Este bilbaíno licenciado en Económicas sabe sobradamente lo que significa sumar premios literarios hasta superar el centenar entre certámenes de relato, poesía e incluso teatro. Su pasión indudable es la literatura y tras iniciarse en las distancias cortas del relato y la narrativa dedicada al público juvenil, con Justicia (Grijalbo) suma su tercera novela, ambientada en su ciudad natal. La ciudad vasca se verá asolada por unos crímenes en los que empresarios y banqueros se encuentra en el punto de mira.
¿No cree que la realidad diaria es mucho más terrorífica que cualquier ficción? Quizá de ahí que los novelistas de intriga se acerquen cada vez más a tramas ‘negras’ que nos resultan demasiado cercanas y verídicas…
Creo que sí. Hay temores que nos acompañan en nuestro día a día: el temor a perder el empleo, a ser desahuciado, a no poder pagar los estudios de tus hijos. Pero no solo eso. Amplios sectores de la sociedad viven con miedo solo por ser diferentes, por tener un color de piel o una religión distinta a la mayoritaria, por amar de forma diferente. Incluso solo por ser mujer puede hacer que camines con miedo por las noches, que evites ciertas calles, que tiembles cada vez que tu compañero bebe demasiado. No es necesario inventar nada terrorífico para hacer una buena novela negra. Los mimbres están ahí. Lo difícil es usarlos correctamente para llegar al lector.
Y Bilbao, su ciudad, como protagonista de fondo. ¿Por qué novelar la trama de Justicia precisamente en Bilbao?
Bilbao tiene todos los ingredientes para una novela negra clásica. Como dice uno de mis protagonistas, Bilbao reúne todos los excesos de las grandes urbes en su reducido tamaño. Pero, además, geográficamente, Bilbao y su comarca son una lección acelerada de desigualdad económica, algo que cuadraba perfectamente con la trama. Los escenarios principales, el Casco Viejo y Bilbao La Vieja, las zonas más antiguas de la ciudad, se sitúan cada una a un lado del Nervión. El Casco Viejo es un gran centro comercial y de hostelería, lleno siempre de gente gastando a manos llenas y turistas devorando pinchos a precio de oro. Pero basta cruzar un puente, el de la portada de la novela, por ejemplo, para cambiar de continente. De hecho, ya mucha gente denomina a esa zona La Pequeña África, una expresión popularizada por el escritor Jon Arretxe. Ahí se concentra, desde siempre, la prostitución y la droga, y ahora ahí se apelotonan extranjeros que malviven en pisos patera y luchan por sobrevivir. Un contraste que se repite a lo largo de todo el Nervión, desde la villa hasta su desembocadura. En la margen izquierda, jornaleros llegados de muy lejos, de otras partes de España hasta los años noventa, de otras partes del mundo en adelante. En la izquierda, las mansiones de los dueños de las fábricas, enriquecidos gracias al trabajo de los primeros. Una novela negra basada en las desigualdades y la injusticia del sistema económico no podía desaprovechar este decorado.
Un empresario de la construcción, una ex directora de banca, oleada de crímenes… ¿Es el dinero el que provoca esta violencia o más bien la ambición desmedida por el poder?
Buena parte del interés de la novela radica en contestar a esta pregunta, en averiguar la razón de estos crímenes que tienen en común dos cosas: el tipo de víctima, personas con cierto poder económico o, al menos, con cierta capacidad de hacer daño a los demás con sus decisiones económicas; y la presencia de la palabra ‘Justicia’ junto a los cadáveres. Así que me vas a perdonar que deje a los lectores responderla por sí mismos.
“No es necesario inventar nada terrorífico para hacer una buena novela negra”
El elocuente y directo título de su nueva novela, Justicia, lo dice todo y es el eje vertebrador de la trama. ¿Tanto déficit tenemos de ella a todos los niveles?
Hay mucha gente que opina así. Y lo cierto es que a pocos nos sorprende esa opinión. Limitándonos solo al eje vertebrador de la novela, las consecuencias de la crisis financiera que comenzó en 2008, podemos intuir que la mayor parte de quienes han cometido delitos punibles, como quiebras intencionadas o estafas en promociones inmobiliarias, ha salido indemne. Al fin y al cabo, estos hechos que han arruinado a cientos de personas eran perpetrados por sociedades de responsabilidad limitada, extinguidas mucho antes de que el supuesto delito fuera juzgado. Por otro lado, hubo actitudes éticamente reprobables, como aprobar préstamos que el deudor difícilmente podría afrontar, usando como aval el piso de viudas y jubilados finalmente desahuciados, que no se consideran delito. No fue extraño que la indignación estallara en unas protestas que, por fortuna, fueron pacíficas. Yo me he inventado una reacción violenta que la sociedad supo evitar.
Si la justicia divina no existe, la del talión no es la idónea y la que ejercen los tribunales actuales a veces nos deja con la boca abierta, ¿a qué nos podemos agarrar?
No lo sé. Desde luego, a la venganza jamás. El derecho a la venganza no existe en sociedad, algo que mis protagonistas parecen olvidar. Pero la justicia, la burocracia judicial, parece claramente mejorable sin necesidad de aprobar nuevas leyes ni endurecer las actuales. Creo que deberíamos presionar en esa dirección.
El escritor de thriller, ¿nace o se hace? ¿Hay alguna cualidad innata en un autor de best sellers con tramas de intriga?
Yo creo que se hace. Y se hace leyendo. Aprendes leyendo, disfrutando de los maestros y arrugando el ceño ante libros que terminan por decepcionarte. Yo comencé con Agatha Christie siendo muy joven. Supongo que por ahí andará la semilla. Después descubrí a Stephen King y ya no hubo forma de parar.
Usted es licenciado en Económicas, pero la literatura es su pasión, con numerosos premios concedidos a sus publicaciones. ¿Son dos mundos antagónicos que se pueden complementar de algún modo?
No creo que la literatura sea antagónica de nada, más bien al contrario. Es complementaria a todo. Los libros nos pueden acompañar en cualquier momento y en cualquier circunstancia, sean cuales sean nuestros gustos. Salir de la oficina, de la tienda, de la obra o del bar y coger un libro es un ejercicio de liberación. Gracias a ellos complementamos lo que somos, dado en buena medida por circunstancias ajenas, como la necesidad de un salario, con lo que nos gustaría ser o nos gustaría vivir. En mi caso, no me limito a leer. También disfruto escribiendo. Y sabiendo que hay quien disfruta de lo que escribo. Eso es todo un lujo.