¿Qué nos pasa a los bufones?

Quique Macías
13 de Marzo de 2017
Actualizado el 28 de octubre de 2024
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Que a Valtonyc le caigan 3 años y 6 meses de prisión por injuriar al Rey y ensalzar a ETA, no me parece de recibo. Me molesta profundamente que el primero en ir a la cárcel por injurias a la corona haya sido un rapero. No se lo merece más que yo -cómico de oficio- que llevo años riéndome a mandíbula desencajada de estos señores y de sus continuas muestras de poder. Poder que ejercen en una justicia asimétrica para que nos quede claro que la risa debe ser patrimonio del ricachón, del opulento sin estudios, del primo del potentado. Ellos deciden con qué y de quién nos reímos los demás. Con la televisión lo tenían todo muy bien controlado. Ahora la presión respecto al debate de los límites del humor ha aumentado debido a que internet ha vuelto a democratizar, en parte, el asunto del jijijí jajajá. Desde aquí acuso a todos estos poetas urbanos de intrusismo profesional. Los bufones, los cómicos, los monologuistas nunca nos metemos en sus asuntos. Por ejemplo, no nos dejaríamos matar en una guerra de bandas, aunque nos haga ilusión alcanzar cierta notoriedad con dicho incidente. Intentamos profusamente respetar el imaginario colectivo de otros oficios. No me gustan las amenazas, pero quizás ahora nos permitamos el lujo de dejarnos descerrajar un par de tiros saliendo de una licorería para que sepan lo mal que se sienta que te arrebaten lo más preciado que posee un humorista: la pataleta del poder. Respetaba a los raperos porque parecía que llevaban la vida con la misma precariedad que nosotros, que nos hemos dejado los mejores años de nuestra vida intentando atrapar un trozo de alma en una libreta sentados en un bar de madrugada. A lo sumo nos hubiéramos dejado disparar en un pie porque, grabado a sangre y fuego, sabemos que la comedia es siempre verdad y dolor. También sabemos que hay chistes que pasan como trenes de vapor una única vez en la vida y que es nuestra obligación subirnos en marcha sin valorar las consecuencias. Mi homenaje y mi recuerdo desde aquí al bufón Barbarroja de la corte española del siglo XVII, cuyo nombre real era Cristóbal Castañeda y Pernía y que, a sabiendas de que la reina se entendía con el Conde-Duque de Olivares, fue preguntado en una ocasión por el propio rey si había olivas en unos pinares de Valsaín, y no pudo hacer otra cosa que replicar “ni olivos ni olivares, majestad”. Esto le costó ser exiliado a Sevilla que, por entonces sin el Ave, estaba muy lejos de la corte. Sin embargo, el atrevimiento le valió la autoría y el reconocimiento de una de las réplicas mas risibles de toda nuestra historia. Lamentablemente, trescientos años después, el destierro parece poco castigo para Valtonyc, el cual no hizo otra cosa, adaptándonos a aquellos tiempos, que cantar unas “coplillas”. Podían haber mandado a este señor a Ibiza o a Aniñón, que sale barato pero ¡qué va! Se va a ir a prisión entre violadores, ladrones y asesinos. Creo que cuando me explicaron el despotismo ilustrado frente a la democracia parlamentaria debía de estar jugando al póker. Siempre había creído que el chiste, la crítica y la burla serían mejor recibidos en nuestro actual estado de derecho. A la vista está que no. ¡Los herederos de Caillete y Triboulet nos habríamos ganado el privilegio de ser los primeros en ir a la trena!. Cabe recordar que cuando expulsaron de la corte española a los bufones para sustituirnos por meretrices, allá por el siglo XVIII, los borbones y nosotros nos profesamos un odio recíproco y sincero. Cuando estoy solo me gusta imaginarme al panapatas de CarlosIII atusándose la peluca mientras comenta al ujier de saleta “no entiendo los chistes de esta gente tan extraña, así que por cada enano que quites, ponme un buen par de putas con pechos prominentes”. Lo siento si ofendo, pero no puedo evitar imaginarme a Albert Plá con cara de pena abandonando el palacio mientras se cruza con Bárbara y Corina. Como desconozco hasta qué año llega la ley de injurias a la corona, quizá llamando putero a Carlos III, me la estoy jugando. Como esto siga así, no nos extrañemos de ver condenado a algún guía de museo por decir que Felipe V “el Animoso” era un inhabilitado mental incapaz de gobernar. ¿A qué viene entonces esto ahora, señores jueces? ¿Por qué este desaire? ¿Por qué nos negáis la cárcel o el destierro que históricamente nos pertenece? Mi opinión es que el raperito de turno pasaba por allí. Así de sencilla es mi explicación, porque empiezo a intuir que España (incluyendo Cataluña) es un país simplón, un país de obviedades. Creo firmemente que fue lo primero que encontraron para amedrentar al personal. Este chico colgaba sus canciones gratis en la red. El fiscal lo tuvo fácil: no le hizo falta ni comprar el disco. Pudo incluso escribir el sumario en su casa alternando con un poco de porno gratis. Así lo imagino yo, tatareando la letra, dando golpecitos con en el pie y pensando que, en el fondo, el chaval tenía su flow. La conclusión es también sencilla: a los cómicos no nos meten en la cárcel porque, para acusarnos, alguien de todos los que se suben a un pedestal prestado y dicen velar por la corona, el estado, y la libertad (que empieza cuando acaba la suya), tendría que comprar antes una entrada para ir al teatro. Y eso, señores magistrados, sabiendo qué opinión les merece la cultura, nunca se les va a pasar por la cabeza.  

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