Ha pasado década y media desde el inicio de la crisis de 2008, una gran recesión que empezó con la quiebra de la firma de inversión Lehman Brothers. Fue el comienzo del negocio más rentable de la historia, de una guerra que tiene como principal objetivo el exterminio del bienestar de las clases medias y trabajadoras, una guerra que los ricos van ganando.
Wall Street no ha cambiado fundamentalmente su comportamiento. Desde entonces, las grandes finanzas han diseñado un sistema aún más arraigado de creación de riqueza principalmente para los ultrarricos, mientras generan crisis tras crisis para las clases medias y trabajadoras.
El sistema iniciado en 2008 ha provocado una uberización de las relaciones laborales que provoca empleos mucho más precarios y de bajos salarios que reemplazan el trabajo estable, un aumento asombroso de la deuda de las familias y monopolios que aplastan a las pequeñas y medianas empresas. Ha arraigado un sistema político capturado por multimillonarios y grandes corporaciones y ha dejado a la sociedad luchando contra el desafío del cambio climático.
A esa uberización hay que añadir otro gran problema: la llamada «financiarización». Antes de 2008 la economía se fundamentaba en la producción. Desde entonces, se fabrica deuda y especulación.
Antes de 2008, los grandes bancos financiaban las hipotecas. Ahora están financiarizando casas, comprando viviendas unifamiliares y cobrando alquileres elevados, escatimando en mantenimiento y llevando a cabo desahucios agresivos.
Lo mismo está sucediendo desde la atención sanitaria hasta los medios de comunicación, a medida que las corporaciones de capital privado compran empresas vitales, recortan personal y servicios para aumentar las ganancias y luego venden sus activos como chatarra cuando las empresas, como era de esperar, fracasan.
El último juego de Wall Street es convertir el planeta en una nueva clase de activos, creando «empresas de activos naturales» para monetizar los «servicios ecosistémicos» derivados del agua, los bosques, los arrecifes de coral y las granjas.
Lo que impulsa la financiarización es el «supremacismo de la riqueza», un sesgo arraigado en el sistema económico actual que señala que los ricos son los más importantes. Es decir, el objetivo central de la economía actual es generar beneficios cada vez mayores para sus carteras de inversión.
Esto se materializa en una serie acciones que se están ejecutando. Por un lado, ninguna cantidad de riqueza es suficiente. Por otro, sólo los accionistas y los altos ejecutivos deberían tener voz y voto en las corporaciones, mientras que los trabajadores se ven privados de sus derechos laborales y salariales. Luego está el mito del libre mercado, que nos dice que las corporaciones y el capital deben poder moverse libremente por todo el mundo, mientras que la libertad de las personas debe estar subordinada a los intereses de una minoría.