Ahora que en el otoño de mi juventud, me veo obligado por la ciencia y los achaques propios de la edad, a abandonar el alcohol, o cuanto menos reducir su consumo a unas cantidades casi inestimables, he de decir, que pese a todo, lo llevo con optimismo y no he sufrido ninguno de los síntomas del síndrome de abstinencia. No es por excusarme, pero debo asegurar que las juventudes promiscuas y jugosas en sustancias evasivas pueden procurar en la madurez una tendencia a castrar a los nuevos hedonistas que se incorporan al milagro de la vida y sus múltiples placeres. Algo así, creo yo, sucede de igual manera con aquellos que abandonan determinantemente el comunismo, gentes que se acostaban con la nana de fondo: "Duérmete niño, duérmete ya, o el muro de Berlín se caerá". Y ahora amanecen al arrullo de gaviotas, aguiluchos y otras variedades de animales rapaces políticos que procuran buena caza a los arrepentidos. El listado es largo: Escohotado, Dragó, Losantos, Pío Moa, mi admirado Albert Boadella, y otras momias redimidas a sueldo del Opus Dei y sus jugosos ciclos de conferencias en universidades privadas. Pero vamos a detenernos en Dragó. Sin duda el personaje más delicioso de todos ellos; teniendo en cuenta su clara desafección con el comunismo, resulta evidente que de aquellos años universitarios, solo queda indemne su fidelidad a la marihuana. Lástima que el tabaco no haya tenido la misma suerte. Hasta en eso discrepa con Carrillo. Nada tiene que envidiar su discurso anti-tabaco al de la mismísima Mercedes Milá, ambos afectados por la mutación de sus principios, ahora son unos dignos ex fumadores y ex-profesionales del periodismo. Este repentino y sospechoso cambio de criterio es un fenómeno asociado a la senectud o un síndrome notorio de abstinencia pos-comunista. No voy a negar que cada vez que Dragó escribe un artículo me planteo seriamente dejar los porros. Los únicos principios que compartimos son los activos. Parece que se hubiera fumado un canuto liado con cada una de las páginas de “el Capital” del pobre Karl Marx, antes de escribir su artículo en defensa de la desdichada Infanta. Nuestro prolijo escritor realiza una exhibición ecuestre como defensor de las causas vencidas, demostrando una vez más, que es uno de los individuos con un manejo más decoroso de la hipocresía. En su defensa a ultranza de la consorte de Don Iñaki no se le caen los anillos para pedir a España una indemnización a su propia casa Real por lo que él considera un linchamiento del populacho, para más tarde exigir sanciones penales hacia aquellos que cuestionan la inocencia casi virginal de la infanta. En un claro caso de reconstrucción de himen judicial. Su fervor se eleva tanto a los altares que no duda en comparar el calvario con el del mismo Jesu cristo. Estos delirios hacen que a Dragó le siente cada vez mejor la camisa de fuerza. Existen dos maneras de pasar a la historia: matando gente en la guerra o escribiendo grandes obras literarias. Desgraciadamente Dragó eligió el camino de las letras. Solo nos queda el consuelo de que Doña Cristina sabe Cómo entrenar a tu Dragó.
Lo + leído