Getafe Negro: la sombra blanca de Domingo Villar

30 de Octubre de 2024
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Luis Alberto de Cuenca y Lorenzo Rodríguez Garrido.

Estamos en la Leguina, una de las bibliotecas que acoge y apoya siempre al Festival. Fue aquí donde vi por última vez a Domingo Villar. Compartí estrado con él. Junto a nosotros en el escenario estaba Lorenzo Rodríguez Garrido, Lorenzo el Joven. Lorenzo Silva vino a vernos como público. El tema, el pretexto, de la mesa que nos reunía en la Leguina, era la amistad. Elogio de la amistad en tiempos oscuros. 2021. Domingo hizo mutis unos pocos meses después. Nunca he aceptado su ausencia. La magia de la literatura debería poder lograr que siguiese  vivo; se puede hacer y sé como hacerlo, pero hasta hoy me han fallado las fuerzas; y aunque hoy, mientras escribo, renuevo mi voluntad de acometer el proyecto, también soy consciente de que quizá la energía necesaria para hacer la magia siga sin llegar. Ni Lorenzo el Joven, ni Lorenzo el Viejo ni yo, volvimos a ver a Domingo Villar después de aquel día. Le recuerdo contento y relajado, hablando de vinos y de como le gustaba leer sus cuentos a los amigos; transmitiendo alegría de vivir. Le iba fenomenal: El último barco, la tercera novela de la serie protagonizada por Leo Caldas, navegaba viento en popa a toda vela por el proceloso océano del mercado literario.

-Sabía que ibas a estar aquí -me dice Lorenzo el Joven.

Esta vez no estoy en el escenario, acudo como público, y aunque sé que la sombra de Domingo, su sombra siempre blanca, también estará con nosotros, lo que me he contado a mí mismo era que junto a Lorenzo Rodríguez Garrido iba a estar nada menos que Luis Alberto de Cuenca, el mayor poeta vivo en lengua española y uno de mis mejores y más queridos amigos. Y yo iba a ir simplemente para verlos, y escucharlos, a los dos. Me gusta la foto -un solo disparo- que he pedido en el periódico utilicen para encabezar este artículo. Están geniales los dos. Escribí a Silva para preguntarle si él también iba a venir; dos veces le escribí, para asegurarme que su respuesta pudiera ser: sí. Y allí estaba a mi lado, en primera fila, viendo dirigir a Lorenzo el Joven y recitar a Luis Alberto.

-Cuando Luis Alberto recita sus poemas se para el mundo -dice Silva, en voz alta y clara para que todo el mundo pueda escucharlo.

Y, en efecto, el mundo entra en pausa y la biblioteca Joaquín Leguina, protegida por el entusiasmo y la eficacia de su subdirectora, María Teresa Sánchez Avendaño, se transforma en un oasis. Un oasis donde todos somos felices. Placenteramente felices. Durante una hora y media. La sombra blanca de Domingo. Un ejemplar de la primera edición original, la americana, de El Largo Adiós de Chandler; el más bello canto a la amistad jamás escrito. El reconfortante aliento de la amistad. La literatura, ese lugar donde nadie llega a morir del todo, porque si parece que ha sucedido el autor siempre puede recurrir a sus poderes ilimitados y volver a resucitar a quien quiera y haga falta, a Sherlock Holmes o a Domingo Villar disfrazado de personaje de ficción.

Mis queridos amigos: Lorenzo, Lorenzo, Luis Alberto, Domingo. Aunque lleve mil años muerto mi amor jamás os traicionará.

Luis, Alberto, Lorenzo y Javier Puebla
Luis, Alberto, Lorenzo y Javier Puebla

 

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