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Atrapados en la postmodernidad

23 de Junio de 2020
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No se trata de deslizar un desprecio apriorístico porcualquier realidad política presente ni proyectar una nostalgia pueril sobrecualquier realidad política pretérita. Bastaría con que observáramos lo quepasa por delante de nuestros ojos con atención y reflexionáramos. Vivimos en untiempo de gran componente y carga teatrales, de performatividad permanente, en el que el continente vale más que elcontenido y la escenificación importa por encima, y con frecuencia con totalindependencia, del sustrato ideológico.  ¿Aqué intereses está sirviendo este estado de cosas, este superávit de simbologíahuera?

Cada cierto tiempo se pone en boga una determinadacorriente de activismo que, al poco tiempo, desaparece de forma casi integral,perdiendo portadas y altavoces hasta nueva orden. ¿Dónde está Greta Thunberg?El obsceno espectáculo de utilización de una menor por determinados podereseconómicos, mediáticos y políticos sirvió mientras fue funcional a los efectospretendidos: subsumir una preocupación real como el cambio climático en unasuerte de activismo eco-capitalista consistente en desligar la causa decualquier lectura material. Desligándola, en definitiva, del modo de produccióncapitalista, de la estructura productiva y de los efectos que la mismadespliega sobre el medio ambiente. Se trataba de convertir una realidadcontrastable científicamente en un hito de propaganda presto para su rápidacomercialización, de fácil venta mediática y suficientemente maleable como paraorganizar en torno al mismo pomposas conferencias a favor de la economía verdepatrocinadas por las mismas corporaciones que contaminan sin límite ni medida.Entre la batería de propuestas, una suerte de expiación colectiva de responsabilidadesmancomunadas, en las que cualquier persona de clase trabajadora asumieseidéntica cuota de responsabilidad en el desaguisado climático que los citadospatrocinadores... o más bien una cuota de responsabilidad mayor. El cierre delcírculo vendría dado por una fiscalidad medioambiental que serviría pararestañar las maltrechas arcas de unos Estados que habrán de redoblar sucapacidad de endeudamiento para salvar del desastre económico que se avecina afamilias, individuos y empresas, ante la empírica demostración de que el ordenespontáneo ni está ni se le espera. La letra pequeña del contrato de adhesiónclimático se escribirá en cursiva y será imperceptible para la mayoría, hastaque le toque a la clase trabajadora pagarlo a escote: el ajuste fiscal, pormucho boato verde que se le quiera conferir, será sobre los trabajadores através de impuestos proporcionales y regresivos, eludiéndose de nuevo laprogresividad fiscal, la tributación de los grandes capitales o de esasplataformas tecnológicas que, por cierto, también tuitean de vez en cuando afavor de la sostenibilidad del planeta. No con sus ingentes beneficios, seentiende.

Causas en apariencia justas se presentanconstantemente desligadas de la estructura económica y productiva en la que seinsertan problemas de hondo calado, que al disociarse de cualquier atisbo decuestionamiento acerca del modelo productivo, se convierten en inofensivaspiezas de un entremés simbólico para pardillos o entusiastas de la revolucióndel sofá.

Cuando un hito del nuevo activismo - ese dinamismohacia ninguna parte tan móvil y desenfrenado como carente de organización queha sepultado la vetusta y estigmatizada militancia - deja de interesar aquienes reparten cuotas de preeminencia mediática, la maquinaria se activa paraimplementar su reemplazo. Ahora nos encontramos ante una ola de lucha contra elracismo, repentina, como si el problema estructural del racismo en EEUU fuerade ayer o apareciese de la mano de un presidente tan descerebrado como Trump.Ojalá la realidad fuera tan armónica y simple como un cuento de hadas. Pero nolo es. El racismo estructural de EEUU no es ajeno al clasismo, a ladesestructuración social, a las desigualdades socioeconómicas y de clase en unasociedad individualista tantas veces abonada al más crudo sálvese quien pueda.

Tal vez la mejor forma de abordar todos los problemasno sea hacerlo desde la desconexión analítica y política del identitarismo. Ahíestá el ejemplo de lo que ha ocurrido en el mundo liberal, dicho en términos anglosajones, o sea progresista,enfrascado en las torres de marfil universitarias donde los estudios de laidentidad han terminado propalando una visión del mundo fragmentaria,supersticiosa y anticientífica, sin el menor espacio para un planteamiento detransformación colectiva e integral de la realidad material como el socialismo.Cuando esa respuesta fragmentaria deja tantos resquicios en forma de grupossubalternos a su vez agraviados por no haber recibido la suficiente atención -o directamente haber sido abandonados - por ese enfoque identitario, aparecenesos territorios del descontento que la extrema derecha populista estáaprovechando. No todo es fascismo como se empeña en apuntar de forma infantilla izquierdaposmo, a la vez banalizando el fascismo - porque cuando todo supuestamentelo es nada lo es realmente - e invisibilizando al mismo tiempo que la hegemoníaactual es ostentada por el capitalismo neoliberal; pero, desde luego, el riesgodel neofascismo aparece cuando el horizonte de emancipación de todos los sereshumanos es perdido por una izquierda enfocada en las demandas particulares dela identidad.

Lo señalaba de forma brillante el historiador marxistaEric Hobsbawn: "Así pues, ¿qué tieneque ver la política de la identidad con la izquierda? Permítanme decir confirmeza lo que no debería ser preciso repetir. El proyecto político de laizquierda es universalista: se dirige a todos los seres humanos. Como quieraque interpretamos las palabras, no se trata de libertad para los accionistas opara los negros, sino para todo el mundo. No se trata de igualdad para losmiembros del Club Garrick o para los discapacitados, sino para cualquiera. Nose trata de fraternidad únicamente para los ex alumnos del Eton College o paralos gays, sino para todos los seres humanos. Y básicamente la política de laidentidad no se dirige a todo el mundo sino solo a los miembros de un grupoespecífico. ¿Por qué le resulta tan difícil a la izquierda verse a sí mismacomo representante de toda la nación? ¿Por qué le ha sido tan difícil siquieraintentarlo? Después de todo, los orígenes de la izquierda europea se remontanal momento en que una clase, o una alianza de clases, el Tercer Estado de losEstados Generales franceses de 1789, decidió declararse a sí misma "la nación"contra la minoría de la clase gobernante, creando así el concepto mismo denación política. Después de todo incluso Marx preveía una transformación deeste tipo en El Manifiesto Comunista".

A los problemas del identitarismo como sustitutoideológico y programático del socialismo, se le une el boato folclórico de laposmodernidad con sus excesos, a veces burdos y grotescos, para terminar deensombrecer el paisaje. A uno le parece que el objetivo en cualquiera de las performances de moda no es revertir ningunainjusticia realmente existente sino disociar las mismas de otras con las queaparecen interrelacionadas, y sobre todo subsumir y disolver cualquierposibilidad de transformación material en el altar del dogmatismo simbólico. Esel campo propio de la posmodernidad. Una reacción perfectamente teledirigidapor los actores principales de la hegemonía capitalista neoliberal, pero encuya realización exhibicionista no se encuentran precisamente solos. Ahí estáel presunto progresismo posmoderno desempeñando el imprescindible papel de tontoútil, o colaboracionista esencial.

Tirar estatuas y pintar efigies para luchar contra elracismo resulta tan transformador como escupir infantiles proclamas,cancioncillas o bailes rituales, contra el Estado en vez de tratar de alcanzarel poder político para desplegar políticas materiales que transformen larealidad existente. Si uno se queda en la superficie, gestionándola eso sí conun delirante fanatismo, ni consigue nada, más allá de su merecido descrédito,ni pasa de la categoría del esperpento. Especialmente estruendoso, sí, peroigualmente inútil. El estruendo colma las expectativas de quienes se encuentrantodo el rato chapoteando en ese activismo permanente de la escenificación y elsimbolismo. Con frecuencia emparentados con un sombrío irracionalismo. LaHistoria puede y debe estudiarse de forma crítica, pero empecinarse con su modificación,mientras se exhibe una clamorosa incapacidad por aportar un sola medidamaterial y efectiva para revertir una injusticia real del presente denotadesconexión con la realidad. Aboca al fracaso de cualquier causa por legítimaque sea.

"Cervantes,bastard", leíamos recientemente en un ejercicio supino de estulticia e ignorancia.Son los excesos de la escenificación permanente y el activismo performativo sinel menor rigor ni consistencia ideológicos. El irracionalismo en marcha. Algoasí como la enmienda a la totalidad de los versos más vigentes de LaInternacional, un canto a la razón. La posmodernidad ha dado forma a unengrudo, a un pastiche que destila devoción por las formas y los continentesvacíos. La presunta superación del viejo análisis marxista de clase social haterminado deviniendo en una agregación abigarrada y pomposa de demandas,algunas legítimas y orientadas con tan buena intención como excesivas dosis devoluntarismo, otras legítimas pero formuladas de forma disparatada, y algunasdirectamente demenciales en su propia esencia. Ahí tienen a los feligreses dela doctrina queer negando la propia existencia del sexo, y convirtiéndola enuna categoría subjetiva que cae del lado de las apetencias subjetivas de cadacual, abriendo así la puerta a un sinfín de desatinos teóricos y prácticos.

Como decía, el capital financiero transnacional nosiente la menor inquietud ante este estado de cosas. Ni el activismosuperficial y fanatizado de la posmodernidad, anclado en lo simbólico y confrecuencia en lo irracional, ni el mercado de la diversidad identitariaconstituyen ninguna amenaza para su hegemonía. Es más, conforman la mejorgarantía para la solidificación de la misma. Porque la libre transacción decapitales, la pérdida de soberanía de los Estados-nación, la desregulación delos mercados laborales o el desmantelamiento del Estado social no son, por símismas, políticas que garanticen la supervivencia del capitalismo financiero ensu vertiente neoliberal. Es más, son políticas que espolean el malestar social,las profundas desigualdades materiales, la depauperación de amplias capas de lapoblación. Para el verdadero control de ese malestar social, para su efectivamonitorización, el capitalismo neoliberal precisa y seguirá precisandoneutralizar a la izquierda, a la izquierda materialista y racionalista, o a susrestos. A la izquierda que tanto en sus vertientes marxista como socialdemócrataconjugaba de forma prioritaria ideas como ciudadanía, soberanía nacional,internacionalismo o clase social. Y la fórmula más efectiva para suneutralización ha sido durante décadas el proceso de involución identitaria alque la izquierda se ha visto sometida. Atrapada hoy en los rigores de laposmodernidad, la izquierda se encuentra crecientemente atraída por causasparciales, incompletas o dantescas, seducida por vindicaciones tan ajenas a sumejor tradición como la reverencia a las identidades culturales, a cambio depagar el oneroso precio del privilegio o la desigualdad. Desatinadamentecomprensiva con el irracionalismo, practicando un idealismo constante quedisuelve tanto el materialismo como la confianza en el progreso científico,algunas de sus señas de identidad de siempre. Paradójicamente, la identidadarrumbó la clase social, verdadera identidad de la izquierda. Mantenerlaneutralizada es la tecla imprescindible del establishment para que todo sigaigual.  

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