La polla se ha convertido en el nuevo ombligo. Todo el mundo se mira su polla, incluso las personas que no tienen polla. Todo gira en torno a este tótem del poderío sexual, laboral e incluso intelectual. Todo el mundo tira de polla para decir que hace lo que le da la gana, en una especie de extralimitación del concepto de libertad aliñada con algo de amenaza al otro: “hago lo que me sale de la polla”, incluso en su versión concentrada “me sale polla”.Se tira de polla para demostrar que tienes valor suficiente para afrontar cualquier situación o reto. Y marcamos el concepto con algo muy español, muy folclórico, muy torero: “¡Ole mi polla!”. Una manera de reivindicar el “yo” por encima del “nosotros”, que es como realmente se consiguen éxitos y objetivos. No estamos solos en nada, nos pongamos como nos pongamos.Sacamos la polla en procesión cada vez que podemos, con ese lastre sociocultural que denominamos heteropatriarcado y que deberíamos llamar patriarcado a secas o falocentrismo a secas. No entiendo por qué no meter en el saco machista a los no-heteros, visto lo visto en cómo arrinconan a las diseñadoras en las pasarelas, por poner un ejemplo más de polla.Aquí está mi polla. Haciendo el gesto, como poniéndola encima de la mesa, como si fuera un arma de destrucción masiva o un misil del pequeño Jong-un, el rey en esto de sacarla y que se la midan. En USA tenemos también ejemplos de golpes en la mesa con el objeto en cuestión. La saca el señor presidente cada vez que puede para presumir de país, economía o sex-appeal. La sacan los señores racistas, cargados de munición más que de argumentos sostenibles.Tenemos también un interés desmesurado en que cualquiera de nuestros enemigos o personas molestas se acerquen hasta nosotros con la intención de masticar y deglutir nuestro preciado lomo: “Ése me va a comer la polla”. Sin recapacitar sobre lo violento que debe ser dejar a una persona de total desconfianza hurgar en las proximidades siquiera de este nuestro vital órgano de referencia.Interesante también la sinécdoque (parte por el todo) usada para designarnos como hombres a partir de nuestro extraordinario apéndice: ¡qué pasa polla!, ¡dime algo, picha!, ¡Pásame eso, chorra!A alguno, cuando debería afectarle algo pero no le afecta, le empiezan a funcionar a pleno rendimiento las glándulas sudoríparas del pedazo de
miembro. Alargando la “s” de sudor como si se fueran a atragantar con ella. ¡Me ssssuuuuda la polla!Unos juegan “de la polla”, o sea, muy bien; otros no paran de pelotear y les entra hambre de chupar hasta que el Sr. Lobo pone orden; otros simplemente son tontos: tontopollas, soplapollas, gilipollas.Tanto usamos “polla” que puede sustituir a cualquier palabra: ¿Qué pollas quieres? O para cerrar cualquier frase, como en Jaén: “¿quieres callarte ya ni pollas?”.Cuando nos reímos mucho, nos partimos la polla; cuando estamos hartos estamos “hasta la polla” o “hasta la punta de la polla” (la antigua coronilla); cuando eres de lo que no hay, “eres la polla”. El verbo “ser”, aquí, asociado a la polla tanto para lo negativo como lo positivo. Porque “es la polla” necesita un contexto alrededor para explicar el signo de tu expresión, qué marca esa polla, qué tipo de indicador pretende medir.Nuestra polla como Oficina Internacional de Pesas y Medidas, que ríete tú de la de París, donde guardan el kilogramo oficial y reconocido. Para kilogramo el que tengo aquí colgado, diría más de uno. “Una polla como una olla”. Sin determinar si nos referimos al volumen de la olla, a su color, a su forma o a lo sucia que está.A veces la defensa de mi propia identidad, de lo que soy, de mis valores, de mis sentimientos, de mi manera de ser, se define, simplemente, con una frase cortita, rotunda y que deja al interlocutor sin palabras:¡mi polla!¿No estáis un poco saturados? En las redes, en los bares, en las gradas, en las teles. Venga desafío, venga violencia, venga. ¿Qué opinas de mi polla?