Españoles del Siglo de Oro en Camboya

29 de Enero de 2025
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Camboya

Imaginamos a nuestros antepasados de los siglos imperiales en Italia, Flandes, México, Perú…. No en la península de Indochina. Hoy nos cuesta asimilar que sus ambiciones alcanzaran unas tierras tan remotas, sobre todos si tenemos en cuenta sus precarios medios de transporte. En Conquistas prohibidas: españoles en Borneo y Camboya durante el siglo XVI (Biblioteca Castro, 2024) se recopilan múltiples textos relacionados con los proyectos hispanos en la zona, desde cartas a relaciones de viaje y memoriales. Aunque suene a tópico, en esta ocasión es plenamente cierto: disponemos aquí de la materia prima para muchas películas y series de aventuras. Sobre todo porque, como hubiera dicho el historiador Antonio Domínguez Ortiz, desplazarse a esta región del planeta por aquel entonces equivalía a lo que sería, en el siglo XX, ir a la luna. Igual de arriesgado. Igual de épico.  

Los españoles no se contentaban con poseer las islas Filipinas. Querían más. Los miembros del clero, por ejemplo, soñaban con tierras nuevas en las que multiplicar las conversiones. Sin embargo, las expediciones a Borneo y Camboya no sirvieron para nada. Solo para contribuir a generar una documentación que hoy es indispensable para escribir la historia de esos territorios, sobre los que no han sobrevivido crónicas autóctonas contemporáneas. De Camboya sabemos, por un cronista hispano, que era un reino donde había “mucho algodón, mucha seda, mucho incienso (…), muchísimo arroz”. Ese mismo autor también nos consigna la abundancia de población y las múltiples pagodas, “que son como monasterios”. En este caso, como en tantos otros, los españoles trataban de explicar cómo era una realidad nueva a través de comparaciones con lo que les resultaba familiar.   

¿Quiénes acudieron a unas tierras tan increíblemente lejanas? Solo los desheredados de la fortuna, aquellos que nada tenían que perder y que, por eso mismo, estaban dispuestos a arriesgar la vida en una travesía interminable para llegar a una región donde el clima podía convertirse en una trampa letal. En Oriente hallaron un mundo socialmente muy complejo en el que tuvieron que relacionarse también con musulmanes, a los que se referían en términos profundamente despectivos: “la secta de Mahoma”. Mientras tanto, rivalizaban con los portugueses, que les eran “muy contarios en todo”.

Como acostumbraban a hacer, los españoles esgrimieron motivos religiosos para justificar su expansionismo. Uno de sus gobernadores, en carta al sultán de Borneo, afirmó que su rey, Felipe II, enviaba a los castellanos por todo el mundo para anunciar al verdadero Dios. El monarca asiático, por tanto, debía admitir a los predicadores occidentales e impedir que nadie propagara el Islam. La razón, desde su particular óptica, estaba muy clara: solo los cristianos practicaban la religión verdadera.  

Es precisamente el servicio a Dios, junto con el servicio al Rey, el argumento que se esgrime para tomar la isla de Formosa. La cuestión se trata en un Consejo de Guerra que tiene lugar en Manila, el 22 de junio de 1597. Se trata de evitar que los japoneses se adelanten a la hora de ocupar aquella zona. ¿Misión posible o imposible? No todos lo veían claro. Todo dependería de cuantos hombres se movilizaran y de los pertrechos que tuvieran a su disposición.

El caso es que, entre los españoles, existía la conciencia de que los españoles habían acometido grandes hazañas y que merecían que los cronistas consignaran sus glorias, igual que Homero, Tito Livio o Plutarco habían inmortalizado a los héroes de la Antigüedad. Esto es justo lo que dice Fray Gabriel de San Antonio en su Breve y verdadera relación de los sucesos del reino de Camboya. Pero, como él mismo puntualizada, lo importante no es solo la posteridad. Había que dejar bien acreditados los acontecimientos para que Rey premiara el heroísmo de sus vasallos.

La Biblioteca Castro, con la edición de este libro, nos proporciona una herramienta fundamental para aproximarnos a una parte aún poco conocida del imperio hispánico. Nos adentramos así en la complejidad de la relación con el Otro. Un vínculo, como comprobaremos fácilmente, hecho de sombras y también de luces. A un lado está la intransigencia religiosa. Al otro, expresiones sincera admiración ante una civilización que despertaba, con sus maravillas, el asombro del observador europeo: “De lo visto en esta relación consta de la grandeza, de la abundancia y opulencia de los reinos de Cochinchina, Tunquín, Cachán y Sinoá, y de los reinos de Champá y Sian, que compiten con todo lo bueno que tienen América, Europa y África”.

Unas veces, los españoles justificaban su derecho a hacer la guerra. Otras, sus autoridades exigían que los indios -así llamados porque estaban en las Indias Orientales- no recibieran malos tratos, ni de obra ni de palabra. Los motivos de estas órdenes respondían, en parte, a cuestiones egoístas. Si los españoles abusaban de los “naturales”, podía muy bien suceder que estos huyeran y les dejaran abandonados en algún lugar donde tuvieran “mucho trabajo y necesidad”. En mundo donde, obviamente, no existía el GPS, uno no podía permitirse el lujo de estar a malas con quien si conocía la geografía local.  

                                            

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