El sello Image Comics lleva más de tres décadas siendo todo un referente en el mercado americano. Sus publicaciones ofrecen una alternativa a la hegemonía temática de los superhéroes en el medio, con títulos tan emblemáticos como Bone de Jeff Smith, The Walking Dead de Robert Kirkman o Saga de Brian K. Vaughan y Fiona Staples. En los últimos años la editorial Moztros ha sacado en nuestro país unas cuantas licencias de lo más granado del catálogo reciente de Image, entre ellas Hexagon Bridge de Richard Blake. Se trata de una miniserie de cinco números que Moztros recoge en un único volumen, junto a una completa sección de extras que incluye las portadas originales, diseños de personajes y documentación sobre el proceso artístico. Cualquier propuesta de Image debe forzosamente llamar nuestra atención, y más aún si va acompañada de críticas tan entusiastas como las que ha recibido Hexagon Bridge: “uno de los títulos más imaginativos de los últimos tiempos”, “uno de los mejores cómics del año”, “una de las producciones más sorprendentes de la última década”, “insuperable”… Esta avalancha de elogios resulta tanto más chocante si tenemos en cuenta que se trata del debut de su autor en el mundo del cómic. ¿Es para tanto? Veámoslo.
Hexagon Bridge es una historia de ciencia ficción que desafía los límites de la realidad y expande nuestra concepción del espaciotiempo más allá de la zona de confort. La acción se sitúa en el año 4040, un futuro suficientemente ajeno para que el autor no se pille los dedos con el paso de las décadas, como les ocurrió a Kubrick con 2001, a Orwell con 1984 o a Ridley Scott con Blade Runner, ambientada en un distópico 2019 que poco tiene que ver con el año del impeachment de Trump y la exhumación de Franco. En este futuro remoto, la humanidad se dedica a investigar los misterios de otras dimensiones, enviando a ellas inteligencias artificiales (y algún que otro fulano de vez en cuando) en misiones de exploración que se leen como una fantasía proyectiva del colonialismo: la conquista de lo invisible. Las dimensiones alternativas que nos presenta Richard Blake en Hexagon Bridge son espacios no euclidianos en constante mutación: un complejo entramado de arquitecturas imposibles, espacios vacíos de vida por donde pululan como robinsones algunos robots aislados, IAs de aspecto más o menos humanoide que en ocasiones hasta van vestidas en plan hipster.
En este escenario se desarrolla la historia protagonizada por Adley, una niña cuyos padres partieron a cartografiar el multiverso y nunca regresaron (no son el mejor ejemplo de paternidad responsable, desde luego). Empeñada en hallar el paradero de sus progenitores, como Marco en una versión interdimensional de “De los Apeninos a los Andes”, Adley dedica su vida a entrenarse como exploradora para salir en su busca. Para ello debe practicar unas arcanas técnicas de meditación que le permitirán conectar su mente con la de una avanzada IA antropomórfica llamada Staden, a la que los científicos de turno pretenden enviar al dédalo de dimensiones alternativas para seguir la pista de los exploradores perdidos. Así comienza un alucinante viaje entre realidades que se tambalean, se disuelven y se superponen, al igual que las identidades de Adley y Staden.
No os acerquéis a este libro buscando personajes atrayentes, ricos subtextos o una historia que engancha. Los personajes son tan neutros y sosos como los NPCs de un videojuego y, más allá del interés especulativo de su planteamiento, el guion no tiene ninguna enjundia. Pero es que Hexagon Bridge no va de eso: la trama es una excusa para sumergir al lector en un viaje por entornos irreales, paisajes oníricos y ciudades geométricas que se desintegran en un mosaico de píxeles. Desde el momento del cómic en que da comienzo la odisea de Staden, cada página es una fábrica de asombro.
La arquitectura, y hablamos en concreto de la arquitectura fantástica, es la verdadera protagonista de esta obra, un tour de force visual que en no pocos aspectos me recuerda a la serie Las ciudades oscuras de Schuiten y Peeters. Al tratarse de un urbanismo efímero, alojado en dimensiones que se disuelven y se reconstruyen al compás de la imaginación de sus viajeros, me recuerda también al planteamiento de aquel álbum de la mejor época del Valérian de Christin y Mézières que llevaba por título Mundos ficticios. Soy consciente de que estoy encontrando más conexiones entre Hexagon Bridge y el cómic europeo que con el americano; será porque lo conozco mejor. En todo caso, el motivo de las arquitecturas imposibles está hoy de moda en el mundo del cómic… y también del manga, como atestiguan shonen tan sonados como Guardianes de la noche de Koyoharu Gotouge o Dan Da Dan de Yukinobu Tatsu; pero es Shintaro Kago en su demencial El palacio infinito quien, literalmente, ha estirado más esta idea de expandir fantasías arquitectónicas más allá de lo imaginable, hackeando a golpe de ladrillo las redes del espaciotiempo.
En Hexagon Bridge, Richard Blake hace un despliegue espectacular de su virtuosismo como artista gráfico: un asombroso dominio de la perspectiva y todo un recital de urbanismo a base de ciudades híbridas, en las que reconocemos elementos de Roma, Florencia, París o Nueva York mezclados con lluvias de asteroides o descomunales torbellinos de edificios. El dibujo es muy cuidado y el color acompaña. Harina de otro costal es la narrativa visual: se nota que Blake no tiene tablas haciendo tebeos, y algunas secuencias resultan artificiosas, especialmente las de acción. Funcionan mejor las viñetas a página completa, que permiten al autor explayarse en el paisaje. Y es que como cómic quizá Hexagon Bridge no valga mucho, pero como escaparate de mundos imaginarios no tiene precio. Tan solo por la evocadora belleza de sus imágenes, que corta la respiración, merece ya la pena zambullirse en las páginas de este libro, un auténtico caramelo visual para los incondicionales de la ciencia ficción.
