Este libro espeluznante es maravilloso. No hay término medio, ni equidistancia, ni tampoco palabras bonitas ni edulcoradas para reflejar fielmente qué encontrará el lector en las páginas de Vengo de ese miedo (Tusquets). Por la sencilla razón de que está escrito desde el corazón para sanar un alma herida de muerte desde su infancia. El infierno en vida. Eso es esta novela, sin más. El protagonista nos sumerge, casi nos ahoga más bien, en un fango viscoso difícil de sortear, unas arenas movedizas que llevan al terror que provoca un ser que, sin exagerar una pizca, podría encarnar la personificación del Mal con mayúsculas. Y para ello el narrador lo cuenta sin dobleces en una primera persona estremecedora que llega al tuétano sin anestesia. De ahí el dolor y los escalofríos que la lectura de esta novela causan de principio a fin, sin descanso, empatizando con el protagonista gracias a un ritmo narrativo apabullante que siempre deja traslucir una sanadora luz al final de un oscuro túnel infinitamente largo.
El miedo actúa como un acelerante continuo de esta historia espeluznante de descenso a los infiernos contada en primera persona. En primer lugar como mal en sí del protagonista, y en segundo como eje narrativo de la obra. ¿En qué momento tomó conciencia de que la narración en primera persona era la adecuada para afrontar en toda su dimensión esta novela?
La verdad es que empecé a escribir el libro en tercera persona, pero cuando llevaba cincuenta o sesenta páginas las leí y me resultaron impostadas. No me creía los personajes y pensé que de ese modo seguía fomentando las máscaras que todos nos ponemos, como personas y socialmente. Algo que deseaba abordar en el libro, porque es algo que subyace en el texto. Así que opté por narrar la novela en primera persona. Una primera persona descarna y desnuda, ir al hueso, y dejar cualquier retórica bonita en el fondo. Oculta. Es un libro en el que me distancio de mí mismo y a la vez escarbo en lo más profundo de mí. Y en esa búsqueda, la primera palabra que escribí fue miedo. Como dices, el miedo es el protagonista mayor de esta historia, primero como padecimiento y segundo como motor contra el que se lucha mediante la escritura.
Estamos ante un artefacto literario prácticamente sin fronteras de género, donde tanta realidad, y tan intensa, abruma al lector por la contundencia que no podría tener jamás cualquier ficción. ¿Siente que de algún modo ha roto los esquemas preestablecidos de la autoficción, tan de moda actualmente en la literatura?
Me alegra que me diga eso. Desde luego tenía claro esa hibridación de géneros tomando la novela testimonial como impulso, pero añadiendo elementos del género de terror, el policial, etcétera, a la vez que confrontaba mi memoria a la de otros testimonios. La gente lo lee de un modo tan cercano porque está construida de ese modo. Entonces algo bueno habré hecho, pero hasta romper esos esquemas el tiempo dirá.
“El miedo siempre busca las más mínimas grietas para salir a flote, por eso debemos estar alerta”
Desde un primer momento, el lector llega al convencimiento del protagonista de que la literatura le servirá de terapia sanadora frente al miedo que siente en sus entrañas en todo momento, provocado por ese depredador en toda su dimensión al que llama “padre” en su libro. ¿Cómo cree que puede ayudar este libro a otras personas víctimas de ese mismo mal llamado violencia machista?
No creo que la escritura cure ni alivie, pero la lectura sí que calma y te sirve para identificar experiencias propias y ajenas. Las ficciones siempre salen en nuestra ayuda, son una especie de refugio.
El inicio de su novela es demoledor, y se repite como eje estructural a lo largo de la narración. “Quiero matar a mi padre”. Probablemente cualquier lector tenga la respuesta a por qué el protagonista no llevó a cabo finalmente su primer y contundente deseo nada más comenzar su estremecedor testimonio: porque nunca ha sido, ni es ni será jamás como “padre”, un despreciable maltratador y asesino machista. ¿Puede ser así?
Bajo el rencor y el odio sobresale la carencia de ser amado por alguien ominoso o que termina siéndolo porque no sabe ser de otra forma. Esa figura es el padre, que es alguien casi sagrado para un hijo, pero en esta historia se plantea de un modo naturalista la otra cara del espejo, lo que tiende a quedarse en la sombra y que por desgracia es más frecuente de lo que creemos. Y en cuanto al martillo con el que comienza es el dolor de la repetición para seguir adelante, porque hablo del lenguaje del dolor.
Contada adelante y atrás en el tiempo con un ritmo absorbente que tiene mucho de thriller cinematográfico, el protagonista, ya un hombre maduro de 37 años, inicia su narración-testimonio un año después de conocer la noticia de la muerte de su madre. Y se retrotrae a su infancia para escarbar en el mal casi de forma obsesiva. ¿Es así como únicamente se pueden superar los miedos: mirándolos de frente?
Saber de dónde venimos, conocer las memorias que se nos quedan enquistadas para intentar saber quiénes somos. La verdad es que no sé si los miro de frente o no, pero el miedo nos paraliza y de algún modo debemos descubrir cómo enfrentarnos a esa parálisis. Pero incluso así, uno no puede relajarse, el miedo siempre busca las más mínimas grietas para salir a flote, por eso debemos estar alerta.
“El padre es alguien casi sagrado para un hijo, pero en esta historia se plantea de un modo naturalista la otra cara del espejo”
Tanto el protagonista de la historia como su hermano y otros familiares como los abuelos y amigos de los padres denotan que es tremendamente difícil tomar conciencia de lo que puede llegar a suponer tener un padre maltratador y depredador sexual en el seno familiar y lo que ello implica para la convivencia. ¿Cree que siempre existe un punto de inflexión en estos casos que supone el principio del fin?
No sabría qué decirte. Creo que es complicado, porque hay muchos modelos y muchas situaciones distintas. Y si uno está inmerso dentro de un seno familiar nocivo pero no conoce otros, es complicado que pueda tener un juicio claro. Incluso si lo tiene, le costará romper esos lazos.
En muchos momentos de la narración, el lector llega a sentir una asfixiante sensación de impotencia cuando ve perdido al protagonista, e incluso solo, en su lucha. Ni la más lograda obra de autoficción llega tan lejos al implicar al lector. ¿Pudo imaginar que llegaría hasta tal punto?
No. Es un libro bastante radical en este sentido y, por tanto, tal vez, un riesgo. Al ser una novela en marcha que se escribe al compás del tiempo, resulta esencial cómo la escritura se acompasa a lo que siente el narrador. Todo eso está buscado, es algo intencionado. Siempre lo digo y lo repito, además de la violencia familiar, vicaria… sin duda, el gran tema del libro es la escritura y sus efectos, tanto sobre quien escribe como sobre quien lee. La estructura de los capítulos, el ritmo, la composición de las frases, la selección de cada palabra, está todo muy cuidado, porque si no fuera así no tendría el efecto que parece tener.
“Padre” tiene un perfil de libro de maltratador-depredador. Pero estas personas no nacen así, se hacen, y en su libro se detalla el abono que hizo germinar la semilla del mal en él. Mientras tanto, el protagonista siente de forma obsesiva que esa misma ‘semilla del mal’ la puede heredar sin remisión y volcarla con su propia familia ya constituida en paz y ajena a esta lacra. Pero afortunadamente esto no sucede. ¿Dónde reside el ‘milagro’?
Como dices, es un tema relevante del libro, el miedo a la transmisión del mal. Vencer ese mal. Y en eso sí que creo que es la lectura, la escritura y el hecho de mi paternidad los que juegan un papel fundamental. Porque cuando uno es padre empieza a ser otros de alguna manera.
¿Es la literatura la mejor terapia que pueda haber para ahuyentar aquella huella de la barbarie y lograr que prosiga cada vez más lejana en el tiempo para que no enturbie su día a día presente?
No soy una persona de certezas ni de afirmaciones. Creo simplemente que leer sienta bien y nos detiene en un mundo cada vez más vertiginoso y hostil que se está desnaturalizando, ¿no lo cree usted?
Hay un personaje de su libro al que no dejo de darle vueltas una y otra vez en el perfil que traza de él el protagonista narrador. Me refiero a “Madre”. En el halo misterioso que el narrador envuelve su comportamiento en su entorno familiar, en muchos momentos de la narración parece una cómplice más de la vorágine destructora de “padre”… Sus borracheras con su marido, el sexo salvaje, la despreocupación en el cuidado de sus hijos… Pero parece evidente que en el fondo no es más que otra víctima, la gran víctima si cabe incluso, del verdadero depredador asesino. ¿Es así?
Es un personaje que si hubiera encontrado otro hombre seguramente hubiera tenido otra vida. La madre necesita salir y la única forma es casándose con ese hombre. Era muy de esa época. Porque la novela aborda cuestiones de clase también. Si hubiera tenido dinero, la madre habría estudiado, pero se le niega ese camino. Entonces, la mujer se adecua tanto al marido que termina siendo muy dura. Su desapego resulta más incomprensible porque vivimos en una sociedad patriarcal que espera de las madres otra cosa.
Esta novela testimonial trasciende lo personal y familiar para convertirse en el retrato fidedigno de toda una época, la nuestra de las últimas décadas, y una realidad incuestionable a la que una extendida corriente negacionista intenta restar toda verosimilitud. ¿Qué se puede decir y cómo hacer frente a esta vorágine de intolerancia?
Ya me gustaría tener a mí la respuesta. En el libro se narra el suceso de las Acacias, el qué dirán, pero tiene claros vasos comunicantes con el presente.
¿De qué forma este libro puede servir de ayuda a las miles y miles de víctimas existentes de la violencia machista?
Ojalá sirva. Sería maravilloso que el libro tuviese un efecto sanador sobre los lectores. No puedo decir otra cosa.