El reencuentro temporal de tres hermanos que se promete reparador tras la muerte de sus padres torna hacia un lugar inesperado y siniestro debido a un incidente brutal que provoca un giro brusco a las charlas y el lento transcurrir de los días entre los pinos, eucaliptos y humedales del bosque mítico que recorrieron todos ellos de niños. El jurado que ha otorgado por mayoría el Premio de Novela Café Gijón destaca de esta obra su “indudable solvencia formal y de innegable vuelo estilístico, que indaga en asuntos como el desarraigo, la frontera entre razón y locura o las servidumbres y miserias familiares al tiempo que perfila el marco de un dilema moral”. Y augura al lector: “Os enamoraréis de la voz de Lola”, uno de los tres hermanos junto a Juana y Andrés, de vidas y trayectoria profesionales completamente diferentes entre sí. María Fasce (Buenos Aires, 1969) conoce de primera mano el siempre proceloso universo editorial como directora literaria de Alfaguara, Lumen y Reservoir Books, y también ha trabajado como traductora, periodista y crítica literaria y cinematográfica.
El jurado que le ha concedido el prestigioso Premio de Novela Café Gijón destaca la “indudable solvencia formal” y el “innegable vuelo estilístico” de su novela. Un salvoconducto nada despreciable para poder navegar con solvencia en el siempre complicado microcosmos de la literatura, ¿no cree?
Estoy muy agradecida al jurado, desde luego, pero si debo ser sincera, me enorgullecen más los comentarios de algunos lectores que me dicen que se han emocionado, o que no han podido soltar la novela. Es como si para elogiar una obra arquitectónica dijéramos que “está muy bien construida”. Pienso en el acueducto romano de Segovia: es una obra que conmueve, que produce la sensación paradójica de que piensas que va a desaparecer de un momento al otro, y, al mismo tiempo, de que va a durar para siempre, cuando tú ya no estés. Bueno, modestamente, busco eso al escribir. Y pienso eso de los libros que admiro y a los que quiero parecerme.
“El humor acentúa el dramatismo y al mismo tiempo lo vuelve digerible”
También promete el jurado que el lector se enamorará de la voz de Lola, una de las protagonistas. ¿Por qué?
Eso sí me ha gustado mucho. Cuando uno logra “entrar” en un libro, en una historia, esa historia de queda con uno incluso cuando uno cierra momentáneamente el libro: esa voz que cuenta -la de Lenù en La amiga estupenda; la de Humbert Humbert en Lolita; la de Annie Ernaux en Pura pasión- te persigue en el baño, en el trabajo, en el metro… Algo similar sucede cuando estamos enamorados: no podemos quitarnos a esa persona de la cabeza, hagamos lo que hagamos. Es formidable que una novela, gracias a la voz de la protagonista, produzca ese estado. Lo tomo como un gran elogio.
Los hermanos protagonistas de su historia, ¿en qué situación llegan a este reencuentro familiar tras la pérdida de sus padres?
Esa es parte de la intriga que el lector tendrá que desvelar desde la primera página, junto con la razón del crimen que abre la novela. Y para ello tendrá como guía la voz de Lola: esa narradora poco fiable, que llevará al lector hacia el pasado para poder desentrañar el presente. Ese hombre tendido en el barro inmóvil que aparece en la primera escena, será su amante, su secreto, y la víctima. Me gusta que cada hermano guarde un secreto, y que el lector no acabe hasta el final de definirlos. Que haya giros en la evolución de cada uno y que esos giros introduzcan un giro en la intriga, como enseñaba Patricia Highsmith. Espero haberlo logrado.
De fondo, el atropello de un vecino será el detonante que destape la caja de Pandora. ¿Toda familia camina más o menos unida en el alambre hasta que se prende la mecha y todo salta por los aires?
Así es. Pasa en todas las familias, es algo que me cuentan los lectores. Esos secretos sepultados que se convierten en tumores y es necesario extirpar, tarde o temprano. La mecha que hace saltar todo por los aires puede ser una herencia material sin testamento: los hermanos no se están peleando por una casa; quieren hacer justicia postmortem para saldar las injusticias de los padres, las etiquetas que nos han pegado y que marcaron nuestra vida: el hijo débil (“pobrecito”), la hija perfecta…
“Buscar la profundidad y que lo complejo resulte sencillo, que el lenguaje no se note, pero que a veces deslumbre: ese es mi objetivo”
No son pocos los temas que aborda en El final del bosque, pese a su en apariencia sencilla trama basada en un reencuentro familiar de tres hermanos en el pueblo de su infancia. Ensamblarlos todos ellos en su justa medida no parece fácil, aunque su estilo lo haga parecer al lector. ¿Orgullosa del resultado final?
Qué feliz me hace esa observación: “Parece fácil”. Buscar la profundidad y que lo complejo resulte sencillo, que el lenguaje no se note, pero que a veces deslumbre; algunas sorpresas de estilo, y sorpresas en la trama y en los personajes: ese es mi objetivo. Nunca estás segura de haberlo logrado. Pero tengo un respeto enorme por la crítica literaria, al igual que por los comentarios de los lectores, y esta vez ambos coinciden. Así que estoy orgullosa, sí. Y ahora tengo el desafío de empezar de nuevo y volver a lograrlo, pues con cada novela hay que volver a aprenderlo.
Desarraigo, cuitas familiares nunca resueltas, el silencio como manto supuestamente protector, incluso el humor y la ironía como parapetos defensivos… ¿Qué reflexión definitiva sobrevuela sobre El final del bosque?
Sí, el humor es muy importante. El humor acentúa el dramatismo y al mismo tiempo lo vuelve digerible. “Puedo contar las cosas más terribles con tal de hacerlas divertidas”, decía Lucia Berlin. Yo busco historias, historias que atrapen y emocionen, y los temas no los busco pues van conmigo “fatalmente”, como diría Borges. Desde luego no busco un mensaje. Pero al terminar la novela me di cuenta de que ese bosque podía ser también la metáfora del vientre materno: por eso “El final del bosque”, porque hay que salir de allí, hay que dejar atrás ese estigma que te han dejado tus padres, consciente o inconscientemente. Podemos seguir autodisculpándonos y explicando nuestros errores y problemas por la herencia emocional familiar, o podemos decirnos: muy bien, así fueron mis padres, y eso han hecho conmigo, ¿pero qué hago yo conmigo mismo a partir de ahora? Lo que cuenta es que nuestra historia no tiene final aún, y ese final depende de nosotros.
Su dilatada trayectoria profesional como escritora y directora literaria, ¿sirven de acicate para su autoexigencia en cada nuevo proyecto literario personal?
La exigencia me la ponen los libros a los que quiero parecerme: Murakami, Carrère, Borges, Ferrante, Ernaux, Chéjov. Como editora sé muy bien que el triunfo o el fracaso de un libro está ligado muchas veces al azar: he visto libros geniales no tener éxito, y otros sí tenerlo. De modo que escribes sin pensar en eso, pero sí con la ambición de escribir una novela que merezca estar en el mismo estante de los autores que acabo de citar.
¿No siente también del mismo modo el pavor o el respeto ante el folio en blanco y la comparación con otros novelistas?
Ese es un mito que hay que erradicar de una vez por todas. No existe “el folio en blanco”, ni el pavor ante él: no puedo imaginarme a ningún escritor -o ninguno que admire- delante de un folio en blanco. Escribes robándole horas a tu trabajo, a tu familia, a tus amigos: cuando por fin te sientas a hacerlo lo que haces es llenar folios, líneas y líneas, y tachar, y seguir escribiendo. Escribes porque tienes una gran historia que debes sacarte del cuerpo. Y si no la tienes, no escribes: lees, paseas, viajas, bailas. Y en cuanto a los otros novelistas, los que admiro, son mi guía y a ellos me encomiendo. En Los cuatrocientos golpes Antoine Doinel tenía una foto de Balzac en un altarcito y le prendía una vela… Mis autores admirados son como los santos para mi madre: los tengo de lomo y de frente a mis espaldas, y siento su mirada exigente mientras escribo.
