Rosario Izquierdo (Minas de Riotinto, Huelva, 1964) se empapa de realidad para ficcionar historias emocionalmente cercanas. Lo hizo con El hijo zurdo, llevada con éxito a la televisión por Rafael Cobos, y toma el mismo cuadrante con la historia de Pepa, protagonista de Pasión Nails (Alianza), su última novela, que concentra en un modesto centro de belleza en un barrio de extrarradio todo un microuniverso de ilusiones perdidas, frustraciones perfectamente identificables y ansias por cambiar el rumbo inapelable del destino marcado por la clase social que les ha tocado vivir y sufrir a trabajadoras y clientas. Allí, la sororidad germina con fuerza, y con ella la posibilidad de otro mundo mejor posible, pese a los nubarrones que se ciernen en el horizonte para todas estas mujeres nada más salir de ese mundo irreal de uñas de ensueño.
En su cuarta novela de nuevo nos traslada a una realidad muy cercana, tanto que a veces ni la sabemos apreciar ni reconocer de tan próxima. ¿No hay narrativa de ficción posible y creíble que no sea sobre algo vivido, aprehendido de la realidad más circundante?
Sí que la hay, supongo que tirando de empatía y buena escritura todo es posible. Hay muchos caminos posibles para lograr la credibilidad, y cada cual elige la materia prima de la que partir. En mi caso, la imaginación se me dispara a partir de lo conocido y de la experiencia personal. Es lo que me da el impulso para poner ficciones en marcha y explorar caminos nuevos. O eso intento.
Pasión Nails, un llamativo centro de manicura en un barrio popular de clase media baja, ¿se puede catalogar casi como un oasis en la anodina vida de la protagonista, una mujer en plena menopausia y en tierra de nadie, con una familia que cada vez la necesita menos? ¿Por qué?
Puede ser, claro. Pepa, la protagonista, dice en algún momento de la novela, refiriéndose a ella y a Fani, su esteticista: “el desierto que cada una de nosotras parece estar atravesando”. En la novela hay referencias a la aridez externa del barrio desarbolado o del mercado laboral y a la aridez interior que le hace sentir a Pepa su situación de crisis. El salón de manicura opera como un estímulo que se añade a una vida necesitada de ellos. El acto de pintarse las uñas es casi una provocación.
Pepa, la protagonista, crea unos vínculos nunca imaginados con las mujeres que regentan este local. ¿La vida siempre abre unas puertas insospechadas hacia sentimientos antes no explorados?
Sí, siempre que estemos abiertas a eso, a mirar con curiosidad a nuestro alrededor, escuchando a la gente, dialogando con ella. Para eso tenemos que mirarnos menos el ombligo y desviar la atención de otros asuntos demasiado individualistas. Es lo que hace Pepa: pasa de regodearse en sus problemas a explorar un mundo diferente que está a 20 minutos de su casa y a relacionarse con las mujeres de ese mundo. Sin haberlo planificado, amplía así sus horizontes vitales y de algún modo los de las demás.
“Cuando superas una crisis en los 50, lo haces por todo lo alto, echas mano de experiencia y sigues adelante con más fuerza que nunca”
¿Por qué una mujer en la cincuentena como protagonista?
Me parece una edad interesante, muchas mujeres la vivimos como una especie de frontera biográfica. Es tiempo de hacer balance, de sentir que se está más allá de la mitad de la vida y que nos volvemos invisibles en muchos ámbitos. Así que reúne elementos para provocar una crisis como la que tiene Pepa, además en paro y buscando trabajo. Pero cuando superas una crisis en los 50, lo haces por todo lo alto, echas mano de experiencia y sigues adelante con más fuerza que nunca. Fíjate si da juego una mujer de 50. Echo en falta más mujeres de esa edad como personajes protagonistas en literatura y cine.
Ella nunca se había pintado las uñas hasta llegar a Pasión Nails. Y es entonces cuando le suceden cosas… ¿Qué esconden los esmaltes para hacer cambiar la vida de mujeres como Pepa?
Esconden una revolución cuando no se han usado antes, son un elemento disruptivo en la rutina de Pepa, su entorno no lo comprende y eso la anima mucho, la estimula, le trae ideas nuevas a la cabeza. A través de los esmaltes de colores, Pepa saca los pies del plato. Bueno, en este caso, las uñas.
Hay toda una corriente de escritoras y escritores que han descubierto en lo cercano, en el extrarradio, en el barrio de toda la vida… ese lugar idóneo para ficcionar historias que transmiten verdad, en las que cualquier lector puede identificarse con sus tramas y protagonistas. ¿Estaba ya todo descubierto hace tiempo y ahora no se hace otra cosa que revisitar ese manantial inspirador?
Casi todo se ha hecho antes pero, a su vez, las posibilidades que tenemos por delante son infinitas, eso es lo bueno de la literatura. En un mundo sometido a cambios veloces, la escritura debe adaptarse y reflejar esos cambios, bebiendo siempre de lo anterior. Las herencias recibidas forman parte del proceso de búsqueda. Además, lamentablemente el manantial de la desigualdad no para de fluir, y quienes dirigimos ahí la mirada encontramos motivos de sobra para seguir escribiendo.
“Qué miedo da eso de ‘lo normal’. La literatura debe cuestionar la normalidad”
Los privilegios –de clase, de género, de generación– gravitan sobre su nueva novela. ¿Por qué son tan difíciles de reconocer, de derribarlos y de concienciarnos contra ellos?
Siempre que hablamos de desigualdad, estamos hablando de privilegios. El sistema se las arregla para que, desde la infancia, naturalicemos los privilegios de clase y género. Con una educación poco crítica, los acabamos percibiendo como normales. Es normal que haya ricos y pobres, que los hombres actúen de una manera y las mujeres de otra. Qué miedo da eso de “lo normal”. La literatura debe cuestionar la normalidad. Pepa dice en Pasión Nails que va hacia esas calles del otro lado de la autovía “con todo el peso de la famosa normalidad encima de la nuca”. Y la protagonista de El hijo zurdo, Lola, dice: “Lo normal no es lo mejor, sólo es lo más frecuente”. Es una idea que Durkheim desarrolla en Las reglas del método sociológico y que tengo presente al escribir.
Aplica en su novela sus conocimientos como socióloga, incluso se permite relacionar el tipo de uñas de las clientes de Pasión Nails con la clase social, todo un alarde de originalidad, qué duda cabe.
Ah, eso es para burlarme también un poco de las manías estadísticas de etiquetarlo todo en categorías. En Pasión Nails se hace una equivalencia entre el largo de las uñas y el nivel de estudios. En Diario de campo hice una categorización según la hidratación cutánea, dividiendo a las mujeres entre las que no se hidratan, las que nos hidratamos a nosotras mismas y aquellas a las que hidratan otras. En realidad ahí queda recogido todo el espectro social.
Los personajes de sus historias parten de situaciones sencillas y cotidianas que, como capas de cebolla, van adentrándonos en personalidades e interrelaciones complejas. ¿Todo se reduce, al fin y al cabo, a una lucha constante contra nuestras propias frustraciones y nuestros fantasmas?
Qué sé yo. Creo que más bien debería dirigirse esa lucha hacia las fuerzas y dinámicas externas que nos llevan a esas frustaciones, ¿no? En un sistema político, económico y social, repito, basado en la desigualdad de oportunidades. Al señalar la desigualdad, estoy escribiendo contra el mito de la igualdad de oportunidades. No me lo creo porque, a poco que miremos honestamente alrededor, no se sostiene. Tal vez eso hace que, bajo la sencillez de la escritura, salgan todas esas capas de cebolla.
La precariedad atraviesa tanto la condición social de las clientes y trabajadoras del salón de belleza como de la propia protagonista, escritora en busca de empleo a una edad tan crítica como la suya. ¿Es en esa situación límite donde se pueden encontrar los verdaderos yo de cada uno de nosotros?
Puede que sí, y algo parecido le ocurre a Pepa. Está en situación límite y se pone a traspasar otros límites, en una especie de huida a la desesperada como si fuera la mejor posibilidad para encontrarse a sí misma. A lo mejor lo es. A veces nos encontramos y recapitulamos así, en situaciones límite, en las fronteras, con atrevimientos que nos hacen salir de lo que conocemos para vernos con otra claridad.