Hace un par de años decidí aprenderme un poema de memoria, al modo en que se hacía en el colegio con La canción del pirata o Del salón en el ángulo oscuro, pero con un autor moderno, contemporáneo y a quien aprecio desde “todos los míos“: Luis Alberto de Cuenca. Sucedió que un día de verano bajé uno de sus libros para compartirlo con mi muy apreciado colega Álvaro Plaza, gran estratega y filósofo. Y leímos juntos el poema, en voz alta, y nos miramos asombrados. ¡Era espléndido! Así que decidí aprendérmelo, memorizarlo. Me costó -confieso- porque llevaba muchos años practicando lo que llamaba “la no memoria”. Y aún hoy, de vez en cuando, lo repaso para que no se me “evapore”. Posteriormente he memorizado tres poemas más de Luis Alberto, el Vida de José Hierro y varios de Carlos Marzal. Memorizar ha resultado, para mi sorpresa, un ejercicio tan fascinante como útil, porque sirve para domar el propio pensamiento: cuando me viene a la cabeza algo en lo que no es inteligente pensar, una rayadura a la que es absurdo darle vueltas, convoco un poema y lo recito en voz alta (o para mis adentros) y recupero el timón de mi discurso interno.
De El secreto del mago, su libro más reciente o de los más recientes (él publica mucho, aunque escribe poco) memoricé Muerte de Plinio el Viejo. Lo hice por puro placer, y lo recito siempre que puedo y alguien está dispuesto a escucharme; y hasta lo grabé y subí a Youtube. Añado que en ningún momento, aunque me he leído El secreto del mago varias veces, ordenadamente o saltando a capricho, pensé en la posibilidad de memorizar ningún otro poema, pero…
Pero José Luis Chousa…; a quien conocí, y empezó a vivir para mí, después de muerto.
-¿Quién es Jose Luis Chousa? -pregunté a Álvaro, el hijo de Luis Alberto, y uno de mis amigos favoritos (conversador excelso), y él me lo explicó. Pondría aquí lo que me dijo, pero -aunque literatura- intuyo que podría ser demasiado íntimo, y creo es suficiente con lo que cuenta el propio Luis Alberto en el poema, que voy a reproducir con la certeza de que no va a molestarle, aunque no le he pedido permiso:
JOSÉ LUIS CHOUSA (1949-2022)
José Luis Chousa, hermano, amigo mío,
con quien crecí y fumé por vez primera,
con quien viví la alegre primavera,
el triste otoño y el invierno frío.
Por no hablar del verano, de ese estío
en que juntos jugábamos doquiera
estuviésemos, pues la vida era
jugar a cualquier cosa hasta el hastío.
Somos amigos desde la prehistoria.
Seguimos siendo amigos hoy. Mañana
lo seguiremos siendo en el infierno
o en el cielo, en la nada o en la gloria.
Deja que me refugie en esta vana
sensación de creer que hay algo eterno.
Sí lo hay, Luis Alberto, yo he conocido a tu amigo José Luis, y ha empezado a vivir para mí, después de haberse -físicamente- ido.
He leído tantas veces el poema que, esta vez sin darme cuenta ni voluntad de hacerlo, creo que también me lo he aprendido.
Y es más, voy a utilizarlo como un conjuro para seguir manteniendo pegado al mundo de los vivos a quien siempre he llamado mi mejor amigo, Fernando Camarero, que firmaba como Tizón sus óleos y dibujos, y a quien he dedicado un libro entero en busca de la misma magia que ha logrado Luis Alberto de Cuenca con José Luis Chousa. Voy a esforzarme cuánto pueda en conseguirlo. Porque sé que es posible. E incluso es obligación, que siga viviendo en nosotros, y aún más lejos, a quien hemos llamado con el corazón y el intelecto, hermano, amigo, mi mejor amigo.
Gracias, José Luis. Evidentemente sin ti jamás podría haber existido este artículo.