La teoría política, sobre todo la de la izquierda, afirma que para una democracia se fortalece cuando hay diversidad de opciones políticas representadas en el Parlamento. Sin embargo, la teoría normalmente choca con la realidad. La física teórica es capaz de demostrar que el pétalo de una flor es capaz de sostener el peso de una ballena. En cambio, la experiencia indica que eso es imposible.
Hace años se afirmaba que España necesitaba de una mayor diversidad de opciones políticas representadas tanto en el Congreso de los Diputados como en el Senado. Se creía que la entrada de sangre fresca más allá del bipartidismo obligaría a los dos grandes partidos que se turnaron el poder desde el año 1977 a recuperar sus esencias ideológicas.
No obstante, se ha demostrado que la atomización lo que ha generado ha sido la inacción y el freno a la actividad legislativa, además de enervar la crispación política que se está trasladando a los ciudadanos. En el Parlamento español siempre ha habido tensión, no es algo nuevo, pero jamás en los niveles actuales donde se ha pasado de las diferencias entre partidos al odio.
La dispersión de opciones políticas ha derivado en la incapacidad para la aprobación de las leyes que realmente necesita la ciudadanía y, sobre todo, impide las grandes reformas constitucionales que España precisa para adecuar su Carta Magna a la realidad del siglo XXI, sobre todo a la posterior a la crisis de 2008.
Esas profundas reformas no significan una censura a la transición, como se pretende vender desde el Partido Popular y el Partido Socialista, sino que, precisamente, es fortalecer y adecuar lo realizado tras la muerte del dictador a las necesidades de la ciudadanía actual.
La regeneración democrática que precisa España no la puede hacer sólo el PSOE, necesita del PP, y viceversa. Por eso ha llegado el momento de tomar decisiones que no gustan, que no son populares, pero que son las que necesita la ciudadanía española.
En la película Airbag, el personaje de Pazos, interpretado por Manuel Manquiña, decía: «Vamos a llevarnos bien porque si no van a haber hondonadas de hostias aquí, ¿eh?». Bueno, pues las hondonadas de hostias contra el sistema han empezado ya, tal y como demuestran los resultados de las elecciones europeas que han provocado importantes decisiones en países como Francia, donde Macron se ha visto obligado a disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones legislativas. En Alemania, la coalición de gobierno ha recibido un varapalo histórico por parte de la CDU y ha visto cómo el partido neonazi AfD se ha colocado en segundo lugar, lo que, seguramente tendrá consecuencias políticas. En Bélgica, el primer ministro ha dimitido.
En España aún hay tiempo de recuperar la confianza de la ciudadanía. La legislatura está en su primer año y hay espacio suficiente para frenar a la extrema derecha. Sin embargo, la única solución efectiva para ello pasa por que los dos principales partidos arríen la bandera de combate y hagan lo mismo que se hizo en la transición.
Tanto Pedro Sánchez como Alberto Núñez Feijóo tienen la llave para devolver al pueblo el bienestar perdido y, en consecuencia, tienen que estar dispuestos a realizar sacrificios muy importantes, tanto a nivel interno de sus partidos como a nivel externo de la ciudadanía. España no está acostumbrada a un gobierno transversal, pero la situación actual es tan crítica que no se puede perder el tiempo de cara a una legislatura basada en la gestión, el consenso y la efectividad.
Tanto el PSOE como el PP tienen puntos programáticos de encuentro con los que no traicionar sus conceptos ideológicos básicos. Eso es un hecho, como se ha podido comprobar en otros países europeos. Igual que ya se ha sobrepasado la línea del gobierno de coalición, ha llegado el momento de generar grandes mayorías para que España pueda avanzar, porque está bloqueada desde el año 2016.
Mirándolo con perspectiva, el gran error que ha cometido Pedro Sánchez fue el no pactar con Ciudadanos tras las elecciones de abril de 2019, en la que ambos partidos hubieran sumado 180 escaños. La idea no disgustaba a Sánchez, pero, según señalaron a Diario16 fuentes del PSOE, el grito «¡Con Rivera, no!» que profirieron los militantes que se congregaron en Ferraz a celebrar el triunfo electoral le hizo cambiar de opinión. Sánchez eligió el camino ideológicamente lógico que, viendo los resultados, se ha demostrado un error de libro.
Hay miles de votantes de la izquierda que, viendo las consecuencias políticas, económicas y sociales del bloqueo legislativo provocado por la atomización del Parlamento, ahora afirman que echan de menos el bipartidismo.
La primera transición consiguió llevar a España desde una dictadura a una democracia gracias al consenso de los partidos y a la altura política de personas tan diferentes como Felipe González, Manuel Fraga, Adolfo Suárez y Santiago Carrillo. La segunda transición ha sido un fracaso absoluto y ha generado más problemas que soluciones a las necesidades reales de la ciudadanía.
Ahora es el momento de una etapa de regeneración, de reformas profundas en todos los ámbitos y de orientar las agendas gubernamentales al pueblo. No se tratará de una tercera transición, sino de un proceso de reseteo absoluto que requerirá de la templanza y la capacidad de sacrificio tanto de Pedro Sánchez como de Alberto Núñez Feijóo. Tienen la oportunidad de pasar a la historia de España por ello y no por el fango en que ambos han convertido a la democracia española.