Título: Historia de una escalera. Autor: Antonio Buero Vallejo. Dirección: Helena Pimenta. Intérpretes: David Bueno, Juana Cordero, Gloria Muñoz, Gabriela Flores, Luisa Martínez Pazos, Mariano Llorente, Concha Delgado, Marta Poveda, David Luque, Agus Ruiz, Carmen el Valle, José Luis Alcobendas, Javier Lago, Alejandro Sigüenza, Nicolás Camacho, Andrea M. Santos, Juan Carlos Mesonero. Escenografía: José Tomé y Marcos Carazo. Vestuario: Gabriela Salaverri. Iluminación: José Manuel Guerra. Producción: Teatro Español. Escenario: Teatro Español.
Antonio Buero Vallejoescribió una gran obra de teatro de humanismo realista dramáticamente problematizado, Historia de una escalera, y Helena Pimenta la ha vuelto a poner en pie setenta y cinco años después con un nuevo arte de hacer un Buero, para que sintamos que las emociones y la vida misma pueden cambiar de edad y tiempo, pero terminan hincándose en el corazón y en la cabeza con la misma fuerza y agudeza siempre.
El autor dio inicio a su carrera con esta obra en 1949, con la que ganó el premio “Lope de Vega”, superando numerosas vicisitudes, incluyendo su condición de vencido en 1939 y las asfixiantes restricciones de la censura. Con ella, logró devolver a la escena española una dignidad y profundidad pocas veces alcanzadas. Historia de una escalera marca el resurgir del realismo tradicional y urgente en el teatro español, plasmando la mediocre existencia material y espiritual de varias familias madrileñas que habitan en una antigua casa de vecindad. Este drama no se adentra en el sainete ni en el costumbrismo castizo, sino en los problemas cotidianos de sus personajes, entrelazados alrededor de una modesta escalera. A lo largo de treinta años, desde 1919 hasta 1949, la escalera, espacio tanto real como simbólico, se erige como testigo del estancamiento social, de la exasperada vida española y de las frustraciones individuales de sus habitantes. Vemos cómo las aspiraciones humanas a la felicidad se frustran a menudo debido a las circunstancias y acaban en decepciones con el paso del tiempo. Aunque el aspecto diacrónico es relevante, cobran aún más importancia los tres cortes sincrónicos que estructuran la obra y presentan las interrelaciones entre las familias en tres momentos clave: 1919, 1929 y 1949, y así se logra ver el paso de varias generaciones que no logran cambiar su estado. Pero sí conviene significar que la primavera de 1919 supone la visión optimista y prometedora en que se encuentran los protagonistas al inicio; transcurrida una década, la fotografía del momento vital se torna sepia en las escenas en el otoño de 1929; y en 1949, con la Guerra Civil de por medio y en pleno estado de postguerra, la precariedad material y ética, se nos muestra crudamente en ese invierno gélido que se nos cala hasta los huesos.
Dejando de lado el realismo ahistórico y ligeramente fantasmal, Historia de una escalera se alinea plenamente con lo que Antonio Buero Vallejo concebía en ese momento como la misión del teatro: una obra profundamente conmovedora y patética. Él mismo afirma: “Reflejar la vida para hacernos meditar y sentir sobre ella positivamente; mas para llegar a esta removedora y eficaz inquietud, acaso no sea mejor camino la solución dialéctica, sino la patética”.
El poder y el vigor de la obra radican, sin lugar a dudas, en el tratamiento serio y accesible que el autor brinda al tema, en su cuidada ambientación realista y en el empleo de un lenguaje refinado y riguroso que actúa como un fiel reflejo de cada personaje. Además, las ideas y conceptos se plasman en un rico tapiz de personajes pertenecientes a la clase media baja y la clase obrera. Entre ellos, destacan: Urbano, un obrero de mentalidad solidaria y colectivista; Fernando, un dependiente individualista, vago e insolidario; y el colectivo femenino, con especial significación a Elvira y Carmina, que aporta el alma, la sensibilidad, la racionalidad y el más evidente sentido crítico. El fracaso de Urbano y Fernando, tanto en su ámbito personal como en su vida social, simboliza una perspectiva existencial y un testimonio sociopolítico de notable profundidad.
La genialidad de la dirección de Helena Pimenta consigue ofrecernos un teatro de Buero Vallejo que ha resistido el paso del tiempo, encontrando y ajustando el tono perfecto para dotar de singularidad a cada personaje, tanto a través de sus registros vocales como de su lenguaje corporal. También el sentido coral, grupal, es clave en este montaje La ambientación realista, construida en torno al marco inmutable de la escalera que simboliza y conecta las vidas de los personajes, se ve enriquecida por el contraste que ofrecen las tres épocas temporales en las que transcurre la obra. En este contexto, Pimenta subraya con precisión la morfología social de cada personaje y las dinámicas que entrelazan sus sueños y frustraciones.
Fiel a la propuesta original de Buero Vallejo, Pimenta evita desviarse hacia un teatro escenográfico más imaginativo que podría reinterpretar un Shakespeare ambientado en el nazismo o un Lope trasladado a la Roma clásica. Por el contrario, desde un profundo respeto hacia el autor, ha logrado destacar con delicadeza y maestría la universalidad de los temas tratados en la obra: las desigualdades sociales, las aspiraciones truncadas y los conflictos generacionales.
Asimismo, merece especial reconocimiento la minuciosidad de su dirección actoral. Nada queda al azar: actitudes, gestos, expresiones faciales, miradas, movimientos, intensidad, tono y timbre del lenguaje han sido cuidadosamente trabajados para retratar el microcosmos social que se condensa en la escalera y el descansillo donde convergen las vidas de unos personajes variopintos y diversos.
Pimenta alcanza una verdad teatral profundamente comprometida con la esencia de la obra, logrando intensificar la transmisión emocional que emana del texto. Además, consigue establecer un delicado equilibrio interpretativo que ensambla, como las teselas de un mosaico, las intrincadas relaciones humanas, tanto reales como simbólicas, que se desarrollan en un espacio limitado. Todo ello se enmarca en un contexto social y político que, sin duda, aspira a trascender la época y proyectar un significado universal de los acontecimientos que tienen lugar en la escalera.
Hay texto y hay dirección, aunque el teatro es en esencia interpretación. La interpretación y el juego actoral en la representación de Historia de una escalera destacan por ser un ejemplo de coralidad sin desequilibrios, donde cada actor y cada actriz con su mayor o menor protagonismo, contribuyen a crear un retrato colectivo que refleja la complejidad humana y social. Esta labor coral se lleva a cabo con profundidad y precisión, elementos que son esenciales para transmitir esa complejidad emocional y social de la obra de Antonio Buero Vallejo. Todos logran insuflar vida a sus personajes, pero no solo vida, sino también contrastes y evolución en el tiempo cambiante de tres décadas, lo que hace más complejo el asunto. La naturalidad general es magnífica como lo es la ausencia de artificios. Ahí, en la interpretación natural, como si fuese la vida misma, en ese compromiso con la verdad teatral reside la evidente conexión y empatía entre los personajes, las situaciones que representan y el público. El hecho de que al acabar la función haya espectadores llevándose el pañuelo a los ojos es todo un síntoma. En una escritura de detalles se podría escribir sobre la singularidad y los matices que cada actor aporta y que enriquecen la profundidad de los personajes de Buero. A fuer de considerar que es injusto detenerse en algunos y no en todos, no me resisto a expresar algunas consideraciones. David Luque encarna a Fernando impetuoso al que se le nota en la cara el carácter individualista y sus conflictos internos. El porte y el gesto ponen de manifiesto sus emociones, apareciendo como más evidentes tanto la ambición como la frustración. Agus Ruiz, como Urbano, encarna con fuerza popular el carácter solidario, y la solidez de los ideales, que se ven bamboleados por las tensiones del entorno social. Gabriela Flores interpreta a Elvira de manera vibrante y con energía contenida, si bien pone de manifiesto su protagonismo en la escalera, a la vez que el conflicto de sus tensiones y deseos. Marta Poveda personifica una Carmina con una sensibilidad especial en la que destaca con todos los detalles, expresión corporal incluida, ese paso del tiempo que muestra la obra. Nos deja algunas escenas memorables con ese sabio entretejer la delicadeza y fuerza y mostrando las aspiraciones, las desilusiones y ese tener que hacer algo en la vida que no tenía voluntad de hacerse. Personaje con poca carga, aunque no lo tacharía de secundario, es el contradictorio Pepe, interpretado por José Luis Alcobendas con un desparpajo, una chulería y unaautenticidad que captura la esencia y la transmite con una naturalidad que llega al público con facilidad manifiesta, ya sea con la imagen del humor o del drama. Si tuviera que dar una nota en interpretación, sería sobresaliente general con algunas matrículas de honor.
En la puesta en escena de Historia de una escalera, la escenografía ideada por José Tomé y MarcosCarazo, manifiesta la fidelidad al realismo original con el que concibió la obra el autor, con la adusta, emblemática y simbólica escalera como elemento central. En este espacio, cargado de simbolismo, se crea una atmósfera y un contexto que evocan unos tiempos determinados. El vestuario, cuidadosamente diseñadopor Gabriela Salaverri, marca las diferencias sociales y temporales de los personajes con efectividad y sin alharacas. Por otro lado, la iluminación de José Manuel Guerra desempeña un papel muy importante, a la que podemos percibir como algo simbólico que realza el contraste entre los sueños y las frustraciones de los personajes y subrayando tanto la dimensión íntima como el contexto social de la obra, logrando una puesta en escena profundamente inmersiva.
Hay que aplaudir a Eduardo Vasco, director del Teatro Español, por la apuesta que está haciendo con obras como esta Historia de una escalera, que “revive” a un gran autor (ahora poco representado), Antonio Buero Vallejo, da luz al puro teatro (ese que no pasa de moda), es generoso con los recursos para alzar el telón con un buen puñado de actores en escena y selecciona directoras como Helena Pimenta, que hace un trabajo con saber y sin fanfarrias. ¡Viva el buen teatro!
