El viernes que llegué al Café Gijón

27 de Mayo de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
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El viernes que llegué al Café Gijón era una tarde soleada, soporífera del mes de mayo, encalada de primavera. Recoletos lucía exangüe y la bandera de Colón se desperezaba al viento. La ciudad seguía su curso y sudaba como si fuera verano. El Café Gijón no entiende de estaciones y ahí estaba para nosotros, como si hubiéramos llegado de nuevo, igual que si lo hubiesen levantado de inicio. La última tarde que estuve allí fue con un profesor de Periodismo, José Julio Perlado, al que debo tantas cosas. Uno abre la puerta del Gijón y allí están Lorca, Alberti, Fernán Gómez, Cela, Umbral.

De este último tomo el título del artículo y del libro que escribió después de pasar largas tardes en él. En esta ocasión eran dos toledanos que trasladaron su corte a Madrid, al centro mismo de las letras, al corazón donde late la tertulia y la palabra. En otras ocasiones fue al revés. Y resultaron ser madrileños o adoptados los que marcharon a Toledo en busca de no sé qué. Y lo encontraron, porque de ahí nace y surge la mítica Orden de Toledo, a la que tantos egregios representantes del Veintisiete pertenecieron. Buñuel, Lorca, Dalí y tantos otros dejaron su impronta por las callejuelas toledanas y el olor a alcohol que rezuma en las piedras de verso y líquen.

Cruz Galdón y José Luis Serrano son dos autores de Toledo, aunque la primera nació en Jaén. Ya decía Gala, para no desvelar que su origen era Brazatortas y no Córdoba, que uno no es de donde nace sino de donde pace. Cruz llegó radiante, con vestido de novias, primaveras y abuelas. Cruz es un canto a su generación, a todas las mujeres que habitan en ella y se deshacen en el lunar que encumbra su cara. Es racial como la vida misma y escribe igual que los ángeles. Yo soy ellas es la demostración de que los cofres hay que abrirlos porque te cambian la existencia. Y que el lirismo se reinventa en aires nuevos con polvos viejos. El trasunto del verso cobra vida nueva en los ribeteados que Cruz grafía.

José Luis Serrano es un tipo serio, aunque si uno lo ve de cerca tiene todos los rasgos para ser un conquistador nato. No se da mucha importancia y esa es su mayor virtud, pero puedes acabar seducido por él y su palabra lánguida y sedosa. Te envuelve como si fueran sábanas de holanda en mitad del campo y ha hecho una novela en que destripa el vientre de una empresa. A ver quién es el guapo que teje una trama así.

Sofía Egea es una joven violonchelista que abraza su instrumento como si le diera un beso de tornillo. Las notas que deslizó su brazo se entrelazaron entre las copas, las miradas y los platos. La música es el lenguaje universal que todo lo alcanza y amansa a las fieras. Sofía toca el violonchelo como quien toma a su amante y es capaz de extraerle un último y sutil gemido. Así quedaron las almas después de tanto.

El viernes que llegué al Café Gijón fue el triunfo de la voluntad y el talento personificados en dos figuras noveles de la literatura. Cruz es la fuerza de los caballos, yegua desbocada entre olivares y morenos trigos. José Luis, la sapiencia, la calma, el estribo, la lengua y los sentidos que mecen y envuelven. Los dos juntos hacen buena pareja literaria, porque se atraen tanto como la diferencia de sus estilos. Por mi parte, yo sentía que a Umbral lo tenía en el cogote y también sus palabras. Escribo para sentirme vivo. Larra, Ramón, Valle, Quevedo, Ruano. O sea.

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