Son legión los subgéneros del shonen: de deportes, de ninjas, de cocina, de misterio, de mahjong, de ciencia ficción... Entre ellos también está representado el manga histórico para adolescentes, que aborda los momentos estelares de la historia sin perder el tono ligero, chispeante e hiperbólico del shonen. Un ejemplo es Héroe fugitivo (Nige Jozu no Wakagimi) de Yusei Matsui, serializado desde 2021 en Japón en la emblemática Shonen Jump de Shueisha.
Yusei Matsui, conocido entre los aficionados al manga por Assassination Classroom, cambia radicalmente de registro con Héroe fugitivo para rescatar de las brumas de la historia a un oscuro personaje del período Kamakura, Tokiyuki Houjou, y convertirlo en protagonista estelar de un manga de altos vuelos. El Tokiyuki histórico fue el último descendiente de los Houjou, un clan de samuráis que detentaron el poder en Japón entre los siglos XII y XIV en calidad de regentes del shogun. Como resultado de una cadena de movimientos políticos, en 1333 el susodicho clan cayó en desgracia y el único superviviente de la debacle fue Tokiyuki, a la sazón un niño de nueve años. Cuentan las crónicas que, en una época en la que la única salida permitida a los nobles frente a la derrota era el suicidio, el heredero de los Houjou se aferró a la vida e hizo lo que se consideraba más deshonroso para un samurái: huir. En realidad fue una retirada táctica para refugiarse en la región de Suwa y reunir allí un ejército que le permitiera recuperar el poder en Kamakura, en un golpe de mano que se llevó a cabo en 1335 y que pasó a la posteridad como la rebelión Nakasendai.
El caso es que la historia reconoce como el hecho más notable en la trayectoria de Tokiyuki Houjou su huida de Kamakura. Pues bien, la receta para para convertirlo en protagonista de un shonen consiste en aislar ese dato histórico, extraer de él un rasgo característico y exagerarlo fuera de toda medida, presentándolo como un "héroe fugitivo". Alcanzar la victoria a través de la huida: toda una paradoja, semejante a un koan budista, que Matsui explota de mil maneras distintas a lo largo de la trama del manga. A través de la lente deformante del shonen, el talento para la evasión se convierte en un superpoder: en Héroe fugitivo el benjamín de los Houjou protagoniza vibrantes escenas de acción en las que esquiva todo tipo de ataques y proyectiles a velocidad meteórica. Para formar el núcleo duro de su rebelión, el pequeño Tokiyuki aglutina en torno a sí un grupo mixto de niños con habilidades especiales a los que llama "la partida de los escapistas". Cocinado en esta salsa, el relato histórico se ha transmutado en ficción adolescente, con tanto éxito que a día de hoy la serie sigue prodigando volúmenes en Japón y ya tiene su propio anime.
Héroe fugitivo hace uso extensivo del recurso de acercar el pasado histórico a los lectores a base de constantes guiños a nuestro presente: lo hacía Goscinny en Astérix, Forges en su Historia de aquí... y, sentando un claro precedente en Japón, también lo hacía típicamente Osamu Tezuka en sus cómics de época, recurriendo al gag del anacronismo como comic relief para hacer más digerible la tragedia. Volviendo al manga que nos ocupa, uno de los personajes de Héroe fugitivo es el sacerdote Yorishige Suwa, que tiene el poder de ver el futuro: excusa perfecta para hacer continuas referencias, en clave de humor facilón, a la cultura popular del Japón contemporáneo. Por ejemplo, en una viñeta el propio sacerdote aparece cantando despreocupadamente un tema de j-pop, que la traductora de Planeta se toma la libertad de convertir en una estrofa de Rosalía. Por otra parte, la vinculación de este manga con la ética y la estética de los videojuegos es más que evidente: al final de cada capítulo aparece la hoja de personaje, al más puro estilo RPG, de uno de los héroes o villanos de la serie, con valores numéricos para sus distintos atributos.
Aunque esto es en principio un manga histórico, no esperéis las reflexiones trágicas y adultas de El lobo solitario y su cachorro o el trasfondo marxista de los cómics de ninjas de Sanpei Shirato. El trasfondo histórico ha sido finamente filtrado por las convenciones del shonen comercial, simplificándolo en una confrontación maniquea de buenos contra malos. Los malos (el clan Ashikaga) y sus aliados aparecen caracterizados como auténticos demonios, cuando no con rasgos caricaturizados: uno tiene unos ojos saltones descomunales, otro orejas y dientes de ratón, otro una sombra por rostro... Estamos así ante un reparto histriónico que se comporta de forma histriónica, en las antípodas de cualquier conducta natural. Más que personajes, son máscaras.
Puesto que es imposible empatizar con semejante recua de bufones hiperactuados, el manga se vale de un recurso diferente para implicar emocionalmente al lector: juega la carta del moé. El moé tiene un papel fundamental en la actual industria del manganime y de la cultura otaku en general; el antropólogo Patrick Galbraith lo define como "una respuesta afectiva a personajes de ficción o representaciones de estos". En efecto, ciertos personajes de manga están cuidadosamente diseñados para provocar esta reacción en el público, y el protagonista de Héroe fugitivo es uno de ellos. Tokiyuki Houjo aparece como un niño andrógino, idealizadamente mono y adorable, que se comporta como un héroe de shonen estándar (altruista, atolondrado y pudorosamente tímido) y que está dibujado con todo el arsenal de recursos gráficos que usa el manga para conquistar a los lectores: grandes ojos expresivos, una cuidada proporción de los rasgos faciales, cabello imposiblemente largo que le enmarca el rostro como si fuera una aureola.
Si bien muchas de las waifus del repertorio del manganime que enamoran a los otakus de medio mundo responden al arquetipo lolicon (Lolita complex), el Tokiyuki de Héroe fugitivo encarna el moé en su contrapartida masculina: el shotacon (Shotaro complex). Este toma su nombre de Shotaro Kaneda, el niño encorbatado que protagonizaba Tetsujin 28 de Mitsuteru Yokoyama, pero hay ejemplos mucho más claros de este arquetipo de héroe infantil sutilmente erotizado: en la primera parte de Fénix de Tezuka (y es que en el manga todos los caminos llevan a Tezuka) encontramos a Nagi, un niño guerrero del que, como corresponde al modelo socrático, se enamora perdidamente su protector. Desde entonces la relación maestro-discípulo con connotaciones homoeróticas se convierte en un lugar común, de manera más o menos velada, en el repertorio del manga: así ocurre con la ambigua relación de Orochimaru y el efebo Sasuke en Naruto de Masashi Kishimoto, o de manera mucho más flagrante en Loveless de Yun Kouga, un BL de tintes furry donde la etérea relación entre un adulto y un tierno colegial con orejitas de gato toma un viraje escabroso hacia la magia negra y el sadomaso. No os alarméis, porque Héroe fugitivo no va tan lejos. Su argumento también gira en torno a una relación de mentoría entre un niño y un adulto (el protagonista y el sacerdote de Suwa), pero aunque este último es un pervertido (al estilo de Mutenroshi en Dragon Ball) la relación entre ambos carece de componente erótico; no así las interacciones entre los miembros de la partida de los escapistas, que pese a su corta edad desarrollan improbables vínculos románticos y triángulos amorosos.
A quienes desconocen los convencionalismos del manga todo esto les sonará a pedofilia. A los habituales de la cultura otaku no, porque están acostumbrados a la radical separación que establece la industria japonesa del entretenimiento entre la realidad y los mundos ficticios que nos ofrece, donde no rigen las mismas normas. Independientemente de su edad, género o apariencia, los personajes estandarizados del manganime no pretenden imitar la conducta de los seres humanos, sino que son criaturas angélicas con sus propias reglas de comportamiento; si nos ponemos platónicos los podemos conceptualizar como habitantes del mundo de las ideas. Nada más rabiosamente posmoderno que desarrollar sentimientos hacia seres inexistentes, enamorarnos del avatar y no de la persona que hay detrás. Esta es la baza que juega Héroe fugitivo para involucrar al lector en su pueril recreación en corchopán de la historia medieval japonesa: se vale del carisma moé que desprende su protagonista, un niño que enamora.