo tras la rebelión interna de 2016.

Sánchez, tras su retorno en 2017, no dejó lugar para la disidencia interna. En primer lugar, dejó sin funciones al Comité Federal y lo convirtió en una especie de «reunión anual de colegas» en la que Su Excelencia permite discrepar, pero sin capacidad de toma de decisiones como, por ejemplo, censurar al líder supremo.

Además, en el 39 Congreso ejecutó una serie de reformas estatutarias y reglamentarias en las que el PSOE tomó el control absoluto de la vida de los militantes, incluso de su patrimonio personal. «La Comisión Federal de Ética y Garantías supervisará y controlará, con carácter general, las situaciones patrimoniales de los afiliados y afiliadas socialistas», afirmaban los reglamentos aprobados tras el retorno de Pedro Sánchez.

Nada queda al azar. Si una persona es militante del PSOE sabe que va a estar controlado en todo lo que diga o haga. El Partido Socialista de Pedro Sánchez es el remedo 2.0 del estalinismo más absoluto y en muy poco se diferencia de la URSS.

Lo mismo sucede con la presunta democracia interna. Sánchez ha traicionado y purgado a todo aquel que pudiera ser una amenaza a su autoridad o que pusiera una coherencia contrapuesta a los intereses de Su Excelencia. Su interpretación de la política desde el personalismo no entiende de posibles rivales sobre todo cuando un militante tiene una mayor categoría política que él.

En 2014, en su primera aparición tras saber que había ganado las primarias Sánchez dijo: «Aspiraba a ser el secretario general de la unidad y voy a ser el secretario general de la unidad». Como se puede comprobar es una frase que pasará a la historia política de este país, permítase la ironía.

El tiempo ha demostrado que siempre ha hecho todo lo contrario y ha dividido aún más a la organización. Otra frase de esa noche, en la que seguro que se vino arriba por la euforia y que se estudiará en las mejores facultades de Ciencias Políticas del mundo, fue la siguiente: «Voy a renovar el partido y lo voy a unir porque lo más importante es fortalecer al partido para hacerlo un partido ganador».

Nuevamente, el tiempo ha demostrado que Sánchez logró lo contrario a lo que prometió: el PSOE, por más que se quiera dar una imagen de unidad, está muy dividido. Tras las últimas decisiones impuestas a través del engaño, como los pactos con el independentismo catalán, o los constantes fracasos electorales, hay una tensión interna que es irrespirable. El problema es que Sánchez está yendo de fracaso en fracaso sin darse por aludido.

A partir del mes de enero de 2015 Pedro Sánchez y su entonces fiel escudero, César Luena, comenzaron a aplicar la estrategia dictatorial que se ha mantenido desde entonces en el PSOE. Iniciaron un proceso de purgas e intervenciones en agrupaciones y federaciones críticas. 

No se respetaron los resultados de las primarias cuando lo que eligieron los militantes no se correspondía a los intereses de Sánchez o no incluía a las personas más afines a él.

Una frase dicha por los abogados de Ferraz en un juzgado madrileño lo resume todo: «Las primarias son una mera distracción para la militancia y su voto no sirve para nada porque la decisión final a la hora de elegir un candidato corresponde en exclusiva a los 311 miembros que componen el Comité Federal».

Este pensamiento, desde un punto de vista democrático, es terrible. Es como si un Jefe de Estado afirmara sin rubor alguno que las elecciones generales son una mera distracción para los ciudadanos y que su voto no tiene valor alguno porque la decisión final la tiene ese Jefe de Estado o un Comité de asesores.

Todo el mundo sabe que cuando alcanza el poder de una organización una persona pagada de sí misma las bases dejan de existir y se suele pasar a un régimen personalista donde sólo se hace lo que el líder quiere o impone. Desgraciadamente, este es el PSOE de Pedro Sánchez. Se pasó en pocos meses de ser un ejemplo de democracia interna al personalismo puro y duro. Daba la sensación de que si Pedro Sánchez no hubiera nacido el Partido Socialista no existiría.

Para entender que esto pueda suceder en una formación política que presume de democracia interna, no hay más que leer sus estatutos y reglamentos para entender que no es así. «La Comisión Federal de Listas, cuando las circunstancias políticas lo aconsejen o el interés general del Partido lo exija, podrá suspender la celebración de primarias en determinados ámbitos territoriales, incluso una vez que éstas sean convocadas por el Comité Federal y previo informe o solicitud de la Comisión Ejecutiva Regional, de Nacionalidad o Autonómica y acordar la designación directa, sin procedimiento de primarias, de una persona como candidato/a cabeza de lista a las elecciones autonómicas, a las Juntas Generales, a los Cabildos Insulares o a las municipales». Como se puede comprobar, los reglamentos del PSOE no mencionan a la candidatura a la Presidencia del Gobierno. Casualmente.

En la actualidad, Pedro Sánchez está viviendo una de sus peores etapas, con un gobierno que pende de un hilo y, sobre todo, con un partido en el que el descontento va aumentando a medida que pasan los días. Eso sí, ni una voz discordante. Nadie lo dice en público, pero, en privado… hay mucho miedo porque los militantes del PSOE aman a su partido, tienen lealtad a sus ideas, pero no a su secretario general.

En el Partido Socialista de Pedro Sánchez decir, afirmar, señalar o afirmar, incluso pensar, de manera distinta a la línea argumental oficial es ponerse en peligro de expulsión. Hubo quien llegó a decir que alguien iba a pagar el pato después de ver la cara que Su Excelencia puso tras el voto en contra de Junts a la Ley de Amnistía. Hay muchos candidatos o candidatas, más allá de lo que pueda suceder con José Luis Ábalos tras la aparición del «Caso Koldo».

En el momento actual, voces internas socialistas de distintos territorios apuntan a que el secretario general del PSOE-M empieza a tener muchas papeletas, lo cual sería un gravísimo error. Pero no sería la primera vez que Sánchez interviene a la Federación Madrileña porque pudiera ver una amenaza o porque se hayan dicho cosas coherentes. No obstante, en el Partido Socialista actual, la coherencia solo es tal cuando se asimila a lo que el líder supremo quiere o piensa. Lo demás es considerado como rebelión.

Cuando estás con Juan Lobato lo primero que sorprende es la sencillez, la falta absoluta de egocentrismo y, sobre todo, la coherencia entre sus palabras y sus hechos. Es esa coherencia, su modo de hacer oposición ante una mayoría absoluta desde el respeto y los argumentos, lo que ha hecho que haya quien le haya querido ver como un posible recambio de Sánchez en la Secretaría General. Nada más lejos de la realidad. Que se sepa, Lobato no tiene intención de postularse. Él defendió siempre a Pedro Sánchez, pero eso no es sinónimo de permanencia. El problema está en que el secretario general lo pueda ver como una posible amenaza, aunque sea infundada.

Juan Lobato, en los últimos meses, ha hecho declaraciones que no han sentado nada bien en los escalones altos del pedrismo radical. En primer lugar, cuando se iniciaron las manifestaciones legales y pacíficas en contra de la ley de amnistía, el secretario general del PSOE-M afirmó en redes sociales que le encanta que la ciudadanía opine libremente y, sobre todo, que «los líderes políticos tienen que escuchar con atención, atender y entender por qué protesta y por qué se queja la gente». Estas palabras, en algunos ámbitos del PSOE, fueron tomadas como una provocación o un desafío. Sin embargo, Lobato hizo una reflexión de manual sobre lo que es un buen político o un buen líder. Hay que escuchar primero y, después, hablar.

Tras el batacazo de los socialistas en Galicia, Lobato hizo una serie de afirmaciones que no gustaron ni en Ferraz ni en Moncloa. En una entrevista en Onda Cero afirmó que el objetivo del PSOE debe ser «dirigirnos a la inmensa mayoría de la sociedad y no a pequeños nichos […] La reflexión que no hicimos en mayo, porque se convocaron las elecciones generales y no dio tiempo, la tenemos que hacer ahora». Sin embargo, lo que hizo saltar las alarmas del pedrismo fue el hecho de que Lobato asegurara que había que escuchar a Emiliano García-Page porque «se lo ha ganado, se lo merece y tiene un gran respaldo».

Juan Lobato, en esa misma entrevista, dejó claro que no se postulaba a un cargo nacional porque su mente está puesta en el proyecto de Madrid. Pero sus palabras están llegando a la militancia y cada día que pasa gustan más al votante. Eso lo saben en Moncloa y en Ferraz y, en este PSOE, no se hacen prisioneros, aunque el sacrificio sea desprenderse de un activo tan importante. Todo sea para que Su Excelencia no se sienta irritado.   

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