Existen contados casos de discos musicales que se puedan escribir con mayúsculas y letras de oro en la historia musical de las últimas décadas. Pocos sobreviven en el recuerdo de los fans un puñado de años después de su publicación, con alguna que otra canción estrella y la mayoría del resto totalmente prescindibles. Pero en el caso que nos ocupa los astros se confabularon aquel 25 de agosto de 1975 cuando un joven melenudo algo enclenque de 24 años, procedente de un pueblecito de New Jersey, publicó un trabajo que, justo medio siglo después, brilla aún con luz propia y se crece día a día después de su creación en estado de gracia por Bruce Springsteen (Freehold, EEUU, 1949), que en aquellos momentos se sentía presionado por todo y todos para demostrar su genialidad artística.
Springsteen, que en menos de un mes cumple 76 años y aún plenamente ‘on the road’ por todo el mundo de forma infatigable, ha demostrado en su dilatada carrera musical de más de medio siglo de trayectoria que es una caja de sorpresas, como recientemente ha vuelto a demostrarlo con la publicación de una tacada de siete discos con canciones descartadas de sus trabajos oficiales entre los años 1983 y 2018, Tracks II. Pero bien distinta era la situación que vivía el joven Springsteen en los primeros años de la década de los setenta del pasado siglo, cuando tenía que abrirse paso en el proceloso universo discográfico y ya tenía dos trabajos publicados que prácticamente pasaron desapercibidos, pese a que hoy son considerados obras maestras.
Greetings from Asbury Park, N.J. y The Wild, the Innocent & the E Street Shuffle fueron bien acogidos por la crítica pero las ventas no pasaron de 20.000 copias en el caso concreto de su primer trabajo. Columbia Records activó todas las alarmas e incluso colocó una espada de Damocles sobre la cabeza del rockero que amenazaba su continuidad en la mítica casa discográfica.
En aquellos convulsos años de la crisis del petróleo, en plena guerra de Vietnam y con los rescoldos aún humeantes del caso Watergate, el joven Bruce era un mar de dudas pese a que atesoraba una ingente capacidad creativa, era un volcán que continuamente amenazaba con erupcionar pero que hasta ese momento no había eclosionado. Sus míticos compañeros de la E Street Band, considerada la mejor banda de rock de todos los tiempos o al menos una de ellas, ya estaban junto a él, aunque durante el periodo de formación y grabación de Born to run se produjeron los ajustes últimos a la banda con la salida de dos de sus miembros y la entrada del batería Max Weinberg y el teclista Roy Bittan. Fue en esos momentos cuando el equipo se conformó prácticamente intocable hasta nuestros días, salvo con la incorporación en los 80 del guitarrista Nils Lofgren.
También entró en escena una figura fundamental en la trayectoria del rockero de New Jersey, el crítico y productor musical Jon Landau, aquel que pronunció la mítica frase: “He visto el futuro del rock and roll, y su nombre es Bruce Springsteen”. Desde entonces, es otro componente fundamental más que se suma a un equipo selecto que durante décadas ha logrado emocionar a millones de seguidores en todo el planeta hasta la actualidad bajo la batuta de un genio creativo que ha logrado sumar una carrera musical reservada para muy contados artistas.
Springsteen sabía que se la jugaba y tenía que darlo todo en su tercer disco, se trataba de apostar por todo o nada. Hasta ese momento, apenas llenaba salas de barrio de segunda fila con escasos espectadores. No era ni mucho menos una megaestrella, ni tan siquiera una estrella, simplemente un desconocido. Sus dos primeros discos, que hoy son considerados también verdaderas obras de arte, cayeron pronto en el olvido. Por ello, las jornadas de grabación en 914 Sound Studios, en Blauvelt, Nueva York, se hicieron eternos para todos, para los componentes de la E Street Band, para los productores, para los ingenieros de sonido y para el propio Bruce, una persona exigente hasta la extenuación en el proceso creativo. Desde que comenzaron en enero de 1975, las jornadas de grabación fueron extenuantes porque el artista exigía a todos la perfección y dar lo mejor de sí de cada uno.
Ahí están todas y cada una de las canciones de Born to run sin excepción para rubricarlo, ahí están acordes concretos y estribillos memorables que hoy son verdaderos himnos para generaciones de fieles seguidores, que corean sus míticas letras en estadios repletos de decenas de miles de espectadores. Quien no se ha desgañitado alguna vez a grito pelado coreando aquello de “But till then tramps like us baby we were born to run” (Pero hasta entonces, vagabundos como nosotros, nacimos para correr).
Desde aquel 25 de agosto de hace medio siglo hasta hoy mismo, Born to run ha pulverizado récord tras récord, siempre situado entre los mejores discos de toda la historia. De ahí que no sea descabellado catalogarlo como “el” Disco, con mayúsculas, por todo lo que representó y representa en la historia de la música del rock. Es un lujo que sus seguidores aún puedan escucharlo en directo medio siglo después de viva voz de su creador, un septuagenario que tiene claro que mientras pueda lo dará todo sobre el escenario.