En la página 184 tuve que parar de leer. Y lo hice para volver a leer. Ya estaba estupefacto, pero quería volver a leerlo, comprobar que realmente alguien había escrito eso. Lo único comparable que me viene a la cabeza es el diálogo -al borde de lo imposible- en Crimen y castigo de Dostoyevski entre Raskólnikov y Petróvich. Y después de leer las once líneas milagrosas dejé el libro bocabajo sobre mis piernas, estaba leyendo en la cama, busqué un rotulador o bolígrafo en el cubilete, salió una de tinta violeta, y escribí en el margen (con mayúsculas): SUBLIME.
Tengo el hábito de subrayar los libros y también la voluntad de copiar las frases que más me gustan, después de haberlas subrayado, en las páginas en blanco, también llamadas de cortesía, que suele haber al final de los libros. De LA PISTOLA DE MI PADRE ya había subrayado y copiado unas cuantas (“Esa terapia de ir dejando en el folio frases sueltas que son de mucha ayuda”, p. 178), pero al llegar a la 184 tuve que detenerme, dejé de leer hasta el día siguiente, la noche siguiente (eran las cuatro y treinta y seis minutos de la premadrugada).
El párrafo, que no voy a copiar aquí, porque para disfrutarlo hay que haberse leído el libro entero, no sólo es maravilloso, o sublime, sino que logra todo encaja, que el lector comprenda porque Soler, Rafael Soler, ha elegido la voz de una pistola, su subjetividad, como cimiento narrativo para su libro. Hasta la página 184 la elección de una “cosa” (cosa es todo aquello que posee entidad independiente, ya sea material o inmaterial) para completar el dibujo de la familia Cortázar: El Jefe, Isabelita (qué divino lo del centauro), Carlos y Rosario (ese delicado equilibrio de ser mujer y madre).
No voy a contar mucho más sobre este libro, aunque me siento obligado a explicar que lo comencé con cierto recelo, porque hay otra novela de Soler, Rafael Soler, que me enamoró por completo, con la que le descubrí: NECESITO UNA ISLA GRANDE, y me daba miedo que esta, la de la pistola, la nueva, no me gustase. De hecho hay una anterior que todavía no he acabado: EL ÚLTIMO GIN TONIC, y no sé siquiera si volveré a ella. Siempre pienso que es imposible para un creador realizar dos obras deslumbrantes, maestras. Casi imposible. Porque Rafael Soler, para el lector que yo soy, lo ha conseguido (y ahora que lo pienso Dostoyevski sí lo consigue, pero es de los pocos).
Y también quiero añadir otra cosita: me permití recomendar LA PISTOLA DE MI PADRE desde este periódico, y desde la radio, sin haberlo leído. Pero la verdad es que lo hice así no porque tuviera la certeza, ni la intuición siquiera, de que fuese la maravilla que ha demostrado ser, sino precisamente por lo contrario, para no arriesgarme a que no me gustase y luego tener que hablar de ella (para mí es un problema, que me ha acarreado muchos inconvenientes en la vida, la incapacidad de mentir: siempre digo lo que pienso y siento; y cuando intento no hacerlo se me nota tanto, que resulta patético).
Rafael Soler me gusta como escritor y como persona (le llamo El Anfitrión en mi humilde mitología personal), y estoy muy contento de haber recomendado LA PISTOLA DE MI PADRE antes de leerlo, y también después de hacerlo.
Y aún más, voy a demostrar que nunca digo mentiras: Soler es aún más grande como poeta cuando escribe en prosa que cuando lo hace en verso.
Excelsior.