Dentro de los muchos géneros del manga encontramos el isekai, palabro japonés que significa literalmente "otro mundo" o "mundo diferente". Una de las variantes más populares del isekai es la que sigue los pasos de un personaje principal que, tras morir en este plano de la realidad, se reencarna en un cuerpo y en un mundo diferentes. Típicamente este "otro mundo" donde se desarrolla la acción es un escenario de fantasía inspirado en los JRPG, los videojuegos de rol japoneses: sagas medievaloides de espada y brujería entre las que se cuentan títulos tan sonados como Dragon Quest, Final Fantasy, The Legend of Zelda, Lufia, Trails, Suikoden o Grandia. Ejemplos de este tipo de isekai son las series de manga Aquella vez que me convertí en slime de Taiki Kawakami, Re:Zero. Empezar de cero en un mundo diferente, de Daichi Matsuse, o la que hoy nos ocupa: Mushoku Tensei: Reencarnación desde cero. Esta es la adaptación al cómic, a cargo de la mangaka Yuka Fujikawa, de una serie homónima de novelas ligeras escritas por Rifujin na Magonote. La dibujante de Mushoku Tensei es uno de los platos fuertes del Salón del Manga de Barcelona de este año, donde estará firmando ejemplares y pintando monigotes los días siete y ocho de diciembre.
El argumento de Mushoku Tensei arranca con la muerte de un hikikomori de 34 años. Para quienes desconozcan el término, los hikikomoris son esos ninis disfuncionales que tanto proliferan en Japón que, decepcionados por la realidad, se pasan la vida encerrados en su cuarto, como vampiros posmodernos que rehuyen la luz del sol. Aislados, se dedican a sobrevivir a base de refrescos y comida basura mientras juegan sin parar a videojuegos. En el caso de nuestro protagonista, llega un momento en que sus familiares se hartan de semejante parásito y lo echan de casa a patadas. El hikikomori desahuciado, pobrecito él, se pone a deambular por las calles reflexionando sobre cómo ha echado su vida a perder, y en esta tesitura se encuentra cuando realiza un único acto heroico que pone fin a su vida: de un empujón, aparta a una pareja de la trayectoria de un camión que les iba a atropellar, pero él mismo es aplastado bajo sus ruedas. Entonces, siguiendo una lógica medio budista medio friqui, se reencarna en un recién nacido en un mundo de fantasía idéntico al de los videojuegos a los que dedicó la mayor parte de su anterior vida. Su nueva identidad es Rudeus Greyrat, un niño que no ha perdido sus recuerdos, y por ello se propone enmendar los errores que cometió durante su reencarnación pasada, esforzándose al máximo en estudiar, hacer amigos, salir al exterior y llevar una vida plena. Claro que no le va a resultar difícil porque el mundo que ahora habita parece hecho a la medida de sus sueños.
El manga es un medio altamente convencionalizado. Tiene un público nicho que espera encontrar en sus páginas los lugares comunes de la cultura otaku. Pues bien, Mushoku Tensei está hecho para ellos. La acción transcurre en un mundo típicamente rolero, por donde campan a sus anchas humanos, elfos, enanos y demonios. Los hechiceros se especializan en distintos tipos de magia elemental, los guerreros en diferentes técnicas de espada; según van adquiriendo práctica, estos aprenden ataques más devastadores y aquellos elevan el nivel de sus hechizos. Como parte del proceso de ganar fama y experiencia, los aventureros se juntan en equipos y se afilian a distintos gremios, que les ofrecen misiones y recompensas adecuadas a su nivel. En Mushoku Tensei hay posadas y mazmorras, laberintos y jefes finales, armas encantadas... ¡y hasta figuritas en miniatura, como las que pintan con devoción los fanáticos del rol de mesa! Los personajes femeninos también responden a los estereotipos del manga, y hay que decir que no resisten una lectura con las gafas moradas: por sus páginas desfilan lolis, tsunderes y yanderes de manual; abundan las nekomimis o chicas gatita de filiación furry, que maúllan tentadoras y mueven su cola sedosa (miaau); se prodigan también las inevitables criadas con uniforme de pornochacha (cofia, faldita corta y delantal) y las elfas de orejas puntiagudas (que pasaron a ser sex symbols en la cultura otaku con la dulce Deedlit de Record of Lodoss War). Y, por muy guerreras que sean, que sepáis que las chicas de Mushoku Tensei siempre llevan lencería de encaje bajo la coraza.
Como Rudeus conserva la edad mental de su anterior vida, ya desde niño está más salido que el pico de una mesa: la excusa argumental perfecta para todo tipo de situaciones cómicas subidas de tono al más puro estilo shonen. La relación del protagonista, que murió virgen cuando era un hikikomori, con las mujeres que lo rodean sigue los cánones de los videojuegos tipo dating sim (simuladores de citas, como Tokimeki Memorial) o las novelas visuales (Clannad, Grisaia o Muv Luv), géneros interactivos inmensamente populares en Japón en los que el jugador debe elegir la ruta de la chica que le gusta para, pasadas ciertas peripecias, acabar acostándose con ella. Tanto los personajes de Mushoku Tensei como la manera de relacionarse entre ellos están, por tanto, totalmente convencionalizados, alejados años luz de la realidad.
Dicho esto, una vez que nos resignamos a asumir los códigos del manga más herméticamente otaku y nos sumergimos en la historia, Mushoku Tensei resulta una lectura entretenida y gratificante. Sobre todo, se trata de una narración bien construida, con grandes dosis de slice of life, en la que los momentos de clímax se cocinan a fuego lento. Esto es una rara virtud en el mundo del manga, donde muchas de las series de éxito se limitan a repetir una y otra vez una misma fórmula, de manera circular, hasta que desciende su popularidad y el editor exige al autor que cierre la historia. Mushoku Tensei es muy diferente: sigue con toda la calma del mundo un guión de largo recorrido, en el que a lo largo de sus tomos los distintos personajes se separan, se reencuentran, crecen, cambian, y a veces incluso nos sorprenden. Con el ánimo de entretener, la narración cambia de registro sin pestañear: en su mayor parte una comedia ligera, a veces la cosa se pone seria y alcanza momentos de gran dramatismo. El guión juega también con retrasar indefinidamente lo anticipado por el lector (un primer beso entre dos personajes que se aman puede tardar media docena de tomos en consumarse) o con presentarle sin previo aviso giros absolutamente inesperados (uno de ellos, quedáis avisados, cuando Rudeus conoce a Kishirika Kishirishu).
Todo ello enriquece el fluir de la trama, y aunque el producto sea artificioso se sigue con gusto. Lo leemos compulsivamente, no porque vayamos a sacar un provecho espiritual de su lectura, sino porque queremos saber con quién pilla cacho el protagonista. Y eso es lo que es Mushoku Tensei, ni más ni menos: una historia kitsch de pura evasión, sin pretensiones; enervante a ratos, pero enormemente adictiva en todo momento. Como un buen videojuego.