Murió en el exilio de Roma una década después de salir huyendo de un país que rezumaba república por sus cuatro puntos cardinales, y después de haber apostado abiertamente por una dictadura, la de Miguel Primo de Rivera, que abrió paso a una de las etapas más ilusionantes de la historia contemporánea de este país, que directamente desembocaba en mostrarle el camino del exilio a un monarca que en ningún momento supo pulsar realmente las necesidades de su pueblo, del país en el que reinó durante 44 largos y tumultuosos años. Los claroscuros del reinado de Alfonso XIII, bisabuelo del actual monarca español, Felipe VI, son abordados sin tapujos por el historiador Javier Moreno Luzón en la contundente y definitiva biografía El rey patriota (Galaxia Gutenberg).
Es muy difícil no caer en la tentación de plantear claros y numerosos paralelismos a todos los niveles (personales, políticos, sociales…) entre Alfonso XIII y su nieto Juan Carlos I pese a vivir dos épocas bien diferentes de la historia contemporánea de España. ¿Por qué ocurre esta comparación?
Ambos personajes comparten algunos rasgos, de personalidad y comportamiento: simpatía y popularidad; aventuras extramatrimoniales, que en el caso de Alfonso XIII no dañaron su imagen pública y en el de Juan Carlos I sí, por el cambio de clima social acerca de estos asuntos; y, algo con un mayor peso político, la implicación en escándalos de corrupción, a propósito de comisiones obtenidas por la gestión de concesiones o de fraude fiscal. Sin embargo, entre ellos también hay diferencias substanciales, que definen sus respectivos perfiles políticos: Alfonso XIII fue un rey muy activo en la vida política y partidista, no aceptó nunca un papel meramente representativo o ceremonial, y tampoco la transición de la monarquía constitucional hacia una monarquía parlamentaria; mientras que Juan Carlos I cedió los amplios poderes heredados de Franco y se convirtió, con la Constitución de 1978, en un monarca parlamentario con funciones muy reducidas, uno de los que tenían menos poder en Europa. Es más, ante sendos golpes de Estado, en 1923 y 1981, adoptaron posturas contrarias.
La historia aceptada por el momento sitúa a Alfonso XIII como gran valedor y cómplice de la dictadura militar de Primo de Rivera y de su nieto enfrentándose a esa posibilidad durante el 23-F. ¿Es ya una realidad inamovible para los libros de Historia o hay margen aún para cuestionar esta ‘foto fija’?
Conozco mejor el caso de Alfonso XIII. Su actitud ante el golpe encabezado por el general Primo de Rivera en septiembre de 1923 resultó decisiva para su triunfo y el subsiguiente establecimiento de una dictadura, que después disfrutó durante años de su respaldo. Sólo estaban ligadas al pronunciamiento algunas unidades militares, la mayoría quedaron a la espera de lo que decidiera su comandante supremo, que según la Constitución de 1876 era el rey. Y don Alfonso, lejos de apoyar al gobierno constitucional frente a los golpistas, dejó pasar el tiempo y terminó por dar el poder a Primo de Rivera, al frente de un inédito directorio militar. Poco más tarde, violó la Constitución abiertamente al no convocar Cortes en el plazo previsto. Sabemos que el rey conocía a grandes rasgos los preparativos del golpe, pero lo más importante fue su postura a la hora de la verdad, cuando propició su victoria. En el caso de Juan Carlos I, fuera cual fuera su opinión antes del 23-F, en el momento clave, y quizá influido por lo ocurrido a su abuelo –al que el compromiso con la dictadura le costó el trono—, salió a defender el orden constitucional. En el estudio de la historia no hay nada definitivo, no hay fotos fijas, siempre pueden aparecer nuevos documentos y enfoques que cambien la interpretación dominante. Y el debate es, además de inevitable, muy positivo para avanzar en el conocimiento del pasado.
“Alfonso XIII era simpático, pero a la vez resultaba superficial, casi frívolo, a cada interlocutor le decía lo que él creía que quería oír, cayendo a menudo en contradicciones”
De entrada, Alfonso XIII llegó al trono como supuesto salvador del país tras una situación agónica. Tres décadas después tuvo que exiliarse. ¿Mala gestión del trono, ineptitud o un poco de todo ello y algo más?
Alfonso XIII evolucionó, y mucho, a lo largo de su reinado efectivo, de casi treinta años. Impresionado por el desastre del 98, que desencadenó una profunda crisis de identidad nacional, asumió con entusiasmo sus facultades constitucionales en 1902 y se convirtió en un actor que despertaba grandes esperanzas entre diversos sectores políticos. Así, convivió con proyectos regeneracionistas de derecha e izquierda, desde el conservadurismo católico hasta el liberalismo avanzado. Incluso hubo ciertos momentos en que parecía cercana la participación en los gobiernos monárquicos de los republicanos reformistas, que confiaban en la transformación democrática de la monarquía. Pero el impacto de la Gran Guerra, y sobre todo de la revolución rusa de 1917, decantó en un sentido más cerrado las ideas del rey y la orientación general del reinado. Desde entonces, Alfonso XIII se decantó por las fuerzas derechistas y contrarrevolucionarias, selló un pacto con la Iglesia católica y, lo mismo que ciertos sectores militares, se aproximó a soluciones autoritarias. Incluso pensó en erigirse él mismo en dictador. Eso le llevó a respaldar a Primo, como decía antes, lo cual le hizo incompatible, de cara a la opinión pública, con la llegada de la democracia, pronto identificada con el republicanismo. Las elecciones municipales de abril de 1931 se vieron como un plebiscito monarquía-república, y su resultado se interpretó por casi todos como una derrota del rey. Más que sus ineptitudes o sus torpezas, que también las hubo, fue esa evolución la que condujo a su descrédito y a su exilio.
Su biografía no es en absoluto complaciente y traza un perfil implacable del monarca. ¿Cuáles de sus cualidades o defectos concretos fueron los causantes directos de que acabara su reinado como acabó?
Como he señalado antes, el final del reinado culminó un proceso complejo y largo, que además no dependió por completo del rey, que era poderoso pero no todopoderoso. Sus principales defectos podrían contemplarse como el reverso de sus virtudes: era simpático, pero a la vez resultaba superficial, casi frívolo, a cada interlocutor le decía lo que él creía que quería oír, cayendo a menudo en contradicciones; tenía una inteligencia rápida y aguda, pero poca afición por la lectura o el pensamiento político de cierta profundidad; le gustaba el regate corto en la vida política, eso que se llamó el borboneo, que jugaba con varias opciones y a menudo dejaba agraviados por el camino; fue muy popular, pero la popularidad no significaba necesariamente una amplia legitimidad, pues terminó por enajenarse a buena parte de la opinión pública con sus tendencias autoritarias.
Titula su libro como “El rey patriota”. ¿Qué tuvo de patriota Alfonso XIII realmente? ¿Cuánto hubo de pose en el reinado de Alfonso XIII y cuánto de verdadera entrega institucional a la nación?
Como otros monarcas en la época contemporánea, Alfonso XIII justificó sus acciones empleando el lenguaje del nacionalismo: todo lo hacía por la patria, sin pensar más que en su bienestar y progreso, él representaba a España tanto en el interior como en el exterior y entendía mejor que nadie lo que deseaba su pueblo. Según diversos testimonios, como sus tempranos diarios de adolescente, se creyó imbuido de la misión providencial de salvar a España, se fiaba más de los militares que de los políticos civiles y siempre quiso ser un protagonista destacado en la brega política. Valoraba las herramientas de la monarquía escénica, que a través de grandes espectáculos –bodas, viajes, centenarios, desfiles, exposiciones– fusionaban en todas partes a los reyes y emperadores con sus respectivas comunidades nacionales. Pero no se conformó con ser un símbolo nacional, deseaba dejar huella como rey patriota y, en vez de abandonar poco a poco el ejercicio del poder para ser un emblema situado por encima de los conflictos cotidianos, como hicieron otros monarcas de la Europa occidental y del norte, prefirió implicarse en las luchas partidistas, lo cual no favorecía su aceptación por el grueso de la ciudadanía. Además, su trayectoria dejó atrás los proyectos nacionalistas liberales para abrazar un españolismo reaccionario y militarista, que excluía a buena parte del país. Algo similar a lo que hicieron los reyes en otras partes del sur y el este de Europa en el periodo de Entreguerras, de Italia a Yugoslavia o Grecia. Es decir, el rey patriota no consiguió ser el rey de todos los españoles.
“En el estudio de la historia no hay nada definitivo, no hay fotos fijas, siempre pueden aparecer nuevos documentos y enfoques”
¿El gran tiro en el pie –él, tan aficionado a la cinegética– se lo dio definitivamente cuando abrazó sin ambages la dictadura de Primo de Rivera?
Hablar de tiro en el pie nos remitiría a otros miembros de la familia real española. Pero, sin duda, ese abrazo a la dictadura contribuyó de un modo notable, como he dicho, a la pérdida de legitimidad de la monarquía y al deterioro de la propia imagen del rey. Las diversas oposiciones a Primo de Rivera, que a su caída desencadenaron una intensa y rápida movilización antialfonsina y republicana, perdieron el respeto a Alfonso XIII, con caricaturas que lo ridiculizaban y acusaciones de perjuro, tirano y corrupto. Nada más alejado de un monarca respetado como símbolo nacional. El propio Alfonso se dio cuenta de su situación y sufrió un cierto desánimo, aunque quiso volver al orden constitucional y hasta aceptó duras condiciones de los políticos liberales. De nada le sirvió, pues se quedó solo, pues ni siquiera el ejército se mostró dispuesto a defenderle frente a la gente que celebraba en la calle la victoria electoral de los republicanos y socialistas. No le quedó otro camino que el destierro, que fue definitivo.
Su fascinación por la Legión y Millán-Astray, su impulso del Corazón de Jesús, su defensa a ultranza de los africanistas y sus métodos, sus vínculos directos con la Iglesia católica… ¿En qué medida ayudó Alfonso XIII hasta el final de su reinado a prender la mecha de la división ideológica que se vivía en el país y que degeneró en la cruenta guerra civil?
Alfonso XIII, en la segunda mitad de su reinado, actuó en sintonía con el ala más reaccionaria de la Iglesia católica, que el rey consideraba un baluarte fundamental frente al posible peligro de una revolución. Tuvo uno de sus emblemas en la consagración por parte del monarca de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, supuesto centro geográfico de la Península Ibérica, en 1919. Un hito que no pasó desapercibido a nadie, pues suponía una alianza explícita con los sectores confesionales y antiliberales de la sociedad española, y del que don Alfonso presumió hasta su muerte. En el ejército ocurrió algo similar. El rey se consideraba sobre todo un soldado y ejercía con plena libertad sus poderes sobre las fuerzas armadas. Ante las divisiones internas entre junteros y africanistas, terminó por inclinarse hacia estos últimos: tanto Millán-Astray como Franco, jefes de la Legión, recibieron honores y eran, sin duda, oficiales alfonsinos. El rey compartía sus valores guerreros y racistas. Dado el papel que representaron la Iglesia y el ejército colonial en la guerra civil de 1936-39, podríamos pensar que el germen de la misma se hallaba en los años finales del reinado de Alfonso XIII. Pero su estallido no estaba predeterminado entonces, y las cosas pudieron ocurrir de otro modo.