Anzu y el reino de la oscuridad: Viaje al inframundo para toda la familia

17 de Enero de 2025
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Anzu y el reino de la oscuridad Viaje al inframundo para toda la familia

No acostumbro a escribir sobre cómic infantil y juvenil; y no es porque no me guste, todo lo contrario. No olvidemos que en su edad de oro el cómic iba dirigido principalmente a todos aquellos chavales y chiquillos, rapaces y arrapiezos, a los que el texto sin ilustraciones se les hacía bola: un repertorio de clásicos básicos, piedras angulares del noveno arte, que comprende desde Little Nemo hasta Tintín, pasando por Spirou y el capitán Trueno. Pero luego llegó la novela gráfica, con su vocación de alta cultura, y bajo el influjo de Stan Lee los superhéroes se hicieron adultos. Hoy en día hay una clara escisión entre cómic para menores y cómic para mayores, y se echan de menos en el mercado títulos capaces de satisfacer a ambos públicos (una honrosa excepción es la fabulosa serie Kaya de Wes Craig, que Norma está publicando en nuestro país). Hay que tener en cuenta que un cómic infantil se enfrenta a una crítica especialmente exigente, pues no solo se espera de él que sea un buen cómic en todos los sentidos, sino que además se adecúe al nicho etario al que va dirigido. A consecuencia de esta segmentación, encontramos muchos autores y editoriales que, a la caza de la oportunidad, publican cómics que reúnen los requisitos exigidos a todo libro infantil (facilidad de lectura, mensajes positivos…) pero dejan mucho que desear en tanto cómics, lo cual a la larga le hace un flaco favor al sector. Dicho esto, en las últimas semanas he oído a algunos compañeros hablar bien de Anzu y el reino de la oscuridad, de Mai K. Nguyen, un cómic publicado por La Cúpula en su línea infantil, Brúfalo, y me he lanzado a leerlo y diseccionarlo. Veamos si merece recomendarse para niños, para adultos, para todos o para nadie.

Anzu y el reino de la oscuridad cumple las especificidades requeridas en un cómic infantil ya desde el mismo formato de edición: un tomo que pese a sus doscientas sesenta y pico páginas resulta cómodo, manejable y ligero, amén de visualmente atractivo desde la primera ojeada. El trazo de Nguyen es sólido, sus composiciones de página son equilibradas y sus personajes son expresivos, aunque a veces sus posturas resultan algo agarrotadas y se echa de menos algo más de dinamismo. Ya desde la cubierta llama la atención al lector el uso de un rango cromático limitado: una paleta de tonos asalmonados, violáceos y verdosos que confieren un carácter muy distintivo al mundo fabuloso en el que se desarrolla la historia. El recurso de la tricromía no solo funciona muy bien, sino que está de moda: véanse a Jillian Tamaki en Roaming o a Léa Murawiec en El gran vacío. Y en el caso de un cómic infantil, como el que nos ocupa, resulta una apuesta muy interesante, en tanto reacción frente a la habitual tendencia de captar la atención de los niños abusando de colores flúor y estridentes. El particular discurso cromático de Anzu y el reino de la oscuridad, en las antípodas de Hora de aventuras, me resulta personalmente muy atractivo.

¿Y de qué va? Pues veréis, trata sobre las aventuras de Anzu, una niña de ascendencia japonesa que se pierde en el campo y, a través de una puerta mágica, accede al inframundo del folklore nipón: el Yomi, un lugar poblado por toda suerte de yokai, duendes, espíritus y dioses de la tradición sintoísta. Con la ayuda de algunas de estas criaturas, la niña tratará de encontrar el camino de vuelta a su mundo. ¿Os suena de algo? No hace falta ser muy friqui para reconocer que estamos ante una réplica de El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki, que no en vano es todo un hito en el actual imaginario colectivo de lo fantástico. He aquí el gran problema de Anzu y el reino de la oscuridad: su inevitable comparación con una obra maestra del calibre de El viaje de Chihiro. En sí, el cómic de Nguyen es una ficción atractiva y bien contada, pero palidece por agravio comparativo al medirla con la cinta de Miyazaki, alimento de los sueños de toda una generación de espectadores. Cuando las referencias son tan obvias, es preciso hilar muy fino para poner en valor la nueva propuesta como una obra original con personalidad propia.

En el caso de Anzu y el reino de la oscuridad, la autora busca marcar la diferencia poniendo en el centro de la historia la figura de un personaje malvado: la diosa Izanami, que aparece aquí como la bruja que todo cuento necesita. Si bien el inframundo de El viaje de Chihiro era un mundo de fantasía ajeno a cualquier consideración moral (y esta es parte de la fascinación que ejerce), el que visita Anzu está, en cambio, fuertemente polarizado. La trama se articula en torno a una lucha entre buenos y malos: la deidad engañosa que conduce a los niños a la muerte vs. la dulce protagonista que se enfrenta a ella disparando un arco mágico: “solo aquellos con un corazón virtuoso e intenciones puras pueden lanzar la flecha para derrotar cualquier mal”. El desarrollo del argumento resulta, por tanto, decepcionantemente maniqueo y previsible. Nos equivocamos si creemos que esta ausencia de matices es requisito para una historia dirigida a los niños; por el contrario, los mundos más representativos de la literatura infantil son tierras de ambigüedades, un tanto perversas si me apuráis, donde el bien y el mal son relativos: Oz, Nunca Jamás, o ese insuperable País de las Maravillas de Lewis Carroll, poblado por criaturas tan chifladas como amorales. Otro de esos entornos atemporales es el reino de Fantasía de Michael Ende, del que también encontramos algún eco en el Yomi de Anzu y el reino de la oscuridad: al igual que Bastián en La historia interminable, durante su estancia en el otro mundo la protagonista va perdiendo poco a poco sus recuerdos de la vida real, y cuando pierda el último no tendrá posibilidad de regresar.

La polarización buenos-contra-malos que encontramos en este cómic puede justificarse en una doble lectura: en el fondo, la catábasis de Anzu es un viaje interior en el que ella ha de luchar contra sus propios demonios. Es una niña que se siente fuera de lugar, que no consigue superar su timidez, que es carne de bullying en el patio del cole. A lo largo de la historia, descubrimos que ha sido su propio deseo de desaparecer lo que le ha abierto las puertas del inframundo, precipitándola en las garras de la malvada Izanami (ojo, que si vamos más allá de la metáfora estamos hablando de suicidio infantil, una temática delicada donde las haya). Y aquí viene el mensaje positivo que nos lanza la autora: Anzu debe empoderarse, creer en sí misma y seguir a su corazón para así vencer a los monstruos del más allá y hacer amigos en la vida real. El conflicto interior de la protagonista es el eje emocional de la historia, hasta el punto de que la pobre niña se pasa llorando la mayor parte del libro, con hermosas lágrimas redonditas que perlan constantemente sus ojos y caen flotando por el cielo del Yomi. Se echa de menos un poco de humor para compensar tanto drama.

Se necesita valor para contar una historia de yokai contando con precedentes tan ilustres como la susodicha película de Miyazaki o la obra del descomunal Shigeru Mizuki, que dedicó la mayor parte de su producción a series de manga protagonizadas por estos seres. Pero estos no son los únicos referentes de manganime que detecto en Anzu y el reino de la oscuridad: como los jefes de los videojuegos, la diosa Izanami tiene una forma final, y esta es a todas luces una reelaboración de la icónica mujer ciempiés que arrastra a Kagome al reino de los demonios en Inuyasha de Rumiko Takahashi. La Kagome de Inuyasha es también, por cierto, una viajera interdimensional que se dedica a cargarse demonios del folklore japonés a flechazo limpio con un arco mágico. ¿Casualidad?

Eso sí, el libro resulta muy didáctico e invita a sus lectores a conocer más a fondo el rico acervo de la mitología japonesa. Sorprende encontrar tantas notas a pie de página en un cómic, y más aún en un cómic infantil; es más, para que el lector no se pierda en la ensalada de nombres de yokai, el libro dispone de un glosario en sus últimas páginas. También acerca a los más jóvenes de la casa a la cuestión de la vida después de la muerte, un tema que ha vuelto a ponerse de moda desde Coco de Pixar: pone en valor la oración como forma de comunicación con los familiares muertos, y nos despliega un pintoresco más allá, animado como una verbena veraniega. Todo lo que habla de la muerte es al fin y al cabo una celebración de la vida, y por eso en este cómic tan lleno de lágrimas la moraleja es alegre y vitalista. Los niños a los que va dirigido pasarán un buen rato y se quedarán con eso, en lugar de compararlo con otras referencias culturales o sacarle las pegas, que es lo que hace un crítico como yo, resabiado y con canas en la barba. A mis hijos les ha encantado. Eso es que les queda mucho por aprender… o a mí por olvidar.

Anzu y el reino de la oscuridad, de Mai K. Nguyen. La Cúpula, 264 páginas, 26,90 €.
Anzu y el reino de la oscuridad, de Mai K. Nguyen. La Cúpula, 264 páginas, 26,90 €.

 

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