Una madre que guarda a sus hijos dentro de su máquina para triturar. Eso es la maternidad: la mandíbula de un cocodrilo«“Quiero que me muerdas”, le susurra Annelise. “Quiero que me muerdas muy fuerte”. Su voz suena lenta, como una iguana pelando el sol. Fernanda se magulla el cuello de su hermana y escucha sus deseos: “Muérdeme, cocodrilo”, y en su boca el cuerpo gemelo se rotura. “Muérdeme, caimán”. Salta del colmillo una flor de carne. Salta una flor de huesos a los hocicos infinitesimales. Los órganos en piel polucionan por la noche. Las sábanas sudan». Si bien esta escena, que da cuenta de la relación de dos personajes de Mandíbula, no es absolutamente explícita, puede revolver en el lector sentimientos disímiles: angustia ante la mordida y, por qué no, un deseo palpitante de dejarse engullir.No obstante, entre las obsesiones de Mónica Ojeda está la cuestión de contar temas más insoportables sin ningún edulcorante. “Yo quiero creer que la literatura no es únicamente el trabajo estético con la belleza. Yo creo que lo que hace que un texto sea literatura va más allá de esa capa epidérmica y tiene que ver con la turbación que recibo en mi cuerpo, que me turba en la carne, y no creo que necesariamente tenga que ver lo bello de la palabra”.
Mandíbula, y el deseo de engullir y ser engullidos, son la excusa para “chacharear” con Mónica Ojeda. Pornografía, erotismo, literatura, belleza y horror, son algunas de las palabras que pululan en el imaginario del Café La Palma durante esta tarde-noche, en la que nos congregamos para inaugurar este ciclo de entrevistas, ideado por Transeúnte, en el que se pretende generar debates en torno a temas artísticos desde un punto de vista socio-cultural. Mandíbula, una novela que turba y perturba, es el desencadenante de la verborrea que arranca con una alusión a la parálisis que produce el miedo.A partir de la premisa: “La belleza también perturba”, una afirmación que connota la fascinación por aquello que, en apariencia, solo podría espantarnos, la escritora ecuatoriana plantea, en una especie de paráfrasis de Rilke, que la belleza es la primera manifestación de lo terrible, quizás porque es la anticipación del horror. La blancura, sinónimo de pureza, un espacio donde habita el peligro de la mancha, y ante tanta luz, es posible experimentar la sensación de indefinición, que hace perder el habla y contener la respiración.Ese carácter “corroíble” del color blanco está vinculado con el propio ser humano, atraído, al mismo tiempo, por lo repulsivo y por lo puro, casi en igual medida. Una condición que se ha trasladado a la literatura, pues, afirma Mónica Ojeda, si pensamos en la poesía de determinadas épocas, encontraremos obras que ejemplificaban la juventud con la rosa a punto de florecer: es más bella justo en el momento en el que va a empezar a morir y se presenta como un preámbulo de la podredumbre.Ese contraste, entre belleza y violencia, es hilado a través del lenguaje que logra abatir y conmover, y se traspola hacia el sexo. Es así como nace el término “pornoerotismo”, una categoría que acuñó cuando descubrió que los conceptos pornografía y erotismo, al final, se refieren a lo mismo. Y entonces, ¿en qué radica la diferencia? Además del origen etimológico, donde el amor es la lanza que atraviesa y purifica, es una ambivalencia que tiene que ver con la época: lo que para nosotros hoy en día es erótico en algún momento fue pornográfico. “Por lo tanto son categorías morales, más que conceptos inamovibles sobre algo, lo que va siendo obsceno para una sociedad se va transformando en pornográfico y lo que deja de ser obsceno es erotismo”.En ese sentido, hace referencia a “La imaginación pornográfica”, de Susan Sontag, ensayo donde expone que “lo erótico no reside en el objeto como en la mirada”. Es decir, nada es ponográfico o erótico: la percepción ante esa imagen que nos descubre lo oculto variará de acuerdo a qué consideramos obsceno o abyecto, y si nos causa vergüenza que otros nos vean mirándolo. Pero, además, en los libros, el lenguaje es el verdadero suceso: no es lo que el escritor te está contando, no es la escena de sexo, sino el lenguaje con el que narra.
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