Banco Popular: la ignominia y la sinrazón

14 de Noviembre de 2017
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Mucho se ha escrito, mucho se ha dicho y mucho queda por escribir y decir respecto a lo que realmente ocurrió en los días 6 y 7 de junio de 2017 cuando la Junta Única de Resolución intervino al Banco Popular y se lo entregó por un euro al Banco de Santander. Todo fue demasiado oscuro y todo está siendo demasiado opaco porque hay un interés por parte de todos los poderes españoles y europeos en que continúe siendo así. De este modo se va ganando tiempo para que el Santander destruya y haga negocio con el Popular para, de este modo, tener la excusa ante la Justicia de que nada se puede hacer porque ya no existe nada sobre lo que se pueda actuar, es decir, lo mismo que hizo Escipión en Cartago al llenar las tierras de sal para que nada pudiera crecer jamás. Sin embargo, el tiempo es lo que no tienen las más de 300.000 familias a las que se arruinó para salvar al banco cántabro, familias de las que el 74% son jubilados y pensionistas. No se puede ser más cruel.La propia documentación interna del banco demuestra que las cosas se hicieron mal, deprisa y sin ningún respeto a la dignidad de la que presumió durante su centenaria historia el Banco Popular. Se dieron cifras que estaban manipuladas y que no reflejaban ni la realidad de la entidad ni lo que se había pergeñado para que los números fueran esos.En el Consejo de Administración, Emilio Saracho reconoció que el Popular estaba sufriendo fuertes tensiones financieras provocadas por los menores ratios e capital respecto a sus competidores, la exposición a activos improductivos y “la menor cobertura relativa de éstos respecto a las principales entidades españolas”. Sorprende que el entonces presidente de Popular citara como principal razón de la situación del banco las noticias en la prensa que estaban provocando graves «efectos sobre la posición de liquidez», sorprende cuando él era uno de los que filtraba esas noticias a un medio en concreto. Sorprende también que reconociera que el Popular estaba “cumpliendo con todos los requerimientos de capital que les son de aplicación de acuerdo con la legislación aplicable”, pero que la tensión financiera estaba afectando a la posición de liquidez, algo que él sabía perfectamente porque esa era uno de los principales objetivos de la Operación Washington de la que él era uno de los elementos clave. No obstante, el banco tenía depósitos de 60.347 millones de euros, lo que le estaba permitiendo “ir cumpliendo con todos sus compromisos a medida que han ido venciendo”.Fue entonces cuando declaró al Popular inviable cumpliendo con la misión que se le había encomendado en la Operación Washington. Fue entonces cuando envió una carta a la JUR diciendo que el banco era inviable y que tenía que ser intervenido, una carta cuya firma se parece a la del entonces presidente del Popular pero que no se corresponde con la que aparece en el acta de la reunión del consejo de administración, una carta que deja muchas dudas porque no va ni sellado ni lleva una antefirma que certifique quién es la persona responsable de esa comunicación, sobre todo teniendo en cuenta la relevancia de la misma. Cualquiera que estuviera esa tarde en el Edificio Beatriz de Madrid pudo tener acceso a un folio en blanco con el membrete del banco.La JUR recibió la comunicación y actuó en base a un informe provisional realizado por Deloitte, un informe que no quieren mostrar ni hacer público porque, tal y como dijo el jefe de los inspectores del Banco de España, “no es nada profesional y es una grosería técnica” por los escenarios que planteaba. Ahora la JUR está solicitando que alguien se encargue de realizar el informe definitivo cuatro meses después, pero ninguna empresa auditora se quiere hacer cargo del mismo. ¿Por qué? Muy sencillo, porque es potencialmente venenoso.Robert Heilein solía decir que lo malo de las conspiraciones es que se pudren por dentro y Balzac que “todo poder es una conspiración permanente”. En el caso del Popular esta conspiración es el mayor ejemplo que hemos tenido últimamente de cómo las dictaduras privadas y públicas se unen simbióticamente para protegerse y para ayudarse aunque para que eso se produzca el pueblo sea el que sufra las consecuencias. Lo hemos visto con la crisis económica que ellos mismos diseñaron y ejecutaron, dejando miles de millones de víctimas por todo el mundo mientras que la brecha entre los más ricos y el pueblo se agrandaba. Cuando actúan no hay compasión, lo importante es que se sigan manteniendo mutuamente en el pedestal de las élites imponiendo sus posicionamientos del mismo modo en que lo hacen los dictadores políticos.Ahora están tomando el poder de los países a través de la economía y mueven los hilos para que el pueblo se vaya conformando con las migajas de felicidad que ellos sueltan del mismo modo en que se da de comer a las palomas en un parque. No hay más. Vivimos del modo en que lo hacemos hasta el punto en que estas dictaduras privadas nos permiten. Todo ello con la complicidad de las dictaduras públicas que se esconden en las razones de Estado para justificar sus tropelías. Sin embargo, la verdadera razón de Estado se halla en la decencia de la defensa de la dignidad, de la moral y de la libertad. Todo lo demás es indignidad y sinrazón. Los 300.000 afectados del Popular pueden dar fe de ello.
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