«[…] no tenía tiempo para interesarme en lo que no me interesaba».
Hace un par de años aproximadamente, decidí leer El extranjero. Esta obra, considerada por muchos una novela esencial, fue el primer libro de Albert Camus al que yo me aproximé. Me dejó tan fría como el hielo que no comprendí el porqué de la popularidad de su autor. Hizo falta dejar correr algo de tiempo para querer acercarme de nuevo a su producción literaria y vislumbrar, esta vez sí, su valía como escritor.
El primer hombre y La peste salvaron a Albert Camus de la hoguera (entiéndaseme bien). Aunque El extranjero es, de todas sus obras, la que más miradas ha concentrado —o eso parece—, yo giro mi cabeza en otra dirección. Estos dos libros suyos que acabo de citar merecen, desde mi punto de vista, mucho más reconocimiento que El extranjero.
El título de este artículo no alude, por tanto, al protagonista de la novela —que tampoco comulga con la mayoría—, sino a mí misma: no comulgo con la mayoría de las opiniones que he leído sobre El extranjero y creo conveniente aclarar el motivo. No en vano, de las tres novelas que he leído de A. C. hasta el momento, recomiendo apostar por El primer hombre y La peste.
¿Nihilismo, absurdismo o existencialismo?
El extranjero es la primera novela que Albert Camus escribió. Antes de abordar un libro, procuro informarme sobre la biografía del autor. Si se trata de un escritor del que ya he leído algo anteriormente, investigo sobre el contexto histórico-social que imperaba cuando escribió su obra. En este caso, como sólo conocía a Albert Camus de oídas, quise informarme sobre su vida y, especialmente, sobre el «absurdismo» —la corriente filosófica dentro de la que se incluye El extranjero—.
En este punto, creo conveniente aclarar tres términos que, a pesar de designar conceptos distintos, suscitan confusión en quienes no estamos familiarizados con ellos: «nihilismo», absurdismo y «existencialismo».
El nihilismo y el absurdismo parten de la misma base: la vida carece de sentido. El nihilismo sostiene que todo se reduce a la nada y, por ende, nada tiene sentido, de lo que se desprende que la vida tampoco tiene sentido —una premisa que comparte con el absurdismo—. Sin embargo, mientras que el nihilismo sí acepta esta falta de sentido y no lucha contra ella, el absurdismo —al contrario que el nihilismo— se preocupa por la necesidad que el ser humano tiene de dotar de sentido a algo que carece de ello.
Como esta ausencia de sentido, pero a la vez búsqueda del mismo, está patente en El extranjero, se puede afirmar que la novela de Albert Camus tiene muy presente la «filosofía del absurdo».
En cuanto al existencialismo, aunque hay quienes insisten en que El extranjero podría enmarcarse en dicha corriente filosófica, el propio Albert Camus desechó esta etiqueta. Si hubiera que ubicar ineludiblemente esta novela corta en alguna categoría, lo más oportuno sería calificarla como «novela absurdista», que se ajusta bastante más a como realmente Albert Camus definiría su libro.
Es verdad que se puede analizar El extranjero aplicando criterios existencialistas, puesto que el existencialismo plantea preguntas sobre cuestiones como la libertad, la responsabilidad individual y el sentido de la vida —aspectos que el lector identifica en El extranjero—, pero la intención original de A. C. con su obra no es analizar estas preocupaciones existenciales, sino mostrar la falta de sentido que la vida tiene para el protagonista (Meursault) y evidenciar el absurdo de la misma.
Que Meursault, movido por este absurdismo, utilice su libertad para realizar actos que le acarrean consecuencias negativas, y cuya responsabilidad recae sobre él —pues nadie le ha obligado a tomar ciertas decisiones—, es harina de otro costal. Por eso, El extranjero se puede analizar desde el existencialismo, pero esta corriente no se ajusta a la intención con la que A. C. concibió la obra —algo fuera de discusión si tenemos en cuenta que el propio autor no se consideraba a sí mismo existencialista—.
«El extranjero»
Mis expectativas previas a leer El extranjero no eran ni positivas ni negativas, sino bastante neutras. Sabía que era un clásico de la literatura, que era filosófico, que muchos lectores habían escrito reseñas sumamente positivas sobre él y que era una obra francesa. Tras terminar su lectura, entiendo que se lo considere un clásico: las ideas que recoge, al aportar una perspectiva tan particular sobre la vida, enriquecen al lector. Sin embargo, la negatividad de este punto de vista, llevado al extremo en el protagonista, me ha molestado y desesperado en varios momentos a lo largo del libro.
Hay novelas en las que los personajes que menos podrían gustarnos «no» perjudican nuestra experiencia lectora. Sin embargo, en este caso, la personalidad y, sobre todo, la actitud que adopta el protagonista con respecto a la vida me echan para atrás.
Miguel Delibes —uno de mis escritores favoritos— comentaba que, como novelista, ponía mucha atención en sus personajes porque entendía que la personalidad de los mismos era una pieza clave en la construcción de la narrativa; a veces, incluso más importante que el propio contexto. Me sucede algo similar. Como lectora, me interesan mucho los personajes. Quizás se deba a que busco entender sus motivaciones para empatizar con ellos. Cuando esto no sucede, que no me veo reflejada en los personajes o no comparto sus ideas, me contento con llevarme el recuerdo de haber interactuado con ellos. Tal ha sido el caso en esta ocasión.
Con Meursault, el protagonista, el «extranjero», no he podido empatizar. Entiendo que lo más probable es que la intención de Albert Camus consistiera precisamente en esto: negarle al lector la oportunidad de identificarse con Meursault y su indiferencia ante la vida. Sin embargo, la prosa (demasiado sencilla y pragmática, muy acorde a Meursault) no me ha ayudado a vincularme tampoco con la novela. Eso sí, reconozco que la indiferencia de Meursault permite:
- Enmarcar la novela en el absurdismo.
- Que las ideas que se recogen en el libro resulten atractivas y enriquecedoras, pero sólo desde un punto de vista intelectual (no personal).
Por consiguiente, Meursault no me resulta indiferente, pues en mí sí suscita emociones —me saca de quicio en muchas ocasiones—, pero ello no quita que me parezca un personaje anodino hasta la extenuación. Es una de esas personas «ameba» (simples) que existen porque existen y se limitan a esto, a existir. No participa activamente en la vida, pero tampoco se mantiene exactamente al margen. Dicho de otra manera, toma parte en la cotidianidad, pero con un sentido práctico tan extremo que sus acciones se ajustan a hacer lo que de él se espera en cada instante que haga, sin experimentar emoción: tener casa, trabajar, nadar —porque el agua es para nadar y no, para pasear (lógicamente)—, etc. Ni sorprende ni se deja sorprender.
Desde el principio, Meursault nos deja claro que es un hombre con «sangre de horchata». Su madre ha muerto y es tal la indiferencia que le causa su fallecimiento que tanto le da si falleció ayer u hoy. El caso es que ha muerto, él va a asistir al funeral y, nada más dar carpetazo al entierro, allá que se va a la playa en compañía de María.
Igual que la muerte de la madre no le resulta indiferente por ser su madre la fallecida y no, otra persona, casarse o no con María tampoco le quita el sueño porque sea María y no, otra mujer, quien se lo propone. Para Meursault todo se reduce a que nada tiene sentido: si la madre ha fallecido, llorar no sirve de nada, y si María se quiere casar con él, no hay nada que objetar por su parte. Meursault acepta lo que haya de venir en cualquier caso. Es un hombre que unas veces ve pasar la vida desde la barrera y otras, desde el ruedo, pero siempre sin sentir interés. Participar activamente en la vida o dejarse invadir por la pasividad, lo mismo da que da lo mismo.
«Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: “Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias”. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer».
La situación no cambia cuando le acusan de un asesinato que perpetra a causa de un vecino que vive en su mismo edificio. Meursault pasa absolutamente de defenderse. No encuentra importante aclarar que ha sido un accidente ni que es su vecino el que estaba enemistado con el árabe asesinado.
En el juicio, Meursault afirma haber matado a la víctima —como en efecto hizo—, pero también declara no haber tenido ningún motivo para hacerlo. La ausencia de un móvil que explique por qué le ha quitado la vida a una persona reviste al crimen de cierto absurdo que hace que los abogados —tanto el de la acusación como el de la defensa— se esfuercen por darle sentido al asesinato. Para conseguir su propósito, acusación y defensa apelan a la falta de emociones en el acusado, por cuyas venas —insisto— circula horchata. Para Meursault, el juicio es tan absurdo como la vida. La muerte a la que le condenan le causa la misma indiferencia que el fallecimiento de su madre.
Opinión personal
A pesar de ser un personaje plano en su esencia, hay que admitir que Meursault conserva cierto dinamismo (no mucho, pero algo). En este sentido, el lector debe reconocer la capacidad que el protagonista tiene para aclimatarse a las circunstancias, por más desagradables que éstas sean. Por otra parte, en alguna que otra escena, Albert Camus muestra cómo Meursault tiene conciencia del placer. Por ejemplo: en el lapso de tiempo que ha de esperar hasta que le conducen al patíbulo, Meursault añora a María, la playa, el mar... El matiz está en que nada de esto hace que aflore en él rabia, despecho o miedo ante todo aquello que va a perder. El personaje considera que, como todo ser humano va a morir, tanto da que el sujeto abandone la vida a una edad u otra.
Que Meursault ignore la edad de quien le dio la vida —ni siquiera sabe los años que tenía su madre— muestra la poca importancia que le confiere al paso del tiempo, que también carece de sentido. La irrelevancia que para Meursault tiene el tiempo se manifiesta a lo largo del libro, en las repetitivas descripciones en las que comenta cómo sale el sol y cómo éste calienta el ambiente. Sólo la salida del astro rey marca el paso de un día a otro. Si no fuera por dicho acontecimiento, los días de Meursault no serían para el lector nada más que la extensa prolongación de un único día.
El principal motivo por el que no puedo decir que el libro me haya gustado tiene nombre propio: Meursault. No he empatizado con el personaje, no concuerdo con él en su dejadez ante la vida, encuentro su actitud injustificada y, además, la prosa tampoco me ha ayudado a conectar con la historia. El texto se compone de enunciados tan lacónicos que la narración se asemeja bastante a un telegrama, lo que no me ha beneficiado en nada. Con todo y con eso, sí he disfrutado mucho analizando su lectura.
«A partir del instante en que aprendí a recordar, concluí por no aburrirme en absoluto. Me ponía a veces a pensar en mi cuarto y, con la imaginación, salía de un rincón para volver detallando mentalmente todo lo que encontraba en el camino. Al principio lo hacía rápidamente. Pero cada vez que volvía a empezar era un poco más largo. Recordaba cada mueble, y de cada uno, cada objeto que en él se encontraba, y de cada objeto, todos los detalles, y de los detalles, una incrustación, una grieta o un borde gastado, los colores y las imperfecciones». Técnica que Meursault utiliza para distraerse durante su estancia en prisión.
Un título que admite más de una traducción
La traducción del título original del francés al español contempla dos posibles acepciones: «El “extranjero”», como se nos ha hecho llegar generalmente, y «El “extraño”». Para la traducción al catalán se ha escogido la segunda:
«L’estrany».
Cada uno es libre de elegir la acepción que más le plazca, porque ambas se ajustan bastante bien al contenido de la novela. Aunque «El extranjero» está lingüísticamente más próximo al título original, en definitiva, el protagonista es un «extraño» en su propia tierra. Meursault no encaja en la sociedad —sobre todo, en el entorno inmediato que lo rodea—. Y como extranjero/extraño habituado a serlo, supo aclimatarse (todo sea dicho) a las circunstancias.
«Declaró que yo no tenía nada que hacer en una sociedad cuyas reglas más esenciales desconocía y que no podía invocar al corazón humano cuyas reacciones elementales ignoraba».
No creo que la supresión de emociones sea una solución real a los conflictos vitales, pero sí pienso que se puede aprender algo de Meursault: aceptar las circunstancias y entender que no siempre es posible luchar eficientemente contra ellas, bien porque no se propicie la lucha, bien porque ésta implique un desgaste improductivo de energía.
Algo más que un juicio
Si tuviera que quedarme con una sola parte del libro, sin duda, elegiría de la mitad en adelante. Opino que en esta porción de la novela se recogen las claves y los puntos fuertes de El extranjero. La primera parte es una antesala de lo que nos aguarda: el relato del juicio, la sección de la historia que concentra las ideas que mejor caracterizan a Meursault.
En el juicio intervienen la sociedad, que planta cara al acusado, y Meursault. El juez y los abogados intentan desesperadamente encontrar una razón que dé sentido al crimen perpetrado. Cada abogado juega su baza: para inculparlo, el de la acusación señala que alguien que mete a su madre en un asilo debe ser condenado, puesto que meter a la madre en una residencia es síntoma de tener «corazón de criminal», mientras que el abogado defensor intenta salvar a Meursault alegando que la envió al asilo por motivos económicos y no, por insensibilidad.
«[...] yo acuso a este hombre de haber enterrado a su madre con corazón de criminal [...]».
A todo esto, Meursault permanece sereno; sólo interviene en el juicio para afirmar y negar preguntas. Aunque en ningún momento miente, tampoco permite que se conozca toda la verdad. No es que la oculte, es que se limita a afirmar y negar: si no se formulan las preguntas pertinentes, no puede afirmar ni negar lo que no se plantea.
Quien quiera verle como culpable encontrará motivos para ello: su inexpresividad en el funeral de la madre, su impasibilidad ante la idea de casarse con María... Quien quiera verle como inocente, también encontrará motivos: trabajo precario y sueldo insuficiente para hacerse cargo de la madre; gran capacidad para aceptar los problemas y adaptarse a los cambios, sin que ello le afecte profundamente a nivel emocional y sin que esto lo convierta en un psicópata...
«Comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podía vivir fácilmente cien años en una cárcel. Tendría bastantes recuerdos para no aburrirse. En cierto sentido, era una ventaja».
Yo, como lectora —y también asistente al juicio—, me reservo una pregunta para Meursault: si ya había disparado una vez al árabe, ¿por qué, viéndolo ya muerto, hubo de dispararle otras cuatro veces? Probablemente, me respondería que «porque nada tiene sentido».
¡Posible SPOILER! (Busque donde pone: Fin)
Meursault pagó con su vida, que fue colgada en la horca, su convencimiento de que vivir no tiene sentido. Fue culpable en un juicio en el que la sociedad comenzó a especular sobre él, empeñada en encontrarle sentido al crimen que cometió. Por supuesto, él fue responsable directo de la muerte del árabe, sin embargo, éste tampoco albergaba buenas intenciones hacia Meursault. De hecho, alguien podría decir que —en el momento del crimen— el árabe suponía una amenaza para la vida del protagonista.
Fin del posible spoiler
En lugar de limitarse a esclarecer los hechos, el abogado de la acusación se centró en mostrar a Meursault como un psicópata; cualquier cosa antes que afirmar que Meursault es un hombre «extraño» que ve el absurdo de la vida y que, en lugar de buscarle un propósito —como creo, y espero, que hacemos la mayoría—, consiente que el absurdo le lleve de unos acontecimientos a otros.
El juicio es una metáfora: la sociedad condena a Meursault después de considerarle culpable por no encontrarle sentido a la vida y por no ajustarse a los estándares. El absurdo del crimen llega a su punto álgido cuando Meursault remata el cuerpo del muerto con otros cuatro disparos más. De no haber sido por estos cuatro disparos que se podría haber ahorrado, el crimen no habría resultado tan absurdo. Sin embargo, no es el crimen lo que finalmente adquiere relevancia en el juicio.
Meursault es un personaje que se alinea a la perfección con los propósitos de Albert Camus para su novela, pero la primera parte del libro, esa prosa tan telegráfica que espesa la lectura, me impide incluirlo entre las historias que me han gustado.
De todos modos, aunque no he logrado saltar el bache, opino que el juicio equilibra la balanza: la lectura insulsa del principio se torna en una experiencia interesante, curiosa y bastante crítica con el modo en que a veces entendemos la vida, el empecinamiento con el que los seres humanos esperamos zanjar inmediatamente conflictos de difícil solución, y las explicaciones que nos fabricamos para ajustar la realidad a nuestro entendimiento —en lugar de entenderla tal y como se nos muestra—.
Es un libro cuyo análisis he disfrutado mucho más que su lectura.
Novelas en esta línea que sí recomiendo leer
Aparte de El primer hombre y La peste, que no siguen exactamente la misma línea que El extranjero, pero que también fueron escritos por Albert Camus, recomiendo:
- La sombra del ciprés es alargada (Miguel Delibes).
- Niebla (Miguel de Unamuno).
- El árbol de la ciencia (Pío Baroja).
- El proceso (Franz Kafka).
La sombra del ciprés es alargada es un ejemplo de novela con tono pesimista que, a diferencia de El extranjero, envuelve con su prosa y cobija con sus personajes, cuyo desamparo y temor a la muerte despierta la empatía y comprensión del lector.
Agradecimientos
[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias por dedicar tiempo a este artículo. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!
Esta reseña fue escrita originalmente entre 2022 y 2023 (aprox.), y espero que perfeccionada en 2025.