Sanda: Papá Noel contra el sistema

28 de Diciembre de 2024
Guardar
Sanda

Si hay un escenario canónico por excelencia para ambientar un guión de manga, este es el instituto. Clubes, delegados, uniformes y aulas rebosantes de testosterona e inseguridades adolescentes conforman el imaginario común del que se nutren no solo los aficionados al shonen y el shojo, sino también a buena parte del seinen. Desde que se publicara allá a finales de los sesenta la transgresora serie de Go Nagai Harenchi gakuen, el público de la mangasfera está acostumbrado a que la escuela de secundaria sea un lugar donde puede pasar literalmente de todo: desde la desmesura ludópata de Kakegurui a la guerra interdimensional de Fate/Stay Night. Una autora que está demostrando ser capaz de encontrar nuevas fronteras dentro de este marco tan sobado es Paru Itagaki, toda una especialista en construir historias sorprendentes sin salir de las paredes del instituto. Fascinada por los cómics de Nicolas de Crécy, una jovencísima Itagaki entró en el parnaso del manga por la puerta grande con una propuesta tan original como Beastars, donde todos los personajes son animales de distintas especies: un recurso que abría la puerta a explotar magistralmente en el guión las tensiones resultantes de juntar en las mismas aulas a herbívoros y depredadores. En una tónica semejante, aunque esta vez con humanos como protagonistas, Itagaki se embarcó en Sanda, una historia de lo más desconcertante ambientada en un instituto distópico del año 2080 en el que se materializa, con consecuencias imprevisibles, un mito largo tiempo olvidado: Santa Claus.

Aunque el punto de partida de Sanda sea una reflexión sobre la leyenda de Santa Claus, estamos aquí en las antípodas del típico pastelón navideño. Sanda es un manga con muy mala hostia; pese a su tono humorístico, es subversivo, cruel y retorcido. Ya en la solapa del primer tomo, Itagaki nos advierte que la historia es una excusa para hurgar en el complejo problema de las relaciones entre niños y adultos. Lo hace focalizándose en la figura del adolescente, esa edad bisagra en la que el individuo se encuentra en un limbo incómodo entre la infancia y la madurez sexual. Sanda caricaturiza, llevándolo al extremo, el culto a la juventud de nuestra sociedad: nos presenta un futuro perversamente distópico en el que se ha desplomado la tasa de natalidad (como en El cuento de la criada de Margaret Atwood o el Little Bird de Darcy van Poelgeest); a consecuencia de ello, los adultos se ven marginados y privados de derechos, mientras que los niños, considerados como el mayor tesoro de la sociedad, son criados intentando prolongar su infancia por medios artificiales. Los niños resultantes de esta educación son seres narcisistas, crueles, malcriados, disfuncionales... y hasta homicidas si se tercia, libres de asesinar impunemente a sus mayores gracias a las prerrogativas que les concede la sociedad. En este sentido el guión de Sanda recuerda en ocasiones aquella peli señera de Narciso Ibáñez Serrador, ¿Quién puede matar a un niño?

Frente a una masa de adultos presa de un galopante complejo de inferioridad, los niños terribles de Sanda se comportan como dueños del mundo, pero a un precio muy alto: no solo han perdido todo vínculo sano con el ciclo natural de la vida, ese que Mamá Ladilla resumía como "naces, creces, te jodes y mueres", sino que han olvidado la capacidad de desear. Es una sociedad construida sobre el síndrome de Peter Pan.

¿Y qué pinta Papá Noel en todo esto? Pues veréis: uno de los alumnos de la escuela, Kazushige Sanda, posee un superpoder (o una maldición, según se mire) que, igual que el Dr. Jekyll se convierte en Mr. Hyde y Bruce Banner en Hulk, le permite transformarse en Santa Claus: esto es, en un anciano cachas de proporciones descomunales, provisto de poderes sobrenaturales y (ejem) notablemente bien dotado. Por añadidura, Santa Claus como héroe adulto es el elemento subversivo capaz de poner en jaque las premisas sobre las que se asienta esta sociedad niñocéntrica. Como los buenos guionistas del cómic de superhéroes han sabido explotar, la doble identidad del protagonista tiene mucho de esquizofrenia. El personaje de Sanda/Santa es a la vez un niño y un adulto; esto significa que tanto su percepción del mundo como las relaciones con quienes le rodean cambian con cada transformación, en una metáfora del conflicto interior que sufre todo adolescente al verse escindido entre la infancia que le abandona y la adultez que se apodera de su cuerpo y de su mente como un huésped inoportuno.

El tratamiento de estos temas por Itagaki es cualquier cosa menos sutil: es retorcido, hiperbólico y sensacionalista (ya sabemos que manga y exceso van de la mano). En las páginas de Sanda encontramos niños asesinos de dulce sonrisa y ancianos obsesionados en mantenerse eternamente jóvenes mediante la cirugía. El tema del despertar de la sexualidad en los niños se aborda también con la delicadeza de un ariete, y la autora no se corta en mostrarnos sin tapujos la diversidad de los cuerpos deseantes de sus personajes, así como de la orientación de sus deseos; el amor lésbico es uno de los temas que se entrelazan en este manga (e Itagaki, afortunadamente, no lo trata con la ñoñería de los yuri al uso), y no se evita la cuestión tabú de la relación erótica entre niños y adultos.

Todo ello va envuelto en lo que es, a mi juicio, lo más valioso de esta obra, un elemento de cohesión sin el cual todo lo demás se desmoronaría, y es el formidable dibujo de Itagaki. La autora se aleja deliberadamente de las convenciones del manga y se enroca en ese estilo personal que ya nos había impactado en Beastars: un trazo suelto, caricaturesco y expresivo, de personajes con ojos enormes y anatomías imposibles. La desgarbada Fuyumura, por ejemplo, es un personaje inolvidable desde el punto de vista puramente plástico. El estilo de Itagaki demuestra una versatilidad admirable, al abarcar con solvencia registros tan dispares como las escenas cómicas, las eróticas y las violentas: en estas no le tiembla la mano al dibujar momentos gore que desafían los límites del shonen. Son especialmente destacables sus manos: manos elocuentes de niños y de viejos, manos con las falanges retorcidas como en un Schiele, manos callosas surcadas por venas, manos seccionadas o erizadas de cristales rotos.

Espero que a estas alturas os haya quedado claro que Sanda no es el típico cómic navideño. Es, en suma, una lectura tan divertida como turbadora, ideal para leer en estas fiestas cuando estemos hasta los cojones de buenismo y papanoeles sonrientes. En Japón la serie ya está cerrada en dieciséis tomos; aquí Ivrea ha publicado los cinco primeros, y el sexto está tardando en salir más de lo previsto. Esperemos que no haya ningún problema con la licencia y los lectores españoles podamos disfrutar pronto de la continuación de esta historia, de la que lo único que cabe prever es que será totalmente imprevisible.

Sanda, de Paru Itagaki. Ivrea, 200 pp. y 9 € cada tomo.
Sanda, de Paru Itagaki. Ivrea, 200 pp. y 9 € cada tomo.

 

Lo + leído