El cine es literatura audiovisual de la misma manera que la vida es audio y visión imprevistos en busca de literatura.
En el fondo de tus cabreos cabalgaba James Stewart, ético, espléndido, servicial, con su bondad larguirucha en cinemascope, la bondad, de darse, mejor en cinemascope, sin cicaterías ni intereses. Amplia, panorámica, descubierta con asombro. Cuando te cabreabas y escupías el asco de ser y las viejas utopías, yo te ponía a cabalgar el rostro pálido y lindo de vos sobre el azul generoso de los ojos de James Stewart y tu cara desencajada se tornaba un cactus en flor que brillaba a la par del sol de Monument Valley. Los cactus en flor del desierto representan los prodigios sencillos que se esconden en la vastedad del silencio y la soledad. Así descubrí esa cursilería persistente que llaman amor, hasta que se revela necesaria cualquier día con forma, mirada y cuerpo y ya entiendes el fondo, ya entendés que vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos. Te cala y sanseacabó. Y ya en el fondo no eres más que una semilla gigante sin nada que germinar y oculta en el trastero de las estrellas a la espera de verte y depredarte con desesperación metafísica. Lo que viene luego pertenece a la dinámica de las cosas cotidianas y a la institucionalización de los sentimientos, a la domesticación de los dioses.
Cuántas veces te refugié en el azul al cuadrado de los ojos de James Stewart y Grace Kelly frente a la ventana indiscreta del mundo que sólo ofrecía sombras. Cuántas veces te busqué cobijo bajo la luz violeta de la mirada crepúsculo de Elizabeth Taylor cuando los días se entibian y transcurren como una dulce despedida. El amor es el único crimen perfecto del ego, que se despeña por el barranco de la libertad de la otra persona sin dejar ningún rastro.
Azulabas con la mirada rutilante de Paul Newman. Azulabas con la mirada melancólica de Robert Redford. Azulabas sin remedio porque los destinos de los hombres son infinitos como el azul tranquilo del cielo. Azulaba la pantalla como las olas del mar azulan las pulsaciones en la orilla y les cambian el sonido. El cine nos azulaba la vida porque para eso fue creado. Porque en el fondo queremos que la magia, la inteligencia y la creatividad de nuestros pasos por la tierra se sigan decidiendo en Monument Valley y no en un complejo tecnológico. La mentira estética del cine que atrapa, la mentira inhumana de Silicon Valley que encadena.
Tus ojos épicos en la lírica, tus ojos líricos en la épica, como una película de John Ford, el wéstern que somos y nos vaticina el tiempo preciso de la ficción en la nebulosa de la actualidad. En multitud de ocasiones cruzamos en cinemascope el río Bravo de los mexicanos, el río Grande de los americanos, en el que siempre nos bañábamos y nos descubríamos nuevos. Río fronterizo que nos mitifica, donde los niños migrantes se ahogan sin que James Stewart los vea.
Uno en el fondo deseaba ser un sueño eterno, pero el negror mendigo de los gases de efecto invernadero del alma -los que más contaminan los ambientes- colisionaba con el verdor relámpago de los ojos de Lauren Bacall y reclamaba por separado su espacio propio. Lo mejor era abandonar el sueño eterno y moldear adrede con la ayuda del cine nuestra mentira autocomplaciente frente al universo y sus leyes.