El gallo conservó su cresta

Reseña de El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez, autor colombiano

05 de Agosto de 2025
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Reseña de El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez, autor colombiano

«—Estás como para un acontecimiento —dijo.

—Este entierro es un acontecimiento —dijo el coronel—. Es el primer muerto de muerte natural que tenemos en muchos años».

Conocí a Gabriel García Márquez por primera vez —y por supuesto, en formato papel— con El amor en los tiempos del cólera. Para entonces, mi madre ya me había recomendado varias veces leer Cien años de soledad. Sin embargo, a pesar de su entusiasmo, yo no me animaba. La pereza me invadía sólo de pensar en el galimatías que prometía la novela, con tantos descendientes heredando la misma genética, el mismo nombre y, para colmo de males, el mismo primer apellido.

Cuando le llegó el turno y decidí darle una oportunidad, me sorprendí: no me pareció que la familia fuese tan intrincada como para perderse sin remedio entre sus generaciones. Es más, creo que el lector, una vez se familiariza con los Buendía, es capaz de distinguir bastante bien unos personajes de otros (aunque sólo sea durante la lectura). En esto, el lector acaba por parecerse a una madre con gemelos idénticos: quien los ha parido sabe perfectamente quién es quién.

Aunque Cien años de soledad es, para muchos, la novela cumbre de Gabo —y aunque está en mi lista de «lecturas predilectas»—, mi preferida hasta la fecha sigue siendo El amor en los tiempos del cólera. Aparte de estas dos obras anteriores, que tienen una extensión similar, Gabriel García Márquez también escribió novelas más breves como Crónica de una muerte anunciada y El coronel no tiene quien le escriba (a ella le debemos el título de esta reseña, también cortita).

«El coronel no tiene quien le escriba»

La paciencia del coronel es patológica; lleva años esperando una carta que no llega. Tanta es la desesperación de su mujer —ya no soporta más la actitud del marido— que el lector empieza a revolverse en su asiento: no sería mala idea escribirle esa carta y entregársela en persona, para evitar que se pierda en el camino, pero la idea, tal y como viene, se esfuma. El lector sabe que, sin espera, no hay novela. Es la espera la identidad de esta historia, así que seguimos el ejemplo del coronel y, para desgracia de su mujer, decidimos aguardar. Sólo nos interesa empaparnos de cuanto aquí nos cuenta el autor.

«—Adelante, compadre. Cuando salí a buscarlo esta tarde, no encontré ni el sombrero.

—No lo uso para no tener que quitármelo delante de nadie».

Fragmento en el que el coronel saca a relucir su talante decidido.

El coronel pisa fuerte y no hace pie en su profunda tozudez. En esta breve novela, Gabriel García Márquez —también conocido como «Gabo»— recupera una parte de su historia familiar para ficcionarla. Reduce el episodio real a unos cuantos elementos que, a pesar de su sencillez, son suficientes para construir una novela de ritmo pausado, pero atractiva; el lector encontrará una trama sencilla y, al mismo tiempo, sustanciosa. Además, el compás desacelerado que se marca G. G. M. encaja muy bien con la serenidad del protagonista, un coronel revolucionario que lleva quince años manteniendo viva la esperanza de recibir una carta que nunca llega (ni llegará).

El sobre que tanto ansía el coronel contiene el documento que —según una nueva ley— habría de reconocerle oficialmente como veterano de la Guerra de los Mil Días. En este conflicto nacional que duró unos cuantos días más de los que su nombre indica, se enfrentaron en Colombia los dos principales partidos del país: los revolucionarios y los conservadores, cada uno con sus respectivas facciones. La guerra terminó con la derrota de los revolucionarios, entre cuyas filas se hallaba el coronel de la novela (trasunto del abuelo de Gabriel García Márquez).

Así pues, el escritor se inspiró en su mismísimo abuelo: Nicolás Ricardo Márquez. Mientras que el coronel de verdad, el de carne y hueso, tuvo a dos de sus muchos hijos extramatrimoniales en las filas de los conservadores (bando contrario al suyo), el del libro tiene un solo hijo y, además, muerto.

Del hijo, sólo le queda vivo el gallo de pelea, al que alimenta a base de maíz y frutas que ni él ni su mujer se permiten comer.

Abastecerlo de comida para mantenerlo con vida hasta que llegue el momento de entrenarlo y, finalmente, soltarlo en una pelea de gallos es la máxima prioridad del coronel; un propósito que contrasta enormemente con la idea que su mujer tiene en la cabeza: vender al gallo y utilizar los pesos colombianos que les den a cambio para invertirlos en ellos dos.

La esposa quiere conseguir liquidez, pues ambos necesitan tener algo que llevarse a la boca. Además, no es seguro que el gallo gane ninguna pelea, y alimentarlo hasta entonces implicaría dejar de comer ellos en su lugar. Pagar a

un nuevo abogado y reclamar, una vez más, la pensión del coronel —pero con más apoyo y eficacia— es lo que ocupa la mente de su mujer, tanto como el asma ocupa sus pulmones enfermos.

«"No tienes el menor sentido de los negocios", dijo. "Cuando se va a vender una cosa hay que poner la misma cara con que se va a comprar"». Palabras de la esposa al coronel.

Apuntes finales

Gabriel García Márquez publicó esta novela en 1961, unos años antes de Cien años de soledad. La sensatez y la buena gestión de la economía doméstica son cualidades que el escritor atribuye a la esposa del coronel. Es éste, el coronel, un hombre ensimismado, anclado a su esperanza de recibir una carta que nunca llega. Es un hombre que prefiere poner a un gallo a combatir en lugar de movilizarse para —como querría su mujer— conseguir la pensión, que legalmente le corresponde y resolvería su situación tan precaria.

El coronel no tiene quien le escriba también pone de relieve cómo las autoridades políticas, cuando quieren hacerlo, incumplen sus promesas incluso con quienes las han ayudado a alcanzar el poder.

¡Posible SPOILER! (Busque donde pone: Fin)

A pesar de la insistencia de su mujer, el coronel se mantiene en sus trece. Sólo hay un momento en el que se permite una mala palabra, al final de todo, cuando su esposa —ante tanta apatía— pierde el temple. Ni siquiera la enfermedad de su mujer (el asma) es aliciente suficiente para que el coronel decida tomar otros derroteros.

«El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:

—Mierda».

Con esta última palabra, el coronel zanja el asunto del gallo: eso es lo que comerán él y su mujer hasta que el animal gane una batalla. Con«mierda», Gabriel García Márquez cierra su libro.

Fin del posible spoiler

¡Enriquezca la lectura!

Para ampliar la lectura, anoto aquí tres pequeñas curiosidades:

  1. Aunque G. G. M. publicó El coronel no tiene quien le escriba antes que

Cien años de soledad, en ella aparece ya el nombre de Aureliano Buendía, un coronel revolucionario que forma parte de esa estirpe familiar del realismo mágico de Gabo: los Buendía.

  1. En el libro también alude al Tratado de Neerlandia, uno de los documentos con los que se puso fin a la Guerra de los Mil Días y que Gabo también menciona en Cien años de soledad.
  2. El coronel no tiene quien le escriba toma su título de las palabras que el administrador del correo le dice al coronel cada vez que éste acude al puerto para preguntarle por una carta que nunca arriba y que, de hacerlo, debería llegar en lancha a la región donde vive el coronel.

Agradecimientos

[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias por dedicar tiempo a este artículo. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!

Esta reseña fue escrita originalmente entre marzo y abril de 2023 (aproximadamente). He procurado perfeccionarla este 2025.

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