Estamos en racha. Si la semana pasada escribía mi reseña sobre Shangri-La de Mathieu Bablet, esta la dedico a Esos días que desaparecen de Timothé Le Boucher. Los dos son hitos emblemáticos del nuevo cómic francés, obra de sendos autores jóvenes que han demostrado ser auténticos enfants terribles dispuestos a cambiar las reglas en la escena de la bande dessinée. Ambos tomos causaron sensación en Angulema, ambos se dieron prisa en cruzar los Pirineos y fueron publicados en España por Dibbuks a finales de la pasada década... y este año 2024 ambos han sido rescatados y reeditados por dos jóvenes editoriales que vienen pisando fuerte en el panorama nacional: Shangri-La por Tengu y Esos días que desaparecen por Nuevo Nueve, el sello fundado por Ricardo Esteban tras abandonar Dibbuks. Bienvenida sea esta reedición que repone en el stock del mercado español una referencia imprescindible del reciente cómic europeo, y que suma puntos al bien provisto catálogo de Nuevo Nueve.
Para acercarme a Esos días que desaparecen tuve que enfrentarme a mis prejuicios personales, porque debo admitir que en lo que a dibujo se refiere Timothé Le Boucher no es santo de mi devoción. Tiene esa factura pulcra que es característica del cómic realizado en digital. Son ilustraciones neutras, con un cuidado pantone de colores planos, pero que para mi gusto adolecen de cierta falta de personalidad. Echo de menos el trazo, el gesto del pincel, el manchurrón de tinta: ese principio estético por el que la imperfección humaniza la obra y da a cada imagen un carácter único, quizás más guarro pero más expresivo. Supongo que el estilo de Le Boucher es la evolución lógica de la línea clara francobelga, pero a mí me parece que es un poco como si le dijeras a una inteligencia artificial que generase un cómic al estilo de Juillard o Giardino. Sin embargo, una vez que me he zambullido en el cómic me doy cuenta de que el estilo le va como un guante a la historia que está ilustrando, precisamente por su neutralidad. Esos días que desaparecen ejemplifica a la perfección la máxima de Louis Sullivan, "la forma sigue a la función": aquí lo importante es la historia, y la función del dibujo es acompañarla sin interferir innecesariamente, arropar el relato haciendo el menor ruido posible y dejando que se exprese por sí mismo. Es un ejercicio de sobriedad. En este cómic la historia lo es todo. Y es una historia endiabladamente buena.
En su apartado gráfico, se nota que Esos días que desaparecen es un cómic muy meditado en el que nada se ha dejado a la improvisación. Acompañan a la edición de Nuevo Nueve los estudios que hizo el autor sobre el envejecimiento de cada uno de los personajes, un factor crucial en esta historia donde el paso acelerado del tiempo es uno de los motores principales de la acción. Asimismo, sorprende la claridad secuencial con que están descritos, movimiento a movimiento, los números de circo que puntúan el relato y que dialogan con el resto de la trama a través de una sutil red de símbolos y motivos. El lenguaje de Le Boucher es cinematográfico: sus viñetas se leen como un storyboard muy elaborado. Esos días que desaparecen podría adaptarse a la gran pantalla de modo prácticamente literal y el resultado sería una buena película; y no me extrañaría que algún realizador con buen olfato lo llevara a cabo, porque el guión es un filón.
¿Y de qué va? A ver si os puedo esbozar el argumento sin destriparlo demasiado. Veréis, trata de la extraña vida (o vidas, mejor dicho) de Lubin Maréchal, un chaval que, a raíz de un accidente aparentemente sin importancia, empieza a vivir un día de cada dos. Lubin tarda poco en descubrir que, durante "esos días que desaparecen", de los que no guarda ningún recuerdo, su cuerpo es ocupado por una personalidad alternativa, completamente opuesta a la suya. A través de cartas y grabaciones, ambas personalidades tratan de entrar en comunicación, llevarse bien y sacar adelante una vida compartida, con las desventajas que conlleva cohabitar en un mismo cuerpo. Sugerente, ¿no? Pues bien, el cómic no se queda en un buen planteamiento, sino que la cosa va a más; esta relectura del mito de Jekyll y Hyde experimenta un espectacular desarrollo que mantiene al lector en vilo hasta la última página. No en vano Le Boucher reconoce entre sus mayores influencias a dos maestros del suspense: Alfred Hitchcock y Naoki Urasawa (que, por cierto, es invitado de honor en el Manga Barcelona de este año).
Muchos autores, al construir un guión, caen en la trampa de preocuparse prioritariamente por la coherencia interna de la historia. En cambio, genios como Hitchcock o Urasawa articulan sus intrigas poniendo el foco en el espectador/lector, centrándose en su respuesta emocional, en cómo será zarandeado por las sorpresas y giros argumentales que ritman el guión. A menudo esta manera de escribir, diseñando el mensaje como un recorrido de reacciones en el receptor (o un laberinto de pasiones, como diría Almodóvar), sacrifica en aras del impacto emocional la propia credibilidad de la historia: ¿hay algo menos creíble que Monster de Urasawa o Con la muerte en los talones del mago del suspense? Timothé Le Boucher ha sabido interiorizar a la perfección este planteamiento para atrapar al lector en su historia, que no puede ser más inverosímil pero consigue rápidamente inducirnos a un estado de suspension of disbelief. ¿Cómo lo hace? Porque la escalada de la intriga está dosificada con maestría, en un tour de force narrativo, y porque los personajes sí están construidos de forma creíble: al cabo de unas páginas, nos importa lo que le pase a Lubin, a Leandre, a Gabrielle y a Tamara... y por eso vamos a sufrir según avanza la trama, con ese sufrimiento catártico que Aristóteles reconoció como el efecto de una buena tragedia.
Y es que el lector no puede dejar de empatizar con el problema fundamental, filosófico, que nos plantea Esos días que desaparecen, porque es la cuestión existencial a la que todos nos enfrentamos: el tiempo, asesino universal, que pasa sin que nos demos cuenta, sin que nos sintamos verdaderamente dueños de nuestra vida y de nuestro pasado. Acompañamos a Lubin en el lúcido impulso de vivir cada día como si fuera el último, sintiéndolo como un bien precioso e irrecuperable. Este cómic entona un apasionado carpe diem, y de paso plantea el conflicto entre dos formas de hacer uso de nuestra vida: como un miembro responsable de la sociedad, centrado en sacar adelante sus negocios y su familia, o como un hedonista despreocupado y vitalista que entrega su tiempo al arte, a los amigos y al amor. Estas son las dos personalidades de Lubin Maréchal, que comparten su cuerpo y compartimentan su vida: dos maneras de vivir aparentemente irreconciliables, condenadas a entrar en conflicto, tanto en el interior dúplice de Lubin como dentro de cada uno de nosotros. Es nuestra responsabilidad armonizarlas o permitir que una subyugue y destruya a la otra. Este es el drama que nos propone Esos días que desaparecen, y que Le Boucher desarrolla y resuelve de forma contundente. ¿A favor de cuál de las dos personalidades? Tendréis que leerlo para averiguarlo.