Almodóvar y la poesía de la muerte

22 de Octubre de 2024
Actualizado a las 17:04h
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Almodóvar y la poesía de la muerte

De la mano de mi madre entré al cine por primera vez. Recuerdo la sala oscura, abarrotada, palpitante: ¡se me salía el corazón de la emoción! Aquel feliz instante me llevó a pensar que todo cine es un templo del deseo sin latines ni alzacuellos. Rondaba los diez años cuando vi Mujeres al borde de un ataque de nervios. Desde el momento en que las luces se apagaron y en la pantalla aparecieron esos títulos de crédito rebosantes de señoritas, supe que ya no había marcha atrás: todo un universo se abría paso ante mis ojos. Y de ahí a la evidencia: a mí me criaron mi padre, mi madre y Pedro Almodóvar.

Ahora, años después, La habitación de al lado vuelve a reafirmar esa relación, esa maternidad compartida. Esta última película, lejos de la España que tanto caracteriza al manchego, nos transporta a un Nueva York de postal, cargado de clichés turísticos y ese aire casi aséptico de las revistas de moda. Pero, más allá del paisaje, lo que destaca en esta obra es la universalidad de sus temas y, sobre todo, la dignidad con la que trata la muerte. Almodóvar nos recuerda que los últimos momentos pueden ser una obra de arte en sí misma, un reflejo de lo que fuimos y de lo que dejamos tras de nosotros.

Con una estética que continúa la línea de Dolor y Gloria, La habitación de al lado presenta una paleta de colores intensos y contrastados, donde el rojo y el verde dominan la pantalla. Es un universo visual que ya conocemos, pero que no deja de sorprendernos por su belleza y por cómo se integra en la trama emocional. Si en Dolor y Gloria la memoria era la protagonista, aquí lo es la despedida: una despedida serena, pausada, sin melodramas innecesarios.

La trama gira en torno a Martha (Tilda Swinton), una periodista que, tras años de cubrir conflictos bélicos, se enfrenta a su batalla más personal: un cáncer terminal que la lleva a tomar la decisión de poner fin a su vida. La eutanasia, tema central del film, es abordada con una delicadeza admirable. En lugar de caer en discursos moralizantes o en la sensiblería fácil, Almodóvar elige la austeridad, una contención que se siente en cada plano, en cada diálogo. El director no busca conmover a través de las lágrimas, sino a través de la reflexión, de la aceptación serena de que la muerte es parte inevitable de la vida. Junto a Swinton, destaca una magistral Julianne Moore en el papel de Ingrid, una novelista y vieja amiga de Martha, que se convierte en su principal apoyo en este tramo final de su vida. La relación entre ambas es el verdadero corazón de la película. Aunque el guion pueda resultar en momentos excesivamente poético, son las miradas, los silencios, los gestos lo que realmente transmite la profundidad de su vínculo. Moore, en particular, logra transmitir una gama de emociones con una sutileza que pocas actrices dominan, haciendo que el espectador no pueda evitar empatizar con su personaje.

La banda sonora, compuesta nuevamente por Alberto Iglesias, es el complemento perfecto para esta reflexión sobre la muerte. La música no invade la escena, sino que la acompaña, la subraya en los momentos justos. Iglesias ha trabajado tantas veces con Almodóvar que ya parece saber exactamente qué necesita cada escena para alcanzar su máximo potencial emocional.

En definitiva, La habitación de al lado es una suerte de Ars moriendi contemporáneo que dignifica la muerte y que, al hacerlo, nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vida, nuestras despedidas y sobre el legado que dejamos en los que se quedan. Almodóvar sigue explorando nuevos territorios sin perder su esencia, sin renunciar a ese universo tan personal que ha construido a lo largo de los años. Una obra madura, contenida, que se suma a la ya extensa lista de películas que nos recuerdan por qué Almodóvar es uno de los grandes del cine contemporáneo.

 

 

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