El día que la sopa Campbell perdió la etiqueta

Reseña de Ruido de fondo, de Don DeLillo, autor estadounidense nacido en Nueva York)

27 de Abril de 2025
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El día que la sopa Campbell perdió la etiqueta

«Aquella noche, pocos segundos después de caer dormido, me pareció precipitarme a través de mí mismo en una caída poco profunda pero sobrecogedora. Desperté sobresaltado y contemplé la oscuridad, advirtiendo que había experimentado un espasmo muscular relativamente común conocido con el nombre de contracción mioclónica. ¿Es así como viene, de un modo abrupto y perentorio? ¿No debería ser la muerte —pensé— un salto de cisne, grácil, suave y de alada blancura, que no alterara la superficie?».

Desde luego, la oscuridad que observa en su habitación Jack Gladney no se parece en nada al blanco que vaticina la novela que protagoniza. Ruido de fondo (White Noise) es el título con el que esta obra del escritor norteamericano Don DeLillo ha llegado a España. Aunque Ruido de fondo no tiene —sólo aparentemente— mucho que ver con White Noise (ruido blanco), al lector le queda claro que la cosa va de ruido.

Hay mucho ruido, demasiado ruido, en el libro de Don DeLillo: en el contexto que les toca vivir a sus personajes, porque así lo quiere el autor, y en lo que hay al otro lado, más allá de la frontera de tinta; algo que no es la muerte o quizás sí: el mundo del lector, que se ha quedado sordo por el ruido que únicamente es capaz de captar quien no está inmerso en la realidad que lo causa.

De la edición de Ruido de Fondo que Seix Barral (un sello de Editorial Planeta) ha publicado en Austral (la colección literaria), cabe destacar la labor tan precisa y técnica que su traductor, Gian Castelli, ha completado con éxito, como un buen orfebre.

Si nos atenemos a la traducción de Gian Castelli —no he leído la novela en su lengua original, salvo algunos fragmentos—, Don DeLillo utiliza un vocabulario muy amplio que requiere hilar con exactitud cada palabra antes de hacer llegar su historia a otros países. Los términos escogidos por Gian Castelli en cada caso enriquecen sumamente la experiencia lectora; de su traducción se desprende que Don DeLillo ha debido suponer una empresa compleja para quien nos ofrece el texto en castellano. Tan inmensa es la

gama de vocablos empleados que el lector descubre nuevas maneras de aludir a ciertas emociones y circunstancias para las que las palabras más comunes se quedan cortas.

Mientras que otros escritores hacen del vocabulario variopinto una amalgama de términos lenta y pesada, en este libro las palabras caminan con mucho arte y no menos inteligencia.

Con todo y con eso, el título se podría haber mantenido fiel al original, aunque no deja de ser una elección igualmente adecuada que, para nada, desentona con el argumento de la novela. Hay que reconocer que estamos más familiarizados con la expresión «ruido de fondo» que con la clasificación de los sonidos por colores («ruido blanco», ruido rosa, ruido marrón...).

«Ruido de fondo»

En la novela, la muerte se viste de blanco: es el ruido que produce la tecnología, tan vigente en hogares como el de los Gladney, el que enmascara aquellos sonidos molestos que, como el runrún de la muerte, se transforman en preocupaciones en nuestra mente.

Desde mi punto de vista, éste es el tema principal de la novela en torno al cual gira el resto: la muerte, que está ahí al acecho, continuamente presente, detrás del ruido blanco de la televisión y de la lavadora, al frente de cada desastre medioambiental (natural y provocado), y oculta bajo la compulsión del consumismo desenfrenado al que alude la llamativa cubierta del libro.

Una sola lata de sopa Campbell preside la portada; una lata que se ha visto desprovista, como cada individuo de la humanidad, de su etiqueta: lo único que la identificaba, lo único que la diferenciaba de sus iguales.

La lata de sopa Campbell de Ruido de fondo deja al descubierto sus vergüenzas, un armazón cilíndrico tan gris como la existencia que las personas, sin ser plenamente conscientes de sus actos, se empeñan en forjar en una huida meteórica que las acerca velozmente al silencio mortal del que huyen. Sólo la etiqueta, que la portada muestra despegada y parcialmente rota, permite al lector reconocer de inmediato la lata Campbell que tantas veces pintó —como si hubiera sufrido una suerte de delirio obsesivo— el artista Andy Warhol.

Ruido de fondo me ha sorprendido muchísimo; para bien. Al ser el primer libro que leo del autor, no puedo compararlo con otras novelas suyas, igual que tampoco me es posible apuntar aquí mis impresiones sobre la evolución de Don DeLillo como escritor. Sin embargo, sí puedo afirmar que Ruido de fondo nos lleva a reflexionar sobre nuestra sociedad, sobre el destino hacia el

que nos dirigimos (la muerte) y sobre el camino que —tanto a nivel individual como colectivo— hemos decidido tomar hasta alcanzar la meta final.

La dicotomía de la masa y el individuo es una constante en sus páginas; una masa que pierde la fuerza de su cohesión cuando avista la muerte: esa última parada del tren —al menos, en el mundo material— hacia la que todos vamos, indistintamente de los esfuerzos que hagamos para evitarlo, y que cuando enseña sus dientes, rompe la falsa sintonía del grupo, que huye despavorido al más puro estilo «¡Sálvese quien pueda!». Este mismo miedo a la muerte es el que impregna cada poro de la piel de Jack y Babette Gladney.

Ambos conservan sus respectivos empleos, tienen hijos de matrimonios anteriores y, con bastante comodidad, han logrado construir un núcleo familiar sólido y más o menos armónico. Digo «más o menos» porque, como en todas las familias, conviven caracteres diferentes que a veces chocan entre sí por sus divergencias de opinión.

Justamente, estas diferencias a la hora de entender y abordar la vida en según qué instantes, y la manera en la que cada uno de ellos le comunica al otro su punto de vista, sazonan la novela con ciertos toques de humor que la convierten (al menos, parcialmente) en una comedia en absoluto irreflexiva.

¿Cómo es la sociedad de Ruido de fondo?

En la novela de Don DeLillo, son evidentes las alusiones a:

  • La necesidad imperiosa y constante de producir y consumir, que se materializa en un sinfín de productos envasados y etiquetados que han perdido su identidad individual en muchos casos; artículos homogéneos que los pasillos de las cadenas de supermercados suministran al que circula por entre ellos. Es una sociedad carente de originalidad, con un mercado que echa en falta la personalización y el cariño de la artesanía.
  • La contaminación y la intoxicación por vertidos químicos que no se gestionan adecuadamente y que obligan a los ciudadanos a abandonar su confort cuando se produce el fatídico incidente. Así les sucede a Jack y Babette, acostumbrados a sentir transcurrir sus vidas apaciblemente en barrios residenciales de gente bien.
  • La muerte, entendida de dos formas: primero, como el punto final de la vida de uno mismo y la ruptura de su vínculo emocional con cuanto le rodea y con quienes le rodean, y segundo, como el miedo a la muerte del otro, lo que implicaría (en caso de producirse) tener que soportar la ausencia del compañero. Para expresar esta otra forma de entender el miedo a la muerte —la muerte ajena—, Don DeLillo utiliza a los Gladney. Con tal de no sentirse sola y desamparada, la esposa (Babette)

prefiere morir antes que su marido, pero hay un problema: el marido (Jack) quiere lo mismo, aunque a la inversa. Por la misma razón que Babette, Jack espera fallecer antes de que lo haga su mujer.

  • La religión, que en el libro se presenta como un antídoto espiritual para apaciguar ese caballo encabritado que es el miedo a la muerte.
  • La continua apropiación de bienes que, como el ruido blanco, mitiga los sonidos molestos subyacentes: incertidumbre, ya no sólo ante el futuro, sino ante el caos del presente; dolor; apatía; ansiedad; infelicidad...
  • El consumismo y el materialismo, como recursos para concretar lo abstracto y dar forma a la realidad, como medios para ponerle límites a lo que escapa del control humano, y como analgésicos con los que aliviar la desazón que produce la muerte, que, entendida bajo la óptica equivocada del materialismo, supondría también la aniquilación del espíritu, potenciando aún más la angustia y el sobrecogimiento.
  • El sentido de la vida, la relación entre matar y morir, y la descabellada idea de intentar asesinar a alguien para dejarlo en eso, en un intento, y posteriormente salvar la vida de ese mismo alguien para sentirse con ello reconfortado.

Don DeLillo utiliza a sus personajes como altavoces: son los megáfonos del supermercado, «el lugar en el que, independientemente de nuestra edad, aguardamos juntos frente a nuestros carritos cargados de mercancías brillantemente coloreadas. Una hilera que avanza lenta y satisfactoriamente, dándonos tiempo para echar un vistazo a los periódicos clasificados en los expositores. Todo cuanto necesitamos se encuentra en esos expositores, con excepción del alimento o el amor. Historias de extraterrestres y de fenómenos sobrenaturales, vitaminas milagrosas y remedios para el cáncer y la obesidad. Las creencias de los famosos y los muertos».

Es la voz de sus personajes la que, de una manera algo atípica, condimentada con ironía y con buenos golpes de humor —agradablemente sorprendentes, por su inesperada presencia en contextos tan inquietantes y preocupantes—, nos responde a la incógnita que encierra el título original (White Noise).

Escuchando al arcoíris

Lo primero que uno aprende con Don DeLillo es que el ruido tiene color. A la hora de clasificarlos, esos sonidos que, precisamente, no atribuiríamos a una melodía apetecible, y que se producen al margen de nuestros deseos —pues, de lo contrario, no serían ruido—, se tiñen de diferentes tonos de color.

Podemos distinguir entre el ruido blanco, que da título a la novela; el ruido rosa, que es el de la lluvia; el ruido marrón, el de una cascada de agua, etc.

Sin embargo, el Ruido de fondo al que alude la novela es el ruido blanco, el White Noise del título original. Una televisión encendida, pero no sintonizada, produce esta clase de ruido. Que el ruido sea de un color u otro depende de la frecuencia de sus ondas y de su intensidad. En el ruido blanco, el espectro de frecuencias es plano; todas sus ondas tienen la misma intensidad. Por eso, enmascara otros sonidos. Dicho de otra forma, los absorbe.

Igual que la luz blanca es la suma de todos los colores del espectro de luz visible, el ruido blanco engloba todas las frecuencias audibles por el ser humano. Reproducido de forma continua, satura la corteza auditiva del cerebro. Por este motivo, enmascara los sonidos, porque esos otros sonidos se suman a los que el oído ya estaba percibiendo; es decir, se integran en el ruido blanco que ya había saturado la corteza auditiva del oyente.

Con esta información en mente, que he extraído de la Revista Medicina y Salud Pública (MSP) de Puerto Rico, es posible comprender mucho mejor el porqué del título de la novela: White Noise o, si nos decantamos por su equivalente idiomático en español, Ruido de fondo.

Captando la esencia del título

La sociedad que Don DeLillo muestra en su libro consume ruido blanco constantemente. A este ruido blanco, los personajes de Ruido de fondo le añaden un materialismo y un consumismo compulsivos que, unidos a la rapidez con la que viven, saturan sus sentidos.

La sociedad y sus individuos suprimen sus propias capacidades, quedan inhabilitados para pensar, sentir y actuar después del exceso de información que, como un ruido blanco más, se suma a esa amalgama de frecuencias que, con la misma intensidad, bombardean a las personas, incapaces de comprender que «Sólo vemos aquello que ven los demás. Los miles que han acudido en el pasado, los que acudirán en el futuro. Hemos aceptado formar parte de una percepción colectiva y eso, literalmente, proporciona color a nuestra perspectiva».

Ese color de la percepción colectiva de Don DeLillo es el de la luz blanca, que nos ciega, igual que el ruido blanco nos impide identificar uno a uno los distintos sonidos a los que enmascara. La autonomía y el pensamiento crítico de cada uno se sacrifican en lo colectivo, que resulta más amorfo que lo individual.

El abuso de los aparatos tecnológicos también forma parte del ruido blanco:

«A medida que los vehículos frenaban y se detenían, numerosos estudiantes saltaban de sus asientos y se precipitaban hacia las puertas traseras para iniciar la descarga de los objetos apilados en su interior: equipos de música, radios y

ordenadores personales; pequeños refrigeradores […] cajas de discos y de casetes, secadores […]».

Opinión personal

Definitivamente, recomiendo leer Ruido de fondo. Los problemas que se tratan en el libro están a la orden del día; circunstancia especialmente llamativa si tenemos en cuenta que White Noise se publicó en torno a 1984 o 1985. Nos hallamos ante un texto muy fresco que, después de cuatro décadas, huele a nuevo.

Al final del libro, Don DeLillo establece una analogía entre la vida y el supermercado. Las personas somos los principales consumidores de nuestra existencia y de nuestro tiempo. Del mismo modo en que el supermercado está repleto de pasillos, la vida lo está de caminos que recorremos mientras nos saturamos de ruido blanco para inhibir cualquier estímulo que pueda desequilibrarnos (sobre todo, el estímulo de la muerte).

Ruido de fondo habla sobre el socorro urgente que grita una sociedad exhausta cuyos ciudadanos, sensorialmente desbordados, se desgarran por vivir acelerada y caóticamente, perdiendo su individualidad cada vez que copian el ejemplo del vecino, quien pretende distraerse tanto como le es posible por los pasillos del súper. Así no tiene que comprobar cómo, cada vez, le falta menos para pasar por caja y salir del supermercado (ya sabemos a qué se refiere con esto Don DeLillo).

¡Enriquezca la lectura!

Aprovecho para recomendar tres libros que también le podrían gustar al lector y que, si no me falla ahora mismo la memoria, son del estilo de Ruido de fondo. Como mínimo, durante la lectura, despiertan sensaciones similares a la historia de Don DeLillo:

  1. Fahrenheit 451 (Ray Bradbury).
  2. La expedición (Stephen King).
  3. Un trabajo muy sucio (Christopher Moore).

Reseña de la última novela, más humorística, aquí: Un trabajo muy sucio.

Agradecimientos

[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias por dedicar tiempo a este

artículo. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!

Reseña escrita en torno a 2022 y revisada en 2025.

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