«En la azotea el asunto era bien distinto. Esta vez se trataba de una estatua, de una estatua judía. Y derribando la estatua de un judío, para colmo compositor, no se cometía ningún pecado. Una imagen no puede acudir a presentar una queja ante el trono celestial. Aunque un buen conocedor de los caminos de Dios sabe que incluso una estatua puede ser el brazo ejecutor de un castigo divino. Él mismo había visto una vez una ópera cuyo argumento era precisamente ese. Sin embargo, ¿podría recibir dicho castigo a plena luz del día?».
Don Giovanni, así es como se titula la ópera a la que se refiere el narrador y, por tanto, el propio Jiří Weil: una magnífica obra cómica y moralizante que Ópera 2001 —cuyas propuestas se ofrecen a un precio considerablemente inferior al de otras compañías, sin disminuir por ello su buena calidad (hago publicidad a coste cero)— representó por toda España en 2023 con un elenco integrado por Alberto Bianchi, Chrystelle di Marco y Francesco Marsiglia (entre otros).
En esta ópera, cuya música estuvo a cargo de Mozart, aparece una estatua: la del Comendador. El protagonista de la obra, Don Juan —en el castellano más castizo; Don Giovanni, en el italiano más fino—, es un hombre al que el calificativo «picaflor» se le queda corto. Sus aventuras y escarceos amorosos lo conducen hasta un merecido final en el que la efigie del Comendador se encarga de acabar con las hazañas poco decorosas a las que Don Giovanni parece ser adicto.
Del mismo modo en que por una estatua Don Giovanni llegó a su fin, también por una escultura se desatan los acontecimientos ficticios (aunque perfectamente plausibles) que Jiří Weil relata en su novela Mendelssohn en el tejado; una serie de hechos que afectan de lleno a sus personajes. En concreto, es uno de los bustos que decoran la parte superior de un edificio emblemático de Praga (actual capital de la República Checa) al que la novela le debe la vida.
Durante la ocupación nazi, al ser de origen judío, el autor checo Jiří Weil prosiguió con su trabajo en el Museo Judío de Praga hasta que los alemanes decidieron que debía ser trasladado (sabemos lo que esto implica) a Terezín, localidad donde se ubicaba —y continúa ubicándose (actualmente, se puede visitar)— un campo de concentración similar a los que había en otras zonas de Europa central.
Dicho esto, podemos afirmar que Mendelssohn en el tejado existe gracias al «suicidio» de Jiří Weil. El escritor fingió su propia muerte para librarse de Terezín y de la barbarie nazi que habría impedido que el mundo accediera a su legado literario. Después del uno, viene el dos, y después, el tres… Una vez muerto oficialmente, el siguiente paso consistió en sobrevivir en la clandestinidad. Por consiguiente, Mendelssohn en el tejado es la vía de entrada que permite al lector de nuestra era acceder a otro testimonio más que relata lo sucedido en la Segunda Guerra Mundial desde la experiencia de una persona de origen judío, pero de un modo sumamente distinto a conforme también lo hizo Ana Frank.
«Mendelssohn en el tejado»
La diferencia principal entre este autor y otros escritores que también han tratado un tema tan escabroso como es el holocausto estriba en que Jiří Weil aborda la realidad fundamentalmente a través de la ficción. En lugar de redactar una crónica con experiencias 100% reales, vividas o no en primera persona, el escritor checo decide partir de un suceso cómico para tejer una historia de papel en la que los acontecimientos originales están protagonizados por personajes mayoritariamente imaginarios.
Después de lo que acabo de comentar, alguien podría deducir erróneamente que Mendelssohn en el tejado es otra obra más en la que el nazismo y el holocausto están patentes y que, una vez se asume la gravedad de los hechos y la necesidad de comentarlos para evitar un segundo holocausto, no aporta nada nuevo a nivel estilístico. Evidentemente, es una novela en la que los nazis ejecutan acciones de nazis —como también sucede en las películas El pianista, La casa de la esperanza, El ministro de propaganda y La promesa de Irene (todas ellas muy recomendables y esta última, quizás, menos conocida). Sin embargo, el libro de Jiří Weil tiene un toque hilarante muy personal, poco común y arriesgado que lo convierte en un volumen innovador. Es capaz de causar cierta gracia sin que ello le impida al lector sentir la tensión eléctrica que se propagó bajo el mandato de Hitler, sobre todo, por el centro de Europa. En esto también coincide con Don Giovanni, en su fusión cómica y moralizante, la misma que propuestas cinematográficas como Jojo Rabbit (del director Taika Waititi) han convertido en su seña de identidad.
Mendelssohn en el tejado puede definirse así: una comedia que, conforme avanza, adquiere un punto de amargura que no impide recordar lo absurdo del desencadenante inicial de su historia, para mostrar en clave de humor ácido la verdadera cara de la crueldad humana de unos hombres que sembraron el caos, obsesionados con un concepto de perfección racial que bajo un nacionalsocialismo alemán excluía a todo aquel que no encajara en lo que ellos entendían por «arios».
El filósofo Moses Mendelssohn (s. XVIII) impulsó un cambio importante en la forma que los judíos tenían de profesar su fe en un país en el que esta religión no era la predominante. Abogó por una mayor integración de las personas judías en la sociedad alemana no judía. Aunque hubo quien, dentro del propio núcleo judío, no vio con buenos ojos su propuesta, el planteamiento de Moses Mendelssohn permitió asentar las bases para que —al cabo de un par de siglos más o menos (para cuando Hitler alcanzó el poder)
— familias de origen judío, como la de Ana Frank, estuvieran ya formando parte de la sociedad alemana no judía, sin que sus creencias religiosas las llevaran a concentrarse en barrios concretos donde convivir exclusivamente con ciudadanos alemanes con su mismo origen.
Si lo extrapoláramos al cristianismo, podríamos decir (a muy grandes rasgos) que Mendelssohn propuso algo así como que las personas cristianas pudieran vivir en la misma calle que las agnósticas y las ateas. Para lo cual, es evidente que ha de haber unos valores mínimos que hagan viable dicha convivencia y que, en todo momento, excluyan la delincuencia y la criminalidad.
Hay un aspecto de la propuesta de Moses Mendelssohn que encuentro especialmente llamativo y me gustaría reivindicar como algo muy positivo: él abogó por la inclusión del ciudadano alemán de origen judío desde el propio pueblo judío, es decir, apostando por un cambio de mentalidad en el judío, que tuvo que dar un paso al frente para favorecer su integración social. ¿Por qué cuento todo esto? Porque el nieto de Moses Mendelssohn, Felix Mendelssohn (siglo XIX), es —según los nazis de Jiří Weil— el «Ovidio Nasón más narizado» del soneto que Francisco de Quevedo escribió pensando en Góngora; un poema que oportunamente da título a esta reseña.
Felix Mendelssohn es el compositor de música clásica que, según Jiří Weil, está «en el tejado» del Rudolfinum, el edificio donde —también en su novela— se celebraban por excelencia las actuaciones musicales en Praga.
Efectivamente, el Rudolfinum está adornado con las esculturas de varios compositores que, ubicados sobre la cornisa, ornamentan su fachada. En la novela, una de estas figuras es el busto de Felix Mendelssohn, compositor de carne y hueso en la realidad, y también nieto de Moses Mendelsshon. Sobre su abuelo ya hemos hablado antes (recordemos: animó a la comunidad judía a abrirse y a buscar una mayor cercanía e integración con la sociedad alemana no judía).
Aunque Mendelssohn [está] en el tejado, no es el único: Mozart y Wagner también lo acompañan en la novela de Jiří Weil. Actualmente, el Rudolfinum sigue ejerciendo sus funciones como palacio de la música y conserva las estatuas de los compositores sobre la cornisa. Mozart (cuyo vínculo con el libro del autor checo lo hemos explicado al principio) es uno de los compositores que siguen estando en el tejado del Rudolfinum a día de hoy. Sobre Wagner y Felix Mendelssohn no puedo decir nada porque desconozco la situación.
En cualquier caso, tanto si Felix Mendelssohn estuvo realmente alguna vez en el tejado como si no, su origen judío es irrefutable. Si a esto le añadimos las ideas de su abuelo (Moses Mendelssohn), el nieto lo tenía todo para que alguien con la peligrosa mentalidad de Reinhard Heydrich («el carnicero de Praga») mandara echar abajo su estatua.
Este es el núcleo del libro: Mendelssohn en el tejado es la novela que cuenta cómo el compositor dejó de estar en el tejado del Rudolfinum y cómo la orden de Heydrich (en el libro, manda eliminar su escultura) es sólo una muestra de las sandeces y absurdeces a las que una ideología turbia como la nazi, erigida sobre un imposible (el de la pureza racial), llevó. A pesar del esfuerzo de los nazis alemanes por disimular las expropiaciones de bienes a personas de origen judío, cuyas casas asediaban y embargaban, la verdad de los hechos salió a la luz tras la Segunda Guerra Mundial gracias a libros como el de Jiří Weil.
En la historia de Jiří Weil, Mendelssohn deja de estar en el tejado tras muchas incidencias. Una orden aparentemente sencilla —quitar la escultura de un judío del templo de la música de Praga— se torna en una auténtica odisea para el funcionario del ayuntamiento al que se le encomienda la tarea en cuestión. Como ninguno de los allí presentes sabe cómo es Mendelssohn físicamente, e informar sobre su incapacidad para reconocer su escultura no es una opción a barajar (los superiores del funcionario pueden enfadarse), éste decide recurrir al prejuicio de «la nariz judía». Tomada esta resolución, el funcionario comete el error de confiar en el estereotipo, buscando una nariz grande que, claro ésta, no encaje con las proporciones ideales del nazismo alemán.
¿Estuvo alguna vez Mendelssohn en el tejado?
He indagado por ahí y no he llegado a encontrar documentación exacta sobre la identidad de quién mandó echar abajo la estatua en la realidad, si es que alguna vez Mendelssohn acompañó a Mozart en el tejado del Rudolfinum.
Tampoco he hallado información sobre si este episodio sucedió o no tal y como se narra en el libro. Ahora bien, según he podido leer en Clásica2 (Revista de Ópera y Música Clásica), Mendelssohn sí fue derribado. El suceso tuvo lugar en 1936, en la ciudad alemana de Leipzig. Felix Mendelssohn fue reemplazado por una ofrenda de flores que un director de orquesta inglés depositó donde recordaba haber visto con anterioridad la estatua del compositor de origen judío. En cuanto a Heydrich, existió y, en efecto, fue apodado «el carnicero de Praga».
Al margen de esta anécdota anterior, para Jiří Weil y su novela, Mendelssohn estuvo en el tejado y Heydrich fue quien emitió la orden de derrocarlo; un hombre que dedicó su vida a exterminar a personas de origen judío que, como hemos indicado antes, para cuando Hitler llegó al poder, ya estaban integradas en la sociedad alemana. De hecho, eran un motor para la economía del país, pues (como el padre de Ana Frank) los había que tenían sus propios negocios.
Por otro lado, está el funcionario de la novela, para quien Felix Mendelssohn ha de ser un compositor con la nariz grande —también se esperaba de ella, de «la nariz judía», que fuera aguileña—. Tomando dicho estereotipo como referencia, el empleado del ayuntamiento de Praga no duda en encargar a sus ayudantes, porque él tiene miedo a las alturas, que quiten la escultura con la nariz más prominente del tejado. Lástima que, justamente, la estatua que cumple este requisito sea la del compositor alemán Richard Wagner, a quien el nazismo convirtió en un símbolo más del Reich. En su día, Wagner manifestó públicamente su repulsa hacia la idea de que un judío pudiera dedicarse a la música (conviene recordar que Felix Mendelssohn nació en 1809, mientras que Wagner lo hizo cuatro años más tarde; fueron coetáneos).
La que lía el funcionario no es pequeña. Precisamente, a raíz de su error —al incumplir el encargo de Reinhard Heydrich, eliminando de la azotea del Rudolfinum a Wagner por equivocación—, el lector conocerá al resto de los personajes, muchos de los cuales se ven empujados por las circunstancias a actuar en contra de sus valores morales y los preceptos de su religión.
Antes de concluir la reseña, creo conveniente comentar que Jiří Weil también muestra en Mendelssohn en el tejado cómo hubo checos que colaboraron con los nazis alemanes igual que también lo hicieron algunos judíos. Los nazis no sólo buscaron exterminar a los judíos por su cuenta, sino que también se valieron de quienes podían conocer mejor que nadie la cultura de aquellos a los que consideraban enemigos acérrimos: los propios judíos. En la comunidad judía, había personas de una formación elevada que, bajo amedrentamiento, podían aportar información muy útil al Reich. Sin embargo, aunque quienes conformaban el Consejo Judío contribuyeron parcialmente a la causa —con tal de conservar sus vidas y las de sus familiares—, los nazis no cumplieron con su palabra de mantenerles a salvo.
El funcionario y sus subalternos, buscando «la nariz judía», encontraron la nariz de Wagner, que resultó ser aquella de la que Francisco de Quevedo también podría haber dicho:
«[…] érase un naricísimo infinito, muchísimo nariz, nariz tan fiera, que en la cara de Anás fuera delito».
(Otra versión que existe del anterior terceto, en la que se elimina el nombre del sumo sacerdote judío que la Biblia menciona: Anás).
«[…] érase un naricísimo infinito, frisón archinariz, caratulera, sabañón garrafal, morado y frito».
Lamentablemente para los nazis, Wagner —convertido por el nazismo en símbolo musical del Reich— le ganó la batalla a Mendelssohn: según Jiří Weil y el funcionario de su libro, no había «nariz tan fiera» como la de Wagner, y eso que en el Rudolfinum decoraba (y decora) la azotea del edificio una treintena de esculturas.
Agradecimientos
[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias por dedicar tiempo a este artículo. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!
Esta reseña fue escrita originalmente el 29/12/2023, y revisada y pulida en febrero de 2025.
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