Escuchar al que escucha: el laboratorio íntimo detrás de ‘Narcisos’

El crítico de danza, científico y escritor Eduardo López Collazo nos revela las claves de ‘Narcisos’, una obra que nace de una gran necesidad que también hará sentir a los lectores a partir de preguntas frecuentes para activar la creatividad

Eduardo López-Collazo
27 de Abril de 2025
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el laboratorio íntimo detrás de ‘Narcisos’

No hay novela que no empiece con una necesidad. En mi caso, Narcisos nació del impulso de comprender lo que nunca me atreví a preguntar. Durante años, he sido paciente en un consultorio donde la palabra pesa tanto como el silencio. Frente a mí, una psicóloga —la mía— escuchaba sin interrumpir, asentía con su cabeza mínima, a veces tomaba notas. Y yo hablaba. Hablaba mucho. Hablaba de todo.

Mas, con el tiempo, empecé a pensar en ella, en lo que podría estar maquinando mientras yo llenaba la hora con frases a veces ensayadas o confesiones reales. ¿Qué pasa por la cabeza de quien escucha por profesión? ¿Qué parte de nosotros se queda flotando en el aire de esa sala, como un aroma que no se va?

Ese fue el primer disparador. Pero no el único.

Siempre he querido contar la historia de mis amigos, conocidos, colegas, incluso la mía propia. Las historias de los hombres que me rodean, y también de aquellos que sólo existen cuando nadie los ve. Los que tropiezan con sus emociones, los que no saben cómo pedir ayuda, los que se mienten en voz baja. Me interesaba mostrarlos sin armaduras, fuera del molde, lejos del estereotipo. Quería que fueran vulnerables, torpes, contradictorios. En una palabra: reales.

Durante mucho tiempo pensé que escribiría la novela como un registro clínico, casi una transcripción dramatizada de sesiones. Cada capítulo: varias sesiones. Cada sesión: un paso más en la historia. No funcionó. Entendí que no hay avance lineal en el dolor ni en el autoconocimiento. No somos cuadernos cuadriculados, somos hojas sueltas con tachaduras y frases a medio decir. Así que rompí el esquema.

¿Qué pasa por la cabeza de quien escucha por profesión? ¿Qué parte de nosotros se queda flotando en el aire de esa sala, como un aroma que no se va?

Decidí entonces escribir las historias de cada personaje por separado. Ocho hombres y una psicóloga. Cada uno con su propio ritmo, su tono, su estilo de pensar y hablar. Fue como formular una hipótesis en el laboratorio: "¿Qué pasaría si este hombre, con este pasado y este carácter, entrara en la consulta de Carmen, la psicóloga?" Y luego, como científico, debía demostrarla.

No bastaba con tener una idea: había que seguirla hasta sus consecuencias, hasta el último rincón de su lógica emocional.

Esa parte fue fascinante. Y también extenuante.

Narcisos
Narcisos

Muchos días escribía páginas y páginas sólo para, al día siguiente, borrarlo todo. Descubría que había caído en frases hechas, en ese lenguaje precocido que detesto. No soporto las novelas donde todos hablan igual, con muletillas de taller literario como: “una taza de café humeante” o “no podía ser de otra manera”. Me parecen atajos perezosos. Quería que personaje tuviera una voz distinta, que el lector pudiera reconocer a Osvaldo por su ritmo cortante, a Joaquín por seguridad que esconde abismos, a Aisiyú por su lógica desarmada. Algunos tenían acento. Otros, un modo casi musical de decir. La forma de hablar es la manera que tenemos de estar en el mundo. Y en Narcisos, eso debía notarse.

Carmen, por su parte, fue la más difícil de todas. En ella convergía la suma de mis proyecciones, mis preguntas y mis silencios. A veces pensé que sólo debería observar, ser una especie de espejo sin reflejo. Pero un día, sin que lo buscara, empezó a escribir. Porque sí, ella también escribe en la novela. A escondidas, como quien necesita hablar, aunque no deba. Fue en ese momento cuando la historia se volvió verdaderamente coral. Ya no era yo contando lo que creía que pasaba. Eran ellos, los personajes, haciéndome a un lado.

No escribí Narcisos como quien construye un producto. La escribí como quien se sienta a entender lo que le pasa. No hay un clímax donde todo se resuelve, ni una moraleja que se imponga. Hay, en cambio, un desfile de dudas, una serie de encuentros que rozan el absurdo, el humor, la tristeza y la ternura. Porque la vida adulta no es tan distinta de la adolescencia. Seguimos tropezando con las mismas piedras, sólo que con menos excusas. Además, nos siguen doliendo las mismas cosas: el rechazo, el abandono, el miedo a no ser suficientes.

En esos encuentros entre Carmen y sus pacientes hay una tensión constante. Una intimidad incómoda. Y me atrevería a decir que hay amor, aunque no del romántico, ni siquiera del afectivo, sino de ese amor que surge del conocimiento profundo del otro. Un amor que observa sin intervenir, que permite que el otro se despliegue sin invadirlo. Es el amor de quien escucha de verdad.

Por eso elegí el título Narcisos. No por el mito del joven enamorado de su reflejo, sino por la idea de que todos somos, en algún momento, incapaces de mirar más allá de nuestra imagen distorsionada. No somos lo que mostramos, ni siquiera lo que creemos ser. Somos lo que aparece cuando alguien nos mira de verdad, sin necesidad de que hablemos.

Escribir esta novela fue un proceso largo, lleno de dudas, momentos de euforia y silencios fértiles. También hubo conversaciones con mi pareja, consultas con esa persona que supo hablar o callar en los momentos precisos.

No sé si logré lo que me propuse al inicio. De hecho, no sé si eso importa. Lo que sé es que, al terminarla, entendí un poco más de mí, de los hombres que me rodean, y de esa mujer imaginaria que, aún sin rostro claro, me sigue escuchando, y también aprendí a escuchar.

Y quizá eso sea lo único que de verdad importa: que alguien escuche. Incluso cuando ya no estamos hablando.

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