El historietista de Milán, sin embargo, parece ajeno a la suerte de sus compañeros de generación, y transcurridos ya varios años desde de su fallecimiento, el interés por su legado parece que va en aumento, debido fundamentalmente al ímpetu entusiasta de su gran amigo Michel Jans y ÉditionsMosquito, que llevan desde el año 1997 publicando su obra para el público francés en una serie de primorosos álbumes que muestran la espectacular evolución que tuvo su estilo a partir de mediados de los años setenta.
Diez relatos en blanco y negro, ordenados cronológicamente, componen la última recopilación en castellano que ha editado Ponent Mon del autor italiano, basándose en tres de estos libros: Krull (2009), Un Dieu mineur (2011) y Ogoniok (2013). Dos elementos destacan fundamentalmente a lo largo de todos ellos: el primero es la sorprendente composición de las páginas, realizada, más que con viñetas, con ilustraciones combinadas de una forma tan elegante como sorprendente; el segundo, un férreo control del guión, que a pesar de dar la impresión de estar subyugado por la poderosa fuerza que desprenden los dibujos, fluye, casi invisible, enhebrando todas estas páginas de una manera casi mágica.
Con todo ello, hay determinadas viñetas que desprenden por si solas una fuerza casi explosiva: la forma en la que se presenta la Tornaq al esquimal de Aioranguaq; la foca que sentencia a Kiryl en el relato que presta nombre al libro o la mirada de la siniestra muñeca de Puppenherstellerstrasse 89 son sólo algunos ejemplos de ello, viñetas que se pueden calificar verdaderamente como pequeñas joyas del noveno arte.
La temática de los relatos es bastante heterogénea: hay historias fantásticas con un toque siniestro (Krull, Puppenherstellerstrasse 89, Hortuge, Pribiloff 1898), otras que nos sitúan en el plano de los seres inmortales (Dios menor, El rey y el cuervo, Setas), hombres que viven en parajes desolados (Aioranguaq, Transiberiana), viajes a lugares ignotos (Kas-Cej)... Suceden en un pretérito no muy distante, ni lo suficientemente lejano para que las historias se nos hagan ajenas, ni lo bastante cercano como para ubicarnos de forma cómoda en ellas.
Salvo los cuentos ambientados en Europa central, todas las historias nos remiten a lugares remotos (el Polo, Siberia, el Hilmalaya, la taiga) o se sitúan en localizaciones indeterminadas. Esos parajes solitarios, bellamente ilustrados, ahondan en la sensación de soledad que envuelve al lector a medida que se interna en el áspero universo que recrea Sergio Toppi.
La figura del autor italiano se agiganta después de la lectura de este conjunto de relatos. Os invito a continuar profundizando en su obra con la serie de álbumes que publicó la extinta Ninth Ediciones hace un par de años, pero que todavía se pueden encontrar en Amazon o en algunas librerías especializadas.
La calidad de la edición de Ponent Mon es espléndida, aunque el tamaño del álbum es ligeramente inferior al que publica Mosquito, cualidad que es indispensable para poder leer este tipo de cómic. Parece ser, además, que la editorial que dirige Amiram Reuveni podría recuperar el año que viene parte de la obra del gran Dino Battaglia. Habrá que estar pendiente.