«Para Lindsay, su hermana Margaret y sus hermanos John, Richard, Michael y Mark, ser miembro de la familia Galvin consistía en volverte loco o en ver cómo enloquecía el resto de tu familia: crecer en un clima de perpetua enfermedad mental. Aunque ellos no cayesen en el delirio, las alucinaciones o la paranoia —aunque no llegaran a convencerse de que alguien estaba atacando la casa, de que la CIA los estaba buscando o de que el diablo se escondía debajo de su cama—, tenían la sensación de llevar dentro de sí un elemento inestable. ¿Cuánto faltaba —se preguntaban— para que también se abatiera sobre ellos?».
Esta crónica periodística escrita por Robert Kolker nos presenta a una familia estadounidense, los Galvin, en la que seis de sus doce hijos desarrollaron alguna enfermedad mental. De los seis hijos, cinco tuvieron esquizofrenia y uno de ellos, bipolaridad. A partir del propio testimonio de los Galvin, Robert Kolker recopila, de forma fácilmente accesible para el público general (no especializado ni en psiquiatría ni en disciplinas similares), las principales respuestas que el siglo XXI puede dar a las preguntas habituales que esta enfermedad —Robert Kolker se centra sobre todo en la esquizofrenia— suscita, tanto en quienes la padecen en primer lugar como en quienes la sufren colateralmente, ya sea en el entorno más cercano o en el más lejano.
«Podría comportarme como si fuera multimillonaria, como hace mi hermano Richard, o podría mudarme a Boise como John, o podría tirarme todo el día tocando la guitarra clásica como hace Michael. Cada cual tiene su propia estrategia, así de simple, y hay que respetarlo. Todos hemos logrado sobrevivir de algún modo, y tiene que estar bien que cada cual haya encontrado la forma de hacerlo».
Palabras de la más pequeña de los Galvin, que se libró de la enfermedad mental (igual que estos otros hermanos a los que menciona).
«Los chicos de Hidden Valley Road»
Los chicos de Hidden Valley Road, más allá de recoger testimonios reales sobre los Galvin y documentar el llamativo caso de una familia numerosa en la que el desorden mental campó a sus anchas, intenta contestar interrogantes comunes como en qué consiste esta enfermedad y qué la provoca. A día de hoy (el libro se publicó en 2020), puede decirse que la esquizofrenia sí parece transmitirse genéticamente y/o deberse a alteraciones en los genes, aunque ello no implica obligatoriamente su desarrollo.
«Donald* reconoció lo atrapado que se sentía con frecuencia, frustrado por no poder ser la persona que él quería ser; sin embargo, en otros instantes, cada vez más habituales, parecía completamente perdido, como si desconociese sus propias motivaciones y sus propios actos. Algo estaba sucediendo, y él no era capaz de entender qué. Más que cualquier otra cosa, Donald estaba asustado».
* Primer hermano en mostrar signos de esquizofrenia.
Aparte del factor genético, también figura el factor ambiental. El entorno familiar en el que creció la más pequeña de los doce hermanos, Mary (de mayor se cambió el nombre a Lindsay), no fue el más idóneo, ni para los hermanos que desarrollaron la esquizofrenia ni para sí misma o su hermana mayor (Margaret). Las dos únicas chicas de todos los hijos del matrimonio Galvin sufrieron los abusos sexuales de Jim, el segundo hermano de la familia en desarrollar esquizofrenia.
«Lindsay se sofocó. Para ella, la esquizofrenia no era excusa para lo que Jim le había hecho. Ciertamente, no había investigador ni psiquiatra más o menos convencional que afirmara que si Jim era un pedófilo se debía a sus delirios psicóticos».
Aunque la enfermedad impidió una relación plenamente agradable entre los hermanos, más allá de la esquizofrenia y la bipolaridad, los Galvin carecían de unos referentes ejemplares. Mimi, la madre, centró todos sus esfuerzos en hacer ver que la vida transcurría para ellos con perfecta normalidad. Su actitud transmitía la sensación de que todo iba bien en el seno familiar, sin nada que alterara la armonía doméstica. En cuanto a Don, el padre, se sumergió en su trabajo y en sus aventuras amorosas (Mimi llegó a contar hasta seis mujeres con las que su marido le fue infiel).
«La Federación no era solo su única oportunidad de llevar la vida que siempre habían querido; era la única fuente de ingresos de la familia. Si Don y Mimi no mantenían las apariencias —si Don llegaba solo a Santa Fe o a Salt Lake City y contaba que estaban luchando con la enfermedad de uno de sus hijos adultos y que ese hijo estaba con ellos en casa porque había fracasado su matrimonio—, eso habría provocado muchas otras preguntas que ellos no estaban dispuestos a responder, así que jamás se plantearon seriamente la posibilidad de cambiar nada».
A pesar de los escarceos amorosos de Don, el matrimonio se mantuvo unido en su interés por ofrecer una imagen de familia norteamericana impoluta. Nada más lejos de la realidad: la actitud de Mimi resultaba opresiva y sofocante. Su rechazo a la idea de buscar ayuda mental para sus hijos y su falta de voluntad para procurar que la enfermedad de estos no afectara a las dos hijas pequeñas (las únicas niñas entre tantos varones) sólo contribuyeron a deteriorar y dificultar aún más las relaciones fraternales, ya de por sí complicadas. El padre, Don, tampoco sirvió de apoyo a la hora de hacer frente a una situación tan angustiosa.
«Cuando comenzó a asistir a clases nocturnas en la Universidad de Colorado para doctorarse en Ciencias Políticas, tenía que renunciar a algo. En lugar de abandonar sus obligaciones como supervisor de cetrería de la academia, Don dejó la única actividad relacionada con sus hijos: entrenar a los equipos deportivos de los niños. Se había convertido, tal y como lo describía Mimi, en un "padre espectador"».
Los seis hermanos que desarrollaron enfermedades mentales —recuerdo que cinco tenían esquizofrenia y uno, bipolaridad— llegaron a convivir los unos con los otros, estando enfermos a la vez, bajo el mismo techo que los hermanos que estaban libres de cualquier clase de trastorno. De todos los Galvin, los hijos que no tenían la enfermedad (las niñas incluidas) se preguntaban cuándo irían ellos detrás; cuándo serían los siguientes de la lista.
«Ella piensa a menudo en algo que siempre decía su madre sobre su hermana y ella: “Las rosas después de tanta espina”. Lindsay y ella eran las rosas, y sus hermanos, los diez chicos, eran las espinas».
No obstante, la enfermedad mental no era lo único que pugnaba por romper la imagen idílica de familia estadounidense que Mimi y Don pretendían aparentar de cara al exterior. La adolescencia fue un bache duro de superar tanto para los hermanos con esquizofrenia como para los que estaban libres de ella. La década de los 60 trajo consigo sustancias psicotrópicas. El LSD fue sólo una de ellas y todos los hermanos —Margaret y Mary también— consumieron drogas. Para unos fue una manera de experimentar con algo que les hiciera alejarse de una familia desestructurada que hacía agua por todas partes, menos para Don y Mimi.
Contra todo pronóstico, los padres seguían conservando fervorosamente la fe en la «perfección» de la familia que habían creado. Sólo cuando la situación trascendió hasta salpicar con violencia a Mimi y Don, el matrimonio Galvin se implicó algo más.
«“Ella era quien imponía la disciplina, así que, si teníamos la obligación de hacer la cama perfecta y remeter las esquinas de las sábanas como en un hospital, era por ella, no por él”. Los sermones que Mimi largaba a los chicos eran colosales, y su capacidad para desconectar y no oír ninguna discrepancia era prácticamente infinita. “No ibas a conseguir que escuchara tus razones”, dice Michael; con Mimi, “la conversación era siempre unidireccional”».
Don recurrió primeramente a los libros de autoayuda, pero como el contenido de estos volúmenes no funcionó con los niños, al final no quedó más remedio que buscar un hospital psiquiátrico. Aunque encontraron uno que les podía servir, el centro en cuestión costaba más dinero del que Don y Mimi podían permitirse, por lo que, para reducir costes, los hermanos se vieron a caballo entre los ingresos hospitalarios y el retorno al hogar. La vuelta a casa se producía en las épocas de bonanza, cuando los brotes psicóticos remitían.
«Mary* tenía a veces la sensación de que su familia se había partido en dos, y no entre los locos y los cuerdos, sino entre los que aún quedaban en casa y los que se habían marchado».
* Nombre original de Lindsay, antes de que decidiera cambiárselo.
Paralelamente a todo esto, las investigaciones sobre esquizofrenia seguían su curso. Los profesionales pasaron de creer que las manifestaciones de esta enfermedad mental eran efectos causados por una toxina a considerarlas una especie de «soñar despierto» (como apuntaba Freud).
Más tarde, dejaron atrás ideas como las del psicoanalista austríaco para seguir investigando y llegar a lo que se conoce hoy día, gracias fundamentalmente a dos profesionales que Robert Kolker menciona en Los chicos de Hidden Valley Road: un experto en estudios del cerebro humano y una experta en genética.
A partir de las aportaciones que ambos profesionales hicieron, colaborando con otros investigadores en sus respectivos campos, y a partir también de las muestras sanguíneas que los Galvin y otras familias —pero sobre todo los Galvin, por la excepcionalidad de su caso— aportaron, los expertos llegaron a las conclusiones que hoy día imperan sobre la esquizofrenia:
- Que es una enfermedad que puede deberse a la alteración de los genes.
- Que el gen alterado que afecta a una familia no tiene que ser necesariamente el mismo gen que desencadena la enfermedad en otra; la alteración de genes distintos puede llevar, en personas diferentes, al mismo resultado: esquizofrenia, no coincidiendo el gen alterado de un paciente con el de otro.
- Que la medicación es necesaria y debe complementarse con terapia.
- Que el entorno familiar es importante.
- Que la prevención es clave. Conocer los antecedentes familiares permitiría dotar rápidamente a la familia cercana al paciente de las herramientas psicológicas que los familiares sin esquizofrenia también necesitan para su propio bienestar.
Sobre la medicación que se prescribe a los pacientes con esquizofrenia, Robert Kolker explica que actualmente se continúan empleando los mismos derivados que ya se venían utilizando en el siglo XIX. Algunas investigaciones siguen en activo. En los siguientes apartados, comento en qué consisten los principales estudios que este periodista y escritor recoge en Los chicos de Hidden Valley Road.
«Aquí estaba el verdadero motivo, […] por el que las grandes farmacéuticas podían permitirse ser tan caprichosas e inconstantes en lo referente a la búsqueda de nuevos fármacos para la esquizofrenia, por qué pasaban las décadas sin que nadie encontrara siquiera nuevos objetivos hacia los que orientar esos fármacos: se percató de que aquellos pacientes no podían defender sus intereses».
¿Cómo bautizar a una enfermedad mental?
Robert Kolker realiza un magnífico trabajo de investigación y contextualización. Entre otros aspectos, explica el origen etimológico del término esquizofrenia, pues la enfermedad mental no siempre fue conocida con este nombre. El responsable de que la enfermedad se llame de este modo y no, de otra forma, es Eugen Bleuler.
El término que este psiquiatra suizo eligió (esquizofrenia) tiene su origen en el griego, idioma en el que significa «escindir» (dividir, separar). Sin embargo, esta elección suscitó confusión en la sociedad.
Robert Kolker explica que muchas personas (Alfred Hitchcock incluido, Psicosis) entendieron la esquizofrenia como un trastorno de identidad disociativo, de personalidad múltiple (M. Night Shyamalan, Split/Múltiple).
Mientras que Eugen Bleuler escogió esquizofrenia por esa escisión/división/separación entre la realidad objetiva y lo que la persona percibe como real —sin llegar a diferenciar una cosa de la otra—, otros creyeron que la escisión se refería a un desdoblamiento de la persona, a una separación en varias identidades (que es lo que sucede con el trastorno de identidad disociativo).
Cruzar las líneas de investigación
Aparte de mencionar a Eugen Bleuler, Robert Kolker también cita a Rosenthal. Sobre él explica que fue uno de los primeros expertos que propuso unir dos líneas de investigación hasta entonces separadas: la que abogaba por decir que la esquizofrenia se debía a factores hereditarios y la que consideraba que es el entorno el que lleva a la persona a desarrollar la enfermedad. La originalidad de Rosenthal estuvo en hacer que ambas vías confluyeran en una sola. Según él, para que se manifestara, la esquizofrenia podía necesitar la combinación de los dos factores (la genética y el entorno) y no sólo, la intervención de uno de ellos.
El tiempo parece haberle dado la razón: la predisposición genética y algo en el entorno que actúe como detonante pueden ser el caldo de cultivo para que la enfermedad mental se manifieste. Lo que es más difícil determinar es si sólo el entorno (sin carga genética) podría llegar a provocar en la persona esquizofrenia.
En los bebés con esquizofrenia, es evidente que el entorno no ha podido todavía hacer mucho, así que es de esperar que la enfermedad, en estos casos, se haya desarrollado en una edad tan temprana únicamente por factores hereditarios. Personalmente, sé de una madre con esquizofrenia cuya hija también tiene esta enfermedad mental. Dicho esto, parece inevitable reconocer que la carga hereditaria y la genética predisponen bastante.
Lamentablemente, la esquizofrenia ha sido un ámbito en el que no se ha investigado siempre lo suficiente (quizás, como en otros muchos). Robert Kolker recoge en el libro la siguiente afirmación:
«Aunque el St. Elizabeth’s tuviera salas llenas de pacientes con esquizofrenia, su estudio como una dolencia física no estaba en boga, al menos entre los supervisores de su programa de residencia. Había un problema práctico: era como si los pacientes nunca mejoraran. Más valía dedicar tu carrera a la depresión, a los trastornos alimentarios […] algo donde se pudiera hallar un rayo de esperanza, algo que a veces respondiese a la cura tradicional de las sesiones de terapia».
El cerebro habla
Robert Kolker explica que, hace unas décadas, Wyatt y su equipo publicaron una investigación que demostraba que la esquizofrenia se podía reflejar (manifestar) físicamente en el cerebro. Los pacientes con esquizofrenia a los que investigaron tenían más líquido cefalorraquídeo en sus ventrículos cerebrales que el que tiene una persona sin esquizofrenia. Había, por tanto, un exceso a considerar; un valor por encima de la media que convenía examinar.
Esta misma investigación también indicaba que la eficacia del Thorazine (un fármaco) dependía del tamaño de los ventrículos. A medida que los ventrículos aumentaban de tamaño, el paciente se resistía más al Thorazine.
Lo que no se pudo determinar fue si estos ventrículos de tamaño mayor, y con más líquido cefalorraquídeo circulando por ellos, eran la causa por herencia/ genética de la esquizofrenia o la consecuencia de la influencia que el entorno ejerció en la persona, provocando a su vez la esquizofrenia.
A raíz de la investigación, E. Fuller Torrey (a quien Robert Kolker cita en el libro) dijo lo siguiente:
«Si unos malos padres causaran cualquiera de estas enfermedades, todos tendríamos un problema muy muy serio».
Yo interpreto las palabras de Torrey de esta manera: si el desarrollo de la esquizofrenia depende de tener o no buenos padres porque el entorno es suficiente como para alterar el tamaño de los ventrículos cerebrales y el volumen de líquido cefalorraquídeo, tendríamos un problema muy serio porque un mayor número de personas podría, en tal caso, desarrollar la enfermedad.
Además, no todos los hijos que han tenido malos padres han manifestado signos de esquizofrenia, lo que hace tambalear la hipótesis de supeditar el desarrollo de esta enfermedad sólo al entorno.
Cuando se tiene inteligencia y buena voluntad, pero cero financiación «Mi nombre ya figura en más estudios publicados de los que necesito —le dijo DeLisi—. Lo que yo quiero es encontrar esos genes y ayudar a curar esta enfermedad».
Lynn DeLisi es el nombre de una psiquiatra estadounidense que se ha implicado enormemente en la investigación del componente genético de la esquizofrenia. En esta cita textual, que Robert Kolker incluye en Los chicos de Hidden Valley Road, deja bien claro su propósito: «encontrar esos genes y ayudar a curar la enfermedad».
Junto a otro profesional (Stefan McDonough), DeLisi inició un proceso de investigación a fondo en el que también participaron los Galvin. La finalidad del estudio era determinar si había alguna alteración genética que se diera en todos los miembros del mismo núcleo familiar. Los Galvin, que tenían seis hijos con enfermedades mentales, despejaron todas las dudas cuando Lynn DeLisi y McDonough comprobaron que algunos de los hermanos tenían una mutación del gen SHANK2 (presente en el cromosoma 11). Las alteraciones en estos genes (SHANK1, SHANK2 y SHANK3) están relacionadas con otras enfermedades mentales (trastorno bipolar) y condiciones (autismo).
Sin embargo, el camino para llegar a este importante hallazgo no fue sencillo. Robert Kolker lo explica así:
«Desde su divorcio con Pfizer en el año 2000, DeLisi había estado apartada de su propia investigación: no había ninguna farmacéutica interesada en retomarla donde se había quedado […]».
Nuevamente, después de lo sucedido con las vacunas para la COVID-19 —ni las farmacéuticas ni los gobiernos, siendo conscientes de ello, informaron a la ciudadanía de la magnitud de sus efectos secundarios—, parece que Pfizer vuelve a quedar en mal lugar. Esta vez, por paralizar la investigación de Lynn DeLisi. A pesar de ello, la psiquiatra pudo finalmente aportar el hallazgo sobre el SHANK2 (ya explicado antes) a la ciencia y a la medicina.
«Pfizer y ella salieron de allí con una mitad de cada una de las muestras de sangre recopiladas por DeLisi, suficiente material, en teoría, para que ambas partes continuaran trabajando, pero no seguiría adelante trabajo ninguno por una cruel paradoja: DeLisi tenía la voluntad de seguir adelante, pero no el dinero, mientras que Pfizer tenía el dinero pero no la voluntad de hacerlo».
Otra investigación también apunta a la genética
Robert Freedman es el nombre del otro investigador que también halló algo muy importante que sustenta la influencia de la genética en la manifestación de la esquizofrenia —lo cual no descarta que el entorno también juegue su papel cuando la persona ya está predispuesta genéticamente—. Este profesional encontró la relación entre el receptor nicotínico (α7) y la esquizofrenia. Al igual que DeLisi, tuvo dificultades con las farmacéuticas, por lo que hubo de continuar con sus estudios al margen de estas entidades.
«[…] el proceso para desarrollar y ensayar tal fármaco era extremadamente caro y requería de sujetos humanos dispuestos a sufrir unos efectos secundarios impredecibles, algo que tampoco sería un problema si hubiera un probable beneficio económico al final de dicho proceso. Por aquel entonces, la situación era que el Thorazine y sus derivados llevaban ya tanto tiempo en el mercado que prácticamente todas las compañías tenían su propia versión, y eran unos fármacos tan estables y tan eficaces a la hora de suavizar los episodios psicóticos que resultaba difícil justificar en términos económicos el gasto de dinero en el desarrollo de algo nuevo».
Texto extraído de «Los chicos de Hidden Valley Road», Robert Kolker.
Como las farmacéuticas no parecían estar interesadas en investigar fármacos que se centraran en el α7, porque ya había otros que se estaban comercializando y que les daba dinero, Freedman pensó que lo mejor era prevenir. Si el gen CHRNA7 (vinculado al α7, receptor nicotínico), se forma en la etapa del embarazo, ¿por qué no tratarlo ya en el embarazo? La colina es un nutriente presente en alimentos como la carne y los huevos, y es esencial para la formación de este gen. Así pues, del mismo modo en que se recomienda ácido fólico a las mujeres embarazadas, ¿por qué no recomendarles también colina?
Así se hizo en la investigación de Robert Freedman. El resultado fue que los bebés de las mujeres embarazadas que incluyeron en su dieta determinadas cantidades de colina superaron la prueba del doble clic que el propio Robert Freedman desarrolló. Esta prueba consistía en ponerle al paciente dos clics iguales y comprobar su reacción. Mientras que el cerebro de las personas mentalmente sanas no respondía con la misma intensidad al oír el mismo clic por segunda vez (después del primer clic, ya estaban curadas de espanto), los pacientes con esquizofrenia sí reaccionaban igual —con la misma intensidad— a los dos clics consecutivos. El receptor nicotínico α7 influía en que la reacción fuera menor en el segundo caso. Una alteración en el gen CHRNA7, necesario para el α7, dificultaría procesar la información sensorial correctamente, es decir, gestionar de manera adecuada la información que captamos a través de los sentidos y que nos permite relacionarnos con nuestro entorno.
Volviendo a su investigación, los niños de las madres que habían tomado ciertas cantidades de colina se desarrollaban con un buen nivel de atención, que mejoraba a medida que crecían. Para comprobar si el riesgo de sufrir esquizofrenia se reduce con la colina, que posibilita la formación adecuada del gen CHRNA7, habrá que esperar hasta que los niños nacidos entre 2015 y 2016 hayan madurado y superado la etapa de la adolescencia. Muchos suelen manifestar los síntomas de una esquizofrenia incipiente a finales de la adolescencia y durante la juventud (hasta los 30 años, en líneas generales).
Si en los niños de la investigación —cuyo gen CHRNA7 se habría desarrollado correctamente gracias a la colina—, aparecen signos de esquizofrenia, el fallo no estaría entonces en el gen CHRNA7, sino en la alteración de algún otro gen (como el SHANK2 de Lynn DeLisi).
¡Enriquezca la lectura!
Los chicos de Hidden Valley Road es una ventana a la casa de los Galvin, a las estancias por donde transitó la infancia de los hijos y a la adultez de unos padres que soñaron con la familia ideal: un matrimonio con un montón de hijos guapos, inteligentes y atléticos. Los pensamientos iniciales se vieron truncados por una realidad cruda —la que trajo consigo la esquizofrenia— a la que no quisieron prestar atención en un primer momento, quizás en una huida hacia delante que implicó no encarar el problema desde el primer instante. Un problema todavía más difícil de enfrentar en una familia numerosa de, nada más y nada menos, que doce hijos.
En el caso de los Galvin, tal y como averiguó Lynn DeLisi, la enfermedad mental tenía un componente genético. Me temo que, de todo el núcleo familiar, las dos niñas se llevaron la peor parte, pues a la esquizofrenia y bipolaridad de los hermanos tuvieron que añadirles los abusos sexuales de uno de ellos y la falta de apoyo de los padres, que también estaban para que los ayudaran. No debemos olvidar que el dinero no les alcanzaba para hacer frente a los gastos que habría supuesto un cuidado continuo (24 horas al día) de cinco hijos con esquizofrenia y uno con bipolaridad. Y es que, por más medicación que exista, no todos los organismos son iguales ni los fármacos actúan en todos ellos con la misma eficacia.
El testimonio de Lindsay (Mary) —la número doce de los Galvin— se hace muy necesario a la hora de comprender la magnitud de su historia familiar y el peso con el que, desde bien pequeña, tuvo que cargar.
En este caso, la cantidad de hijos tampoco contribuyó a la resolución del problema. De haber sido menos, seguramente habrían ido más holgados económicamente. Conviene reflexionar sobre este punto, sobre la cantidad de hijos que un matrimonio puede atender correctamente. No sólo están las necesidades materiales, sino también las afectivas. Se me hace complicado no considerar que Mimi y Don habrían necesitado que alguien les hubiera ayudado a parar, a no sobrepasar el límite de lo asumible por (yo diría) cualquier persona.
Lindsay encuentra en el libro de Robert Kolker un espacio propio donde comunicar cómo su experiencia personal y el saber que la enfermedad tiene en su familia una carga genética tan notable han condicionado la relación con sus hijos, permaneciendo siempre alerta ante cualquier posible atisbo de esquizofrenia. Esto, que es perfectamente comprensible y esperable después de los hechos que el lector conocerá, influyó también en la infancia de los hijos de la pequeña de los Galvin (nietos de Mimi y Don).
Conocer los antecedentes debe servir para actuar rápido y no, para preocuparse antes de hora, pero esto es muy difícil de cumplir, porque implica una gestión racional y emocional demasiado exigente y complicada. Las personas con esquizofrenia, bipolaridad… y sus familiares necesitan la ayuda y el acompañamiento de las instituciones y los profesionales pertinentes.
Un libro más para recomendar
En Nada se opone a la noche (libro de Delphine de Vigan), la escritora francesa reconstruye la infancia, juventud y adultez de su madre, una mujer que creció en una familia numerosa, que se vio afectada por la bipolaridad y cuyas hijas (la propia autora del libro y su hermana) tuvieron que presenciar los cambios bruscos de su ánimo, con todo lo que ello implicaba.
Esta es una historia también real, en la que un posible caso de abuso sexual explicaría en buena medida la trayectoria de vida que llevó la madre de Delphine de Vigan.
Agradecimientos
[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias por dedicar tiempo a este artículo. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!
Esta reseña fue escrita originalmente el 10/01/2022. Se amplió, revisó y publicó finalmente en marzo de 2025.