El cónsul infiltrado

16 de Marzo de 2019
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Corría el año 1934 cuando llegó a Zaragoza, proveniente de Nimes, monsieur Roger Tur Pallier. El entonces cónsul francés quizá llegó a nuestro país en uno de los peores momentos. En esos años la situación política en España era especialmente complicada, donde desde el 14 de abril de 1931, tres años antes de llegar Tur a Zaragoza, se había instaurado la Segunda República en sustitución de la monarquía de Alfonso XIII. Desde 1936 a 1939 se habían sucedido en España tres gobiernos. En primer lugar fue el presidido por el republicano de izquierda José Giral. El segundo gobierno correspondió al socialista Francisco Largo Caballero. Y el tercer gobierno tenía de presidente al también socialista Juan Negrín. En lo social, el país se enfrenta a la huelga general revolucionaria, más conocida como Revolución de Octubre, en el cual durante catorce días se produjeron diversos focos de rebelión, siendo los más graves en Cataluña, Asturias y Castilla y León. En Cataluña, Lluís Companys había proclamado el Estado Catalán, dentro de una República Federal Española. Y en el mes de marzo se habían fusionado la Falange Española y las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista) con el resultado de una sola agrupación patriótica nacional-sindicalista denominada como FE de las JONS. Al año siguiente se autoproclamó como jefe nacional de esta organización el general Francisco Franco, que de director de la Academia Militar de Zaragoza había pasado a dirigir las operaciones militares encaminadas a sofocar y reprimir el movimiento obrero armado que surgió en la revolución social de 1934.Pero en Francia las cosas no van mejor y los disturbios de febrero de 1934 se han convertido en una manifestación organizada por grupos de la extrema derecha y en un motín en la parisina plaza de la Concordia. Además, en el marco del clima prebélico en el que se halla Europa, unos terroristas asesinan al rey de Yugoslavia, Alejandro I, y al ministro de Exteriores francés, Louis Barthou, al poco de desembarcar en la ciudad de Marsella. En Italia hay un primer ministro, Benito Mussolini, con poderes dictatoriales desde el año 1922, creador del movimiento ideológico conocido como fascismo. La característica principal de este nuevo y preocupante movimiento de masas es que es de carácter totalitario y antidemocrático. Y en Alemania ha muerto el presidente Hindenburg, sucediéndole Adolf Hitler con el cargo de canciller, tras haber protagonizado «La noche de los cuchillos largos», en la que desde el 30 de junio al 1 de julio de 1934, los nazis llevaron a cabo una serie de asesinatos políticos con el fin de apoderarse de la totalidad de estructuras del Estado alemán. Hitler, ahora autoproclamado Führer, mantiene un programa secreto para rearmar al ejército alemán sorteando el Tratado de Versalles. Ese año, 1934, anuncia públicamente que ampliará su ejército a 600.000 soldados, multiplicando por seis el límite permitido tras finalizar la Primera Guerra Mundial. Además está determinado a introducir una fuerza aérea poderosa, la Luftwaffe, e incrementar el tamaño de la Marina de guerra, la Kriegsmarine.Con ese ambiente crece la preocupación en Europa por una nueva guerra, lo que lleva, por iniciativa de Italia, a firmar en Roma el conocido como «Pacto de los Cuatro», donde Italia, Gran Bretaña, Francia y Alemania firman un tratado que les compromete a mantener la paz y a reorganizar Europa con respeto a los principios y cauces previstos en el estatuto de la Sociedad de Naciones. El recuerdo de la Primera Guerra Mundial aún pervive en muchos políticos y no desean que se vuelva a repetir algo similar.Monsieur Roger Tur mantiene una relación de amistad con el recién estrenado cónsul alemán de Zaragoza, Gustav Seegers. Y a partir de 1943 lo invita cada domingo por la tarde a su casa, sede del consulado, donde coincide con el director del Colegio Alemán de Zaragoza, Albert Schmitz; y el empresario dueño del conglomerado Sofindus, Johannes Bernhardt. A esas reuniones también acuden altos jerarcas nazis y miembros de la Falange. No es hasta el año 2006, en la desclasificación de los archivos secretos de la CIA (OSS durante la guerra), que se descubre que el cónsul francés enviaba puntualmente, a la embajada norteamericana, informes de lo que se hablaba en esas reuniones.La mala suerte quiso que en el año 1972 muriese en un atentado perpetrado por un colectivo, Hoz y Martillo, fundado en Zaragoza un año antes como una organización de matiz comunista marxista-leninista. El accidente, que el ministro de Relaciones Exteriores de Francia calificó como un “estúpido asesinato”, sesgó la vida de un hombre que había hecho mucho más de lo que su cargo le obligaba. La historia lo ocultó, pero ahora me ha correspondido a mí rescatarlo del olvido y contar su vida, más apasionante que cualquier otra vida ficticia que podamos imaginar. La diferencia es que esta es real.
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