Los premios en el cine tienen a veces muy poco que ver con las cualidades cinematográficas de las películas galardonadas. Por eso no les hago mucho caso. Pero con los Goya de este año estoy de acuerdo. " El 47" y "La infiltrada" me parecen magníficas películas. Aunque la que más me hizo pensar ha sido, sin duda " Salve María".
Vaya por delante que la protagonista de la cinta que voy a comentar, Laura Weissmahr, premiada como mejor actriz revelación, me parece que realiza una estupenda interpretación y que se merece el Goya. Su personaje es una mujer afectada de una depresión postparto incapaz de asumir los sentimientos contradictorios y ambivalentes que suponen la maternidad. No voy a contar más. Desde ese punto, la directora, Mar Coll ofrece una visión negativa y oscura de la maternidad, sin aspecto gratificante alguno. Tan es de ese modo que la película ha sido calificada como de terror psicológico, descarnada, una oscura pesadilla y un montón de calificativos de esa misma índole. Vamos, que hay que verla de todas todas.
Alguna mujer pensará que no debo hablar de la maternidad siendo un hombre. Tal vez. Aunque considero que eso sería como decir que no puedo hablar de la Iglesia sin ser cura. A fin de cuentas la maternidad implica a todo el género humano. Si hay algo que todos hemos tenido ha sido una madre. Y es precisamente de eso de lo que trata la película. La protagonista no asume de buen grado ese papel. Como si ya no pudiese ser ella misma ni realizarse profesionalmente ( es escritora), como si la atadura que supone un hijo fuese una verdadera soga al cuello. Me recordó en ciertos momentos una novela ( que más tarde llevaron también a la pantalla) de Lionel Shriver titulada " Tenemos que hablar de Kevin". Una ficción terrible. No apta para gente sensible.
Tengo la impresión de que existen tantos modos distintos de vivir la maternidad como mujeres hay en este mundo. Conozco a muchas. Para empezar a la madre de mis propios hijos. Y no, no todas tienen una visión tan nefasta de ser madre. La maternidad es un hecho biológico (solo las mujeres pueden serlo ) sobre el que se van imponiendo narraciones diversas a lo largo de la historia que la convierten en un privilegio o en una condena. Hace ya unas cuantas décadas se idealizaba la maternidad. Las narraciones dominantes la vendían como un paraíso de amor incondicional, dedicación plena, altruismo sin límites y realización máxima del ser femenino. Evidentemente no era todo de ese color rosa pero la exigencia del ideal conllevaba que todo sentimiento contrario provocara una inevitable y dolorosa culpa. La verdad es que cuando las mujeres de mi generación llegaron a la edad de reproducirse el ideal había perdido mucho brillo y predominaban tonos más pálidos. Las mujeres, afortunadamente se habían vuelto mucho más tolerantes a la ambivalencia de los sentimientos. Y hablamos sólo de los hijos deseados que las cosas pueden complicarse mucho más. Son los sentimientos que nacen de los estratos más profundos y que tienen que ver con el lugar de la mujer ( y del hombre) en su familia de origen. Cuando nace un bebé todo cambia. No exagero. Las mujeres de mi generación, digo, ya no idealizaban la maternidad. Sopesaban los problemas y las exigencias. Pero la maternidad tiene una gran ventaja desde un punto de vista completamente egoísta. Es precisamente ese. Que te hace menos egoísta. Mejor todavía, lo que antes parecía trascendental, ahora se transforma en una pamplina comparada con cualquier cosa que le suceda al propio hijo. Hasta la proyección profesional se relativiza. Justo algo que la protagonista de la película es incapaz de superar.
En fin, cada persona es un mundo. Pero lo cierto es que la mayoría de las mujeres no parecen arrepentirse de haber sido madres. Sentimientos contradictorios frente al bebé, culpabilización, conflictos de pareja y con la familia propia y la política, soledad, inseguridades múltiples, problemas físicos diversos, insomnio, cansancio crónico, desilusiones inacabables y un largo etcétera han acompañado siempre a la maternidad. Intentaban ocultarlo con relatos edulcorados comiendo perdices. Pero lo cierto es que la mayoría de las mujeres que conozco ( y tengo la inmensa suerte de que a unas cuantas desde hace muchísimos años) conocían todo esto y sin embargo, querían ser madres. Pero en estos últimos años parece la narrativa oficial ha oscilado hacia el extremo opuesto. La maternidad se vende como un acto heroico, el triunfo sobre un infierno de sinsabores. Peor todavía, gran número de celebridades se dedican a predicar sobre los aspectos mas incómodos y oscuros de la maternidad. ¿ De verdad a una mujer le es imposible realizarse profesionalmente siendo madre? ¿La maternidad es tan solo una vieja forma de sometimiento al patriarcado? Y para terminar de complicar las cosas, están apareciendo virulentas reacciones en diversos podcast reivindicando, de nuevo la vieja femineidad. Tartas, hijos fabulosos y goces en Navidad. Lo dicho. Lo importante es la narrativa. Aunque la mejor es la de producción propia bien que ahora sea muy difícil escribirla frente a tanta propaganda y tanto experto suelto.
No se. Quizás doy la brasa con todo esto porque me gustaría tener nietos. ¿ Existe otra forma de trascendencia?. Puede ser. O no. Lo cierto es que la madurez no deja de ser sino el resultado de superar todas nuestras equivocaciones, que jamás dejan de producirse. Y no hay modo de equivocarse con más frecuencia que criando a los hijos. Si, la maternidad (y la paternidad) es una inigualable oportunidad para madurar ( al menos un poco) La pena es que no todo el mundo la aprovecha.