Dibujo del natural: Cuarenta años de amor y cohetes

10 de Mayo de 2025
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Dibujo del natural, de Jaime Hernandez. La Cúpula, 146 páginas, 16,90 €.

Este año Ediciones La Cúpula ha apostado fuerte por Jaime Hernandez (así, sin tilde, que es californiano). Han relanzado su imprescindible serie Locas con el primer volumen de una vistosa edición integral, tan esperada como necesaria ya que llevaba unos cuantos años descatalogada en nuestro país; y al mismo tiempo han publicado Dibujo del natural, la última recopilación de historias de la misma saga, que cuarenta y pico años después sigue serializándose en la revista Love and Rockets del sello estadounidense Fantagraphics. Para promocionar este doble lanzamiento, los de La Cúpula han tirado la casa por la ventana y se han traído a Jaime desde los USA. Primero estuvo en el Salón del Cómic de Barcelona, y unos días más tarde hizo su aparición en la madrileña librería “Los tres hermanos de Moriarty”, un santuario del cómic en pleno corazón de Malasaña. Allí, además de la consabida firma de ejemplares, el acto incluyó una conversación (o “conversatorio”, que está más de moda) con nuestro guionista de cómic más universal, Juan Díaz Canales. Los asistentes quedamos prendados de la sencillez y humildad que desprendía por todos los poros de la piel el benjamín de los Hernandez: un autor galardonado con un Eisner y una docena de Harveys a quien se puede considerar con toda justicia como uno de los grandes nombres de la historia del noveno arte.

Al igual que su hermano Beto con la serie Palomar, Jaime Hernandez lleva cuarenta y cuatro años dibujando los mismos personajes. Acompañando la vida de su autor, estos han ido creciendo y envejeciendo (que no madurando) a lo largo de montones de números de Love and Rockets; para sus lectores asiduos, Maggie Chascarrillo, Hopey Glass, Penny Century, Daffy Matsumoto o Ray Dominguez han dejado de ser meros personajes de ficción para convertirse en criaturas con voluntades y personalidades propias, que pese a ser previsibles en sus excentricidades (no en vano la serie se llama Locas) no dejan de sorprendernos a la vuelta de cada hoja. El mes pasado en Madrid, cuando Díaz Canales preguntaba a Hernandez si no le había apetecido alguna vez en su vida de autor cambiar radicalmente de escenario, escribir una serie histórica o de ciencia ficción, el californiano respondía humildemente que no podría hacerlo, ya que no sabe hacer otra cosa que lo que hace. Lleva toda la vida trasladando al papel la colorida gente de su entorno, construyendo una rica epopeya con la comunidad chicana de California como protagonista, con todos sus mitos culturales: la lucha libre, los tebeos de superhéroes, los coches low rider, las bodas exprés, las broncas familiares… Y retrata tan extraordinariamente ese entorno que lo convierte en un rico patchwork de gentes y vivencias que los aficionados al cómic hemos aprendido a amar, como si fuera nuestro propio barrio (en español en el original).

Si bien en los primeros números de Love and Rockets, producto de la era del punk y del todo vale, Hernandez sazonaba esa realidad callejera con algún que otro elemento fantástico (un dinosaurio por aquí, un cohete espacial por allá, un supervillano por acullá), se trataba siempre de motivos puramente anecdóticos: lo importante eran las conversaciones de alcoba, de garito, de restaurante de comida rápida o de banco en el parque. Según avanzó la serie, lo fantástico fue remitiendo y los personajes de Locas se instalaron en la inagotable riqueza de lo cotidiano: un vibrante slice of life que rinde cuentas de cómo se enrollan, se pelean, se encuentran, se desencuentran, se casan, se divorcian, se divierten y se encelan unos con otros en todas las combinaciones posibles. Los personajes que llenan las páginas de Dibujo del natural, última entrega (de momento) de la saga, son como los de hace cuarenta años, solo que ahora llevan móviles; el espíritu no cambia. Las nuevas generaciones de Locas siguen cayendo en los mismos errores que sus predecesoras, y esto las hace humanas, entrañables, gloriosamente imperfectas.

Dibujo del natural se centra en un personaje reciente de la serie, la joven Tonta. Bueno, en realidad se llama Anoush, pero ella prefiere que la llamen Tonta. Tan histriónica, excesiva y adorable como tantos otros personajes que la precedieron en la saga, Tonta acaba de terminar el instituto y mariposea por la vida intentando (sin mucho empeño) encontrar su camino. Conforman su pequeño mundo un excéntrico grupo de amigas, una familia desestructurada a más no poder… y su profesor de dibujo, del que, como buena adolescente disfuncional, está perdidamente enamorada. Este resulta no ser otro que Ray Dominguez, un viejo conocido de los lectores, que a la sazón vive con Maggie. Margarita Luisa Chascarrillo, Maggie para los amigos (aunque Hopey a veces la llama Maggot), puede considerarse la protagonista de esta ficción coral que es Locas, pero en Dibujo del natural representa un papel secundario. Aunque no esté casada, le gusta que la llamen “señora Dominguez”; aparece madura, vulnerable, cargada de las inseguridades que acarrea consigo la edad, muy lejos de aquella Maggie joven y despreocupada que recorría el mundo como mecánica espacial en los primeros números de Love and Rockets. También aparece Hopey, su compañera de pedo y amante intermitente, convertida ya en una butch entrada en años. Todo desprende una sensación de decadencia, pero no transmite melancolía sino ternura y buen humor. Lo expresa a la perfección Tonta en una memorable viñeta: “¿Por qué parece como si la vida estuviera acabando en lugar de empezando?”

A lo largo de los años, el dibujo de Jaime Hernandez ha ido ganando en simplicidad y economía de trazo. Si en los primeros años se acusaba la huella de Alex Toth o Jack Kirby, ahora se acerca más al Archie de Dan DeCarlo. Hernandez dibuja siempre en un blanco y negro diáfano, carente de sombreados innecesarios y medios tonos; su línea es asombrosamente limpia y precisa, quintaesencia del estilo de las comic strips clásicas. ¿Cómo es posible llegar a este grado de maestría? La respuesta es simple: tras toda una vida dibujando una y otra vez los mismos personajes, haciendo del cómic un medio natural de expresión, renunciando a toda sofisticación o artificio sobrante.

En Dibujo del natural conocemos el club de cómic de los amigos de Tonta: un puñado de chavales friquis que se juntan por las tardes después del instituto a dibujar tebeos. Se trata de una escena que tiene bastante de autobiográfico, según lo que contó Hernandez sobre su infancia en la susodicha conversación con Díaz Canales. Decía que eran cinco hermanos, y para que no dieran la murga en casa su madre les abastecía de lápiz y papeles. Los cinco se pasaban las tardes dibujando, picándose unos con otros, contando historias en viñetas como el más divertido de los juegos. Desde entonces no ha dejado de jugar. Es un gesto completamente natural. Puro genio.

Dibujo del natural, de Jaime Hernandez. La Cúpula, 146 páginas, 16,90 €.
Dibujo del natural, de Jaime Hernandez. La Cúpula, 146 páginas, 16,90 €.

 

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