Debo tener el récord de reseñas de libros de Conget, pero con cada publicación constato mi gusto por su prosa: ligera, eficaz y persuasiva, el léxico exacto, un ritmo natural, como de respiración acompasada, y la capacidad de hacer pensar sin nombrar, sin citar esas pedanterías que, con razón, tanto molestan en lo escrito a este autor.
Se publica Egocentrismos en la sevillana editorial Renacimiento, un libro cajón de sastre que recoge los entusiasmos habituales y de la memoria de nuestro escritor zaragosevillano. Yo distinguiría bloques de textos de naturaleza distinta; como Wagner, tiene nuestro autor su leitmotiv: el amor por el cine que vio en su infancia de salas de sesión doble, pasión sostenida a lo largo de toda una vida y obra, películas y más películas lo llevan a confesar una idealización culposa de nuestro extremo Jonvaine, el John Wayne de Hollywood, o una admirada crónica de la vida truculenta en las memorias de Elia Kazan... Nos inocula estos gustos culpables con habilidad, el recuerdo impuesto a los hechos, y los hechos adobando estos recuerdos inmodificables de nuestra infancia, casi genética, las únicas verdades que aceptamos aunque sepamos que son mentiras.
Motivo recurrente son las necrológicas acumuladas de amistades en el mundo de las letras por el paso del tiempo y su Parca, especialmente me resultan emotivas las de Carlos Edmundo de Ory, Ana María Navales y Félix Romeo, porque Conget consigue no transmitir tristeza sino la sensación de pérdida por personas que añadían experiencia al deambular vital, tiene la capacidad de hacernos sentir la presencia de quienes no están pero siguen siendo... la semblanza añorante de Romeo tiene el don de la evocación que, en última instancia, es el único objetivo de lo literario, creo.

Conget repasa irónico, hasta sardónico, sus alifafes de vejez sin querer provocar en ningún momento clase alguna de conmiseración, la cuitas del viejo José María son el escenario de lecturas, anécdotas, amistades, viajes, de compañía con nuestra Maribel Cruzado, traductora, fotógrafa y soportadora del cascarrabias sentimental que es éste prosista único. Resulta una consolación comprobar el mal propio repetido en el ajeno, las descripciones de bibliotecas llenas de ejemplares acumulados para un futuro idealizado en el que lo leeremos todo nos hacen mirar con cariño nuestras paredes saturadas, ese gesto infantil del regalo o la donación de libros cíclica que, admitámoslo, sólo sirve para volver a repletar hasta colmar las baldas de nuevo.
Dejo para el final la parte de memorias, ahí describe la vidilla del taller de costura de su abuela en Zaragoza donde gastó como niño los inviernos y se hizo adolescente, rodeado de mujeres fuertes y débiles cada una a su manera; la viveza mantenida de la descripción prueba la influencia capital en la biografía del futuro escritor. Pero si el libro fuera sólo el relato de la mala vida de ese tío suyo que fue a la guerra (me resisto a llamarla civil, ¿cuándo nos daremos cuenta de que esa nomenclatura da justificación a los asesinos que arrasaron España para apropiársela en todos los sentidos?), sólo esto merecería toda nuestra atención de lectores: no me importa hasta qué punto se mezclan realidad y ficción, no me importa si lo contado es fantasía familiar o historia de nuestro país, la narración sin pausa de nuestro admiradísimo Conget hace que la lectura no pueda parar, es un cuentista más que probado y eficaz pero además, y esto no le gustará a él, la ternura, la profundidad de indagación en la psique del (los) personaje (s) que componen la tragicomedia del tarambana de la casa, construye una imagen del espectáculo humano que elude toda moralina, acusa directo a la maldad y sin embargo no juzga; en las últimas páginas está todo lo que nos condiciona, los hechos ocultos que nos hacen ser lo que somos, las frustraciones y las debilidades, las simplezas que tanto nos complican la vida y que hacen a unas felices, en la consciencia de la idiotez que es todo, y a otros desgraciados ya para siempre en su infantilismo no superado. En todas las familias hay uno de éstos.
José María Conget tiene esa rara capacidad de asimilar su discurso con nuestro pensamiento, sin que uno se dé cuenta sus líneas se hacen conciencia nuestra, su ritmo de palabras se acompasa en resonancia armónica con nuestra realidad, tiene esa llave oculta de la narrativa que sólo unos cuantos consiguen y que hace sentir que son un clásico, porque en ellos se funden forma y fondo, piedra filosofal de la Literatura mayor; la narrativa de Conget contagia el entusiasmo por las cosas, las personas, los sitios, los recuerdos, lo humano, leerlo es como vivir dos veces.
