Nunca entendí ese discurso de la brecha digital, quiero decir, sí he visto y sufrido y no me parece bien la discriminación en el acceso a las comunicaciones por ser ser pobre o del entorno rural, ésa me parece una vindicación justa, pero la verdadera quiebra del derecho para mí se producía en las oportunidades para acceder al conocimiento. Llevo casi tres décadas de Enseñanza advirtiendo que meter la informática en los centro educativos era traer su propia autodestrucción; entiéndase, por supuesto que debe formar parte de la realidad enseñante, pero pidiendo el ejercicio crítico de repensar continuamente las relaciones entre medio y mensaje.
La comunicación en el diván. Efectos políticos del imaginario digital, de la Catedrática de la Carlos III Pilar Carrera, recién nacido en 2025 publicado por Cátedra en su Colección Signo e Imagen, es un libro necesario porque se atreve (lástima de su sino) a denunciar teórica, técnicamente las renuncias de nuestra época respecto de la Cultura y la Libertad en favor de la neocultura y la neolibertad ultrarreaccionarias promovidas por Internet, ese gigante virtual que nos ha fagocitado lento pero seguro.
Un ensayo breve y contundente, con las ideas muy claras. 1. El engaño: convertirnos en trabajadores “gratis et amore” para la gran corporación de WWW a cambio del chantaje emocional del conocimiento democrático al alcance de todos, la sabiduría colaborativa, el empoderamiento y la sublimación de la individualidad. 2. La supresión de la elección: entrenamos gratuitamente desde que empezó la navegación virtual no a una IA (pomposo nombre de fantasía irreal) sino a motores de búsqueda cuyo criterio último es el beneficio de las empresas que costosamente los mantienen (habrá quien crea todavía en el progreso y esas pamplinas “scifi”). 3. El papel maravillosamente aprovechado de la COVID 19 en la eliminación de la vida analógica, lejos de toda idea de la conspiración: el capital se nutre de la oportunidad y ésta lo fue, una aceleración del uso de la información, del entretenimiento, de la comunicación, de las relaciones personales, de las redes y hasta de la Ciencia y sus consecuencias.
La fantasmagoría de la posibilidad de elección ha sustituido, supuestamente para bien, a la oferta televisiva o de prensa (al libro ya dejamos de nombrarlo, está muerto), el espectáculo ha sucumbido a la cercanía táctil de la pantalla consustancial ya casi con los humanos. Internet en su entorno formatea los contenidos y les da su propia lógica (pág. 47), no es un mero canal de transmisión. Con una retórica eficaz de salvación y nuevo orden, de horizontalidad igualitaria (pág. 62), es el viejo poder con nuevos ropajes, la lógica del control, la sumisión y la explotación, nunca la subversión o la emancipación (pág. 50 y 51), lo analógico incontrolado e incontrolable después de la pandemia se ha asociado a lo no seguro, a lo la posibilidad de contaminación, el medio abierto o aire libre se han convertido en algo obsoleto por lo que ya no merece la pena pagar (el libro, por ejemplo), donde sólo se mueven élites peligrosas de “fuera del sistema” cuyos objetivos no son calibrables.
El negocio de la información ha sido siempre el número de lectores, de ventas, de clics, en el fondo el contenido era para la industria un mero medio, pero hasta ahora la comunicación era algo mediado, el ciudadano necesitaba claves para la interpretación y ésta podía ser más o menos rica, compleja o poderosa, eso formaba parte del fuero de la individualidad; sin esa intermediación, el clic es el medio y el fin, no hay más, desaparece con el espejismo de la libertad individual la capacidad de analizar ocupada ahora por los diseñadores de la capacidad online de interacción, cuyos objetivos no se exponen (pág. 66 y 67).
La superación globalizada del marco del Estado-Nación, la disolución en la ilusión de la Humanidad más allá de la formación o el contexto cultural de cada cual, nos arroja como náufragos de la democracia y los derechos a un mar proceloso de abandono y arbitrariedad, renunciamos al Estado como anarquistas románticos y caemos bajo un nuevo Estado totalitario burdo y superficial: el dinero puro y duro, se acabó el debate político, el Derecho ya no es la garantía porque tenemos la suerte de que nuestra “opinión” se publique en Kuala Lumpur. En una especie de confinamiento elongación del real sufrido en 2020, el sujeto “[...] genera hiperactividad digital. La fantasía de Internet como una extensión de nuestras propias vidas y de una adocenada cotidianeidad se revela como eso, un espejismo” (pág. 86), en el turismo, por ejemplo, el propio viaje parece cada vez más la necesidad de la que prescindir en el futuro por costosa e incómoda, empós de la experiencia personal (cómo si ésta existiera sin la vida misma), el reality-show porno-soft se convierte en espejo de unas vidas vaciadas de placer y realidad que permite fantasear sobre relaciones humanas, por supuesto no practicadas, el individuo se vuelve gregario en su soledad interactiva convertido el ciberespacio en mercadillo sentimental de clichés de afectividad, intimidad, diversión, una intimidad tomada por propia cuando es la de Internet (pág. 88 y 89).
Este ensayo de Pilar Carrera debería ser lectura y debate (oh época ya periclitada, por eso hablaba del sino de este libro al comienzo) en todos los ámbitos del conocimiento, es una alerta bien formulada y clara que admitiría debates de tono y matices pero irrefutable en su contenido, aunque en realidad sea la batalla del liliputiense contra el brobdingnagense. Me permito una última cita de la realidad, obsérvese cómo las ideas racistas, xenófobas, clasistas, el machismo más burdo (asumido, para más inri, radical y explícitamente por una parte mayor de las mujeres influyentes de las redes), las políticas deshumanizadas, el genocidio, el desprecio por las Leyes, la política y el Estado, la autolesión, en fin, no sé qué más añadir... suceden al ritmo de la imposición de la revolución digital, hemos vuelto al Neolítico y al heteropatriarcado paleto eso sí: tatuado. La verdadera brecha de clase es la analógica. Gracias por este libro, quizá no estemos solos.
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