La representación de la Natividad ha sido importante en los artistas cristianos desde el siglo IV. En La Adoración de los pastores de Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla,1617-1682), que es uno de los mejores pintores del barroco español, la Virgen viste de rojo, por la pasión de Cristo, y lleva un manto azul, que es la esperanza en el cielo. Un San José anciano está junto a los pastores pobremente ataviados, que han traído presentes al niño recién nacido. Su luz hace de él el centro del cuadro. Los niños de Murillo son de una delicadeza extraordinaria. El fondo apenas se percibe para no restar protagonismo al momento. Murillo muestra los valores religiosos de una obra llena de simbología cristiana: pobreza, caridad, humildad, familia y la virginidad de la Virgen junto a un anciano San José. El artista sigue la descripción facilitada por el evangelio según San Lucas.
Por otro lado, la llegada de los magos de Oriente está escuetamente recogida en el evangelio según San Mateo, que no menciona ni los nombres ni la cantidad de magos que acudieron al pesebre. Eran hombres sabios, príncipes o nobles que ofrecieron a Jesús los primeros homenajes del mundo pagano. Se estableció que cada uno procedía de un continente diferente: Asia, África y Europa. ¿Cuándo comienzan a llamarse Melchor, Gaspar y Baltasar? En San Apolinar el Nuevo de Rávena se encuentra la imagen más antigua de los Tres Magos con sus nombres asignados, que se popularizarán tras su inclusión en el Liber Pontificalis en el siglo IX. Es un tema ampliamente representado por el exotismo de sus ropas y sus costosos regalos. La Epifanía se celebra en el cristianismo occidental el 6 de enero.
Melchor llevaba la mirra, resina que en estado sólido se usaba para embalsamar a los difuntos. Es un anuncio por anticipado de que en algún momento iba a fallecer, aunque más tarde resucitaría. También se usaba como analgésico mezclándolo con vino, ya que el Niño llegaba al mundo para quitar el dolor a la humanidad. Gaspar portaba el incienso, que es una sustancia aromática muy vinculada al uso de la divinidad y como ofrenda a los dioses. Es decir, que el Niño Jesús era considerado por los Reyes Magos como un nuevo Dios. El incienso se sigue usando en las celebraciones litúrgicas de la iglesia católica. Baltasar llevaba como ofrenda el oro, que simbolizaba la pureza porque no se corrompía ni alteraba.
En los albores del cristianismo se representaba a los tres de la misma raza, a partir del siglo XII, con la intención de simbolizar su universalidad se les asoció con las tres partes del mundo conocidas: Europa, Asia y África. Pero no se incluye al rey mago negro hasta el siglo XV, ya que pasaba por ser el color del demonio y del infierno, es a partir de ese momento cuando se empiezan a descubrir nuevas tierras, no solo de América, sino también de la África negra.
En La Adoración de los Reyes Magos de Gentile da Fabriano, perteneciente a un retablo gótico de 1423, los Reyes Magos aparecen vestidos como nobles italianos representando las tres edades del hombre. La escena principal está pintada con gran detalle y destaca por el lujo de los ropajes de los tres magos, que son blancos todavía. El aspecto general es más profano que religioso. Es un lujo cortesano.
En la Adoración de Rubens, que es ya del siglo XVII, sí que vemos al rey Baltasar negro con llamativos adornos de piedras, mientras Gaspar ofrece incienso al Niño acompañado por un gran cortejo. Los ropajes de los reyes son también lujosos, aunque, de nuevo, todo el protagonismo está en el Niño del que irradia la luz.
Los belenes
El arte en la Navidad, o la Navidad en el arte, también está presente en otras manifestaciones que no se pueden obviar: los belenes. En España es una tradición muy extendida entre la sociedad.
Carlos III (1716-1788) a su regreso de Nápoles en 1759 introdujo la costumbre de convertir el belén en una divertida práctica de ocio navideño. En 1760 montó junto a sus hijos el que se había traído de Nápoles. La fantasía del belén con los pastores, campesinos, posada, mercado, animales y la exuberancia de las 100 figuras de la cabalgata de los reyes dejó impresionada a la sociedad española del momento. El humilde establo se transformó en unas ruinas semejantes a las descubiertas en Pompeya y Herculano bajo el patrocinio de Calos III. El lujoso belén escenificaba el día a día del pueblo napolitano, las figuras originales llevaban ropajes de oro, plata y coral, así como instrumentos musicales. Se hizo en la Real Manufactura de Porcelana de Capodimonte, que fue creada por el monarca a imagen de una de las mejores de Europa, la de Meissen.
El belén de Carlos III iniciado para su hijo, el Príncipe de Asturias, el futuro Carlos IV, llegó a contar con casi 6.000 piezas durante su reinado. La escenografía y el montaje se cuidaban mucho, y tanto los pintores como los arquitectos eran requeridos para esta tarea. La mayoría de las figuras se perdieron con el paso del tiempo. Hoy conservadas en el Palacio Real de Madrid y al cuidado de Patrimonio Nacional que ha continuado con la tradición de montarlo. En la actualidad quedan 89 figuras a las que se incorporaron 143. Es el llamado Belén del Príncipe, belén napolitano o del Palacio Real.
Las figuras napolitanas son grandes, frágiles y flexibles para adecuarlas a las diferentes posiciones de la escena representada. El cuerpo es de alambre y estopa y está revestido de ricas telas como el raso, la seda o el terciopelo. Las mujeres pueden llevar abalorios y joyas. Las extremidades son de madera y la cabeza de terracota policromada. El vidrio de los ojos le da al rostro una gran expresividad.
En España había belenes en monasterios, iglesias y domicilios de la nobleza, algunos de origen napolitano y otros autóctonos antes de la llegada de Carlos III. Eran sobrios con el pesebre como protagonista, al contrario que los de las villas nobles y burguesas de Nápoles, en las que instalar el belén era una fiesta. La nobleza española comenzó a encargar figuras a escultores napolitanos y nacionales para que fueran admirados por sus invitados en Navidad. La casa Ducal de Medinaceli fue de las primeras en unirse al divertimento.
En contraste con el napolitano, la tradición belenística española queda claramente reflejada en el de Salzillo (1707-1783), gran escultor barroco del siglo XVIII. Se trata de la última obra del imaginero murciano. En la elaboración de las quinientas figuras y de los 372 animales participaron ayudantes y su gran discípulo Roque López. Frente al belén napolitano, que se puso tan de moda gracias a Carlos III, como he señalado anteriormente, el de Salzillo es una manifestación de religiosidad y devoción. Los campesinos y pastores vestidos de manera humilde acompañan a las figuras sagradas en la narración. La pobreza del pueblo contrasta con las lujosas libreas de los pajes y con la suntuosidad de los Reyes Magos. Las figuras policromadas son de unos 30 centímetros y están modeladas en arcilla o en madera con lienzos y telas encoladas. Predominan los azules, rojos y verdes combinados con el oro. El rayado del estofado (técnica habitual en Salzillo) da suntuosidad a los mantos y túnicas de los personajes sagrados. El belén es reflejo de la sociedad del momento, en él se muestran los oficios, trajes y hasta la variedad de la fauna de la zona. Se respeta escrupulosamente la cronología desde la Anunciación hasta la Huida a Egipto. Las expresiones dulces y el modelado son típicos de Salzillo. Una obra de arte que está en el museo del mismo nombre.
Una carta para un árbol de Navidad
Y hasta aquí lo que es una tradición llena de arte con gran arraigo en España, la del belén. Pero como de tradiciones está llena la Navidad, no puedo dejar este escrito sin mencionar otras que también han llenado de fantasía y alegría la Navidad de muchos niños y adultos: el árbol.
Querido árbol:
Te escribo porque ya sabes lo que me gustan estas fechas. Y ya estás aquí de nuevo para alegrarme la vista. Tu presencia es recibida con júbilo por unos, y con tristeza y melancolía por otros. Me entusiasma la preparación de las fiestas, y es que la decoración, la música, los pasteles y los regalos forman parte de una tradición que se repite de manera inexorable año tras año. A vosotros, los abetos navideños, os introdujo en México Maximiliano de Habsburgo, el emperador y responsable del nombre de nuestro gato. No os conocéis porque vivís en casas diferentes, pero a él también le gustarías. Y mucho. La Reina Victoria convirtió el árbol en un icono festivo en el Reino Unido. Para que veas la fascinación que produces, te dejo una ilustración que salió en 1848 publicada en el Ilustrated London News. Ahí empezó tu fiesta. Es que eres muy real, aunque no salgas en los evangelios.
Tal vez no sepas que estás lleno de simbología. Decirte que representas la vida eterna porque tus hojas están siempre verdes. Eres perenne. Para que luzcáis así de bonitos en Navidad, muchas son las circunstancias que han acaecido en vuestra existencia. Ya erais sagrados para los pueblos paganos, por eso durante el solsticio de invierno decoraban sus casas y templos con vuestras ramas. Es en la Alemania medieval donde empezaron a vestiros y a poneros guapos, os llenaban de manzanas como si estuvierais en el Paraíso, porque el día 24 de diciembre se celebraba la festividad de Adán y Eva. Había obras de teatro en la calle en las que erais la figura central, pero os prohibieron durante dos siglos en las plazas públicas. No obstante, gustabais tanto que los alemanes empezaron a instalaros dentro de sus casas, también tenían pirámides de madera iluminadas por velas, una por cada miembro de la familia. Os adornaban con frutas, galletas y luz. En resumen, que la estrella que corona el árbol es la de Belén, la luz es la de Cristo, la forma piramidal es la Santísima Trinidad, los adornos son las manzanas del Paraíso y vosotros, los abetos, sois la vida eterna. ¡Tenéis historia!
Sabes bien que el olor a castaña, el frío y las luces me hacen creer que estoy en un mundo ideal, lejos de los problemas y preocupaciones que los años me han traído. Con o sin mi permiso. Y que la Navidad es mi infancia, esa arcadia feliz que olía a especias, frutos secos, pastitas de té y panes recién horneados como el früchtebrot, ¿te acuerdas? Está hecho a base de higos secos, pasas, piel de naranja y de limón, orejones, ciruelas pasas, avellanas, nueces, clavo, cardamomo, canela y harina, y hacía las delicias de casi toda la familia, digo casi, y no necesito explicarte el porqué. Es un pan dulce y oscuro que dura muchísimo y que se hacía por San Nicolás, fecha en la que empezábamos a vestirte, tenías que estar listo para la llegada de Santa Claus, ese señor que cada año te dejaba, y te deja, bonitos regalos para que los protegieras con tus ramas, y que se hizo famoso por hacer regalos a los niños pobres cuando era conocido por su nombre, Nicolás de Bari (270-343), obispo de Mira, actual Turquía. En recuerdo suyo, en los países de habla alemana, el 6 de diciembre, día de San Nicolás, los más pequeños reciben cestitas con frutos secos y alguna fruta de temporada. Esto sí que lo sabías.
¿Te acuerdas de nuestra Nochebuena? El 24 venía gran parte de la familia a cenar. Nos reuníamos como cada año para celebrar la Navidad, pero en nuestra casa los ricos manjares tenían que esperar porque ese era tu gran día. Santa llamaba al timbre a las ocho de la tarde. Mi padre lo recibía entre risas, chistes y brindis. Departían un rato mientras Santa hacía su trabajo. Después, se despedían amigablemente hasta el año que viene. Y tú como testigo. No sabes la envidia que me dabas, porque yo, mientras sucedía todo esto, esperaba impaciente en algún punto de nuestro hogar junto al resto de la familia. El soniquete de la campanilla nos decía que Santa se había ido ya. Qué pena, pensaba. Pero también recuerdo la alegría con la que salía corriendo hacia el salón donde nos esperabas repleto de velas, vestido con tus mejores galas. Mi madre te ponía grandes tiras de espumillón plateado y bolas y lazos de vivos colores. Ibas vestido a la moda, tu imagen era impecable. Bajo tus ramas protectoras los regalos luchaban por dejarse ver. Todos los paquetitos eran muy apetecibles con sus bonitos lazos y estrellas, ¡tanto que daba pena abrirlos! Mi madre permanecía junto a ti, leía los nombres allí escritos y nos iba llamando. Abuelos, tíos y hermanos no te quitábamos ojo, ¡estábamos expectantes! Creo que algún villancico alemán o americano sonaba de fondo, O Tannenbaum y la música polifónica durante todas las fiestas, creo que también te gustaban el oratorio de Navidad de Juan Sebastián Bach y el Mesías de Haendel como a mí. En definitiva, a ti te trajo mi madre del frío, allí donde los abetos crecen en las montañas rodeados de pastos verdes en verano y nieve en invierno, qué bonitos estáis cuando las nevadas os visten de blanco. Adultos y niños disfrutábamos mucho de esta tradición, y es que la Navidad era mi madre, bueno, es nuestra madre, aunque ya no estemos todos…te has dado cuenta, ¿verdad? Acabada la apertura de regalos y sin apenas tiempo para jugar, entre olor a cera y papel de regalo pasábamos a cenar al comedor en el que la mesa lucía impecable para la ocasión. Iba como tú, pero en horizontal. Ramitas de acebo, velas y brillantes guirnaldas yacían orgullosas junto al pato y demás manjares. Todo eran regalos. Y risas. Muchas risas. Esa noche te apagábamos hasta el año siguiente, yo me acostaba feliz con tu recuerdo que me acompaña hasta el día de hoy. Imposible olvidarte.
Por cierto, Thomas Mann en Los Buddenbrook describe una manera muy parecida de celebrar la Nochebuena en su localidad natal de Lübeck, Alemania. Sus antepasados, ya en el siglo XIX, llenaban el salón principal con familiares tuyos. Las estancias se convertían en lujosas habitaciones con vosotros engalanados para la ocasión. He de reconocer que leí esa parte del libro con especial agrado y atención. Lo entiendes, ¿verdad?
Y hasta aquí llega esta carta a mi querido abeto de la infancia, que es una oda a la ilusión que todavía permanece en esa niña que llevo dentro, y que un día fui. No somos ni mejores ni peores que el resto del año. Somos iguales, pero con otro decorado que brilla y que nos hace creer que el espíritu de la Navidad existe. Yo por si acaso lo abrazo sin complejos, que de sinsabores está el año lleno. ¡Por los sueños y por los abetos navideños! Nos vemos pronto amigo, aunque estés viejito siempre formarás parte de mis sueños navideños.