Me cae muy bien Manuel del Barrio, pero nunca le había visto en un escenario. Le conocí en el cuarenta cumpleaños del vate Scarpa, y en aquel momento no éramos tantos como en anteriores o posteriores cumpleaños. Las fiestas de cumpleaños de Scarpa son míticas y dice la leyenda que hasta se habla de ellas en periódicos y diarios. Allí estaba Manuel, en la fiesta del cuarenta, sentado al lado de Elisa: una chica guapísima (la más guapa del mundo, me pareció esas noche) y pensé que eran pareja, así que me puse a hablar con Manuel para que quedase claro que me bastaba con disfrutar de la belleza en la distancia, y casi sin darme cuenta me olvidé de los ojos claros de la bella y quedé enredado en la conversación limpia y fascinante de Del Barrio.
Hacía tiempo que no le veía, me sorprendió y agradó cuando los presentadores del III Premio de Poesía Viva #LdeLírica anunciaron que, mientras deliberaba el jurado, subiría al escenario.
Me gustó que se buscase a un poeta para entretener al público mientras los jueces decidían quien perdía y quien ganaba. ¿Estrella invitada? No, era una estrella fugaz encima del escenario… buen presagio.
Pero no tanto como lo que ví y escuché cuando Manuel se puso a recitar sus versos, sus poemas de hipocondríaco, de observador de su propia realidad. Me encantó, me fascinó, me pareció fantástico. Recordé sus dibujitos, ilustró un libro de poemas de Scarpa hace años, y pensé que los poemas despertaban mi empatía incluso más que el baile de trazos (no siempre coloreados). Sus CONSEJOS A UN JOVEN POETA no tienen desperdicio. Y los médicos a los que visita para que le digan que está en plena forma y muy sano probablemente antes de dejarle abandonar la consulta le piden que les firme un autógrafo
Manuel del Barrio. Ya me caía muy bien, pero ahora me cae definitivamente genial. Un hallazgo.
(Mecanografía: MDFM)