Ímpetu infinito es el título de una imaginativa novela, “opera prima” del excelente violonchelista Guillermo Turina. Desde una posición de narrador omnisciente, el autor pergeña un mundo más distópico que utópico, en el que la vida en la tierra toma caminos impensables a partir de un hecho astral sorprendente, como es la desaparición del satélite que circunvala nuestro planeta. La ausencia de luna provocará cataclismos previsibles, pues la influencia del astro de plata ya sabemos la que es en las mareas y en otras tantas facetas de la vida natural. Sin embargo, es una casualidad, como es la errata en la escritura de un horóscopo, que se adelante proféticamente la desaparición lunar, lo que llevará a los movimientos de masas, a la creación de mitos, a las creencias cuasi místicas y a una oleada de gentes que logran hasta encontrar una especie de mesías, el pobre periodista que erró en la escritura de un signo del zodiaco.
El ímpetu infinito será el de una sociedad proteica, el de las gentes que persiguen las nuevas ideas y crean e inventan un nuevo profeta y también el esfuerzo del supercapitalismo y del “novomultitecnologismo” que intenta, y lo consigue, crear una luna artificial y ponerla en el espacio en sustitución de la desaparecida. Y además esa luna tendrá la capacidad par ser habitada por un grupo escogido de humanos, para lo que se construye en ella, en su interior, un hábitat apropiado.
Este asunto absolutamente imaginario es inverosímil, pero se construye con tono de verosimilitud para que los imaginarios sucesos relatados desempeñen un papel de estructura social, en la que se pueda describir y, en suma, criticar metafóricamente los fueros y desafueros de la sociedad en la que vivimos. Por eso, la novela no debe leerse como la historia lineal de una exagerada e increíble ficción, sino como una alegoría crítica de un mundo que al autor/narrador parece no gustarle.
El hilo conductor de la trama es el trayecto terráqueo de Abenjacán el Vidente, el periodista que, con su equívoco en la redacción del horóscopo, desencadenó el desenfreno social, al ser tomado por profeta. Pero, al lado de esta historia central hay otras no menos interesantes, como la de los constructores de la nueva luna en parajes de la Antártida o las de los arqueólogos que indagan en el pasado a partir de las brechas que se abren en el suelo y lo que surge por descongelación de los hielos. El puzle va uniendo sus piezas, pues no olvidemos que el narrador es uno y solo uno, como ese dios que todo lo sabe, y la novela se construye como un universo de teselas que, a medida que vamos avanzando en la lectura, construimos el conjunto del cuadro y del mensaje.
De este único protagonista con nombre propio en el texto, Abenjacán el Vidente, dice Turina en una parte avanzada de la novela lo siguiente: “Él, que había sido confundido con una divinidad, que había vivido el extravío de la Luna, que había generado tanta polémica con su horóscopo inventado, que llegó a estar en el centro de las miradas de todo el planeta, todavía se maldecía por no ser capaz de adelantarse al futuro. Suerte infame para algunos la de poseer conciencia pese a que sea esta una cualidad de los más grandes sujetos”. El único personaje reconocible, el que sabía el origen del equívoco, no pudo aventurar el futuro del planeta y el narrador parece abandonarlo, pues al final, importa más lo grupal y social que el liderazgo individual. Y, por supuesto, el final de la historia es tan impredecible como lo fue el hecho que causó el inicio con la desaparición de la luna.
Ímpetu infinito se lee con interés, pues la narración avanza manteniendo las dudas sobre lo que vaya a pasar, resuelto habitualmente con sorpresas que nos llevan a otras dudas y a otros desenlaces sorprendentes. El texto es coherente en su organización global para transmitir el sentido que pretende seleccionando la información que va proponiendo la omnisciencia narrativa y organizándola en una estructura para que todo fluya como un río por una llanura, con meandros, pero sin grandes cascadas ni peligrosas corrientes. La viveza del estilo, la imaginación desbordante, la claridad de los conceptos, la pintura de emociones, el retrato social, la capacidad de sorprender y la sencillez retórica hacen que esta novela se lea con la misma tranquilidad que tendríamos si escucháramos al autor, Guillermo Turina, tocando una tocata de Supriani. Impetu infinito es un primer paso narrativo, la novela germinal, de un artista, del que esperamos que siga caminando no solo por las notas y los pentagramas, sino también por las letras y los folios en blanco.