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Contradicciones e incoherencias

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Acabamos de celebrar el día de la Constitución, nuestra ley de leyes, que lleva ya con nosotros cuarentena y cinco años. Ha llegado sobradamente a  su madurez.

Muchos la han celebrado con orgullo, alborozo y responsabilidad. Su conmemoración se recuerda en todo el país. Algunos la defienden enérgicamente para ponerla frente a otros, que consideran enemigos. Ocurre algo parecido con la bandera, que parece no ser de todos los españoles, porque no la lucen en cualquier parte de su cuerpo.

Hay que exaltar y defender la Constitución siempre, pero especialmente en su día, el seis de diciembre. Muchos la defienden, pero a la vez la incumplen y las dos cosas a la vez no son posibles. Si se defiende no se puede incumplir y viceversa. Será una incoherencia profunda. Y esto no puede colar.

Llevamos cinco años ya de retraso con el artículo 122, referido al Consejo General del poder judicial, que no se ha la renovado ni se quiere renovar por razones que no vienen al caso. Aquí lo único que vale es el cumplimiento constitucional, que obliga a la renovación de sus miembros cada cinco años. Luego estamos en un caso evidente de inconstitucionalidad.

Parece que alguien la tiene secuestrada y no le sirve ningún rescate para ponerlo en libertad. Incluso la Unión Europea lo ha recomendado varias veces, pero aquí no se hace ningún caso. Quizás sea el hecho más visible de lawfare, aunque se proteste tanto de que aquí eso no existe.

¿Por qué no se renueva?, se preguntarán muchos. Por propio interés político, simplemente. El partido que lo controla, aunque sea por detrás, no deja que entre otros jueces. Los jueces y magistrados, integrantes del poder judicial, administran la justicia, que emana del pueblo. Son independientes, responsables y se someten únicamente al imperio de la ley.

Si claro, así será. El problema es que lo que corresponde elegir a los partidos grandes, después se sienten obligados a favorecer a quien los eligió. Antes la formación popular escogió a los suyos. Ahora tienen menos fuerza que los socialistas y estos se impondrán, pero no los dejan porque ellos ganaron las elecciones.

La última respuesta popular es decir que lo renovarán, si se acepta su modelo. Pues íbamos mal, pero cada vez estamos peor. Y eso que no gobiernan, pero están dispuestos a hacerlo por la fuerza.

No es el partido popular un partido responsable. Si no es como ellos quieren, no habrá renovación.

Más malicia no es posible. No gobernamos, pero los demás tampoco. Las consecuencias serán malas para todos y la institución puede que no recupere más el prestigio perdido. La política es deprimente y así no hay quien gobierne.

Hombre, hay que saber perder también. No se puede ganar siempre. Si se ha hecho algo malo, hay que pagarlo de una vez. Pretender dejarlo escondido y olvidado no es posible. Todavía no se han convencido que es mucho peor.

Aceptar la propuesta popular es posible, o al menos alguno de sus aspectos, pero ahora no es el momento. La oportunidad de defenderla y sacarla adelante es cuando gobiernen, es su oportunidad, pero entonces seguro que no quieren, porque ya sus intereses van en otra dirección. Un patio de colegio es más responsable que todo esto.

Lo que sí pone de manifiesto todo este proceso inacabado es que hay que establecer un nuevo procedimiento para elegir el poder judicial con urgencia. Claro que a esto habrá que dedicar también mucho tiempo y no puede hacerse en un clima tan crispado como el actual, pero sí sería posible establecer las bases de comienzo.

Es sabido que nadie se fía de nadie ahora y puede que en adelante todavía menos, pero ¿no habrá ni siquiera media docena de políticos de objetividad probada y prestigio acendrado? Y sobre todo que piensen y razonen, en lugar de investir con la cabeza.

La política está por los sueños y, una vez caída, ¿quién será capaz de levantarla? Yo no creo en la política, nos suele decir la gente joven. No me interesa. El problema es que quien no cree en ella no conseguirá que esta le deje en paz. Podemos pensar así y mucha gente lo hace. La cuestión es que  podemos pasar de la política, pero la política no pasa de nosotros.

Nosotros necesitamos la política y debemos entrar en ella, aunque solo sea para oponernos y empujarla a actuar conforme a la justicia. Es la única institución que contribuye a la organización de la sociedad y también de nuestra vida. No seamos ‘idiotas’, según el lenguaje griego. El ser humano, que no se ocupa de la política, como escribió Aristóteles, o es una bestia o es un Dios, pero nosotros somos mujeres y hombres por mucho que quisiéramos ser otra cosa. Nos va en ello nuestra dignidad como humanos.

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