Hay muchísimos artistas que le deben su éxito y reconocimiento al cine: John Ford, Hitchcock, Coppola, Scorsese… personajes que desarrollaron y sentaron las bases de un arte que vieron nacer —los más veteranos— y que ayudaron a desarrollar —los más jóvenes—. Pero también existen algunos casos contados, en los que es el séptimo arte quien está en eterna deuda con el artista. Es el caso de David Lynch. Y la deuda es clara, el de Montana ensanchó los límites de la creación cinematográfica rompiendo todos y cada uno de sus estándares narrativos. Él no fue ni el primero ni el único, pero seguramente el que lo hizo con más éxito y convicción. A las corrientes o estilos artísticos les sucede como a las enfermedades mentales: al objeto de análisis se le diagnostican una serie de síntomas y se le cataloga, pero lo cierto es que esas categorías suelen quedarse un poco cortas.
Muchas veces se le ha definido como un autor surrealista y desde luego tiene muchos de los síntomas propios de ese estilo, pero su mirada se pierde en un mundo sin reglas donde nunca estamos del todo seguros de sí él mismo es él creador o simplemente, al igual que nosotros, un mero espectador.
Una industria demasiado pequeña
Un total de diez largometrajes le han servido para convertirse en uno de los directores más importantes de la historia del cine. Si algo se le puede achacar a su carrera es que su estilo siempre fue demasiado grande para una industria diseñada con el único fin de entretener. Lynch estaba más preocupado por otras cosas. Su empeño fue el llevar hasta las últimas consecuencias aquella costumbre que inauguró LuísBuñuel al utilizar el cine para representar el subconsciente y los sueños.
Aprender a dormir
El arte de Lynch fue el de invertir la relevancia entre soñador y sueño. El individuo dejaba de ser el protagonista y la atención se fijaba en el mundo onírico, convirtiéndolo en algo tangible y real gracias al poder del cine. Para ver una película de David Lynch hay que aprender a dormir y dejar que sea el subconsciente, libre de cualquier lastre mental, el que disfrute con el misterio que se nos revela, pero no se resuelve. No hay final, no hay moraleja como tampoco la hay en ninguno de nuestros sueños.
Patas arriba
En estos años que han pasado demasiado rápidos Lynch también tuvo tiempo para poner el mundo de la televisión patas arriba. Llenando los hogares de un misterio que no se resolvería nunca. Lynch nos enseñó a mirar de otro modo y los que nos hemos criado viendo sus películas le debemos no sólo el haber agrandado los horizontes del arte, sino el papel que los humanos jugamos en la vida y, sobre todo, en los sueños.