Sombra de Rosaura Álvarez

27 de Enero de 2025
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Sombra de Rosaura Álvarez

Cuando he terminado de leer, en una sentada, he dicho en voz alta —Bach sonando y el hogar encendido en la oscuridad primera de la noche—: Qué preciosidad de libro. Preciosa la edición de la Fundación Jorge Guillén de Valladolid, en la Colección —perfecta en todos los sentidos— Cortaelaire, invitando a la lectura como debe hacer una publicación; y preciosa Rosaura Álvarez, como mujer, que la conozco, y como poeta delicada y perfeccionista. He sentido la necesidad de hacer una breve nota para dar fe de la existencia de estos poemas, Una sombra, una ficción de Rosaura Álvarez, que acaban de publicarse.

Tiene uno la impresión de que esta autora, valorada por la crítica pero maltratada por el público, sino del Arte, ha hecho un ajuste de cuentas en el mejor sentido de la expresión. Porque el exceso de dedicatorias suele ser mal de poeta primerizo, cuántos arrepentimientos, pero en la poeta madura es el cariño y la justicia de saberse querida y admirada por tanta gente, es un exceso de alegría que se transmite al lector y que sirve para constatar que la vida merece la pena, a pesar de sus vaivenes; Rosaura dedica casi cada poema y hace un retrato generacional, está reconstruyendo una fe de vida y abraza así a quienes dedica, con quienes comparte alguna felicidad de la escritura, tan agreste para otras ocasiones.

El libro está dividido en tres secciones, «Sombras», «Soledades» y «Sobre la consolación», con un soneto al frente del libro como pórtico, resignado y vitalista:

“[...] Mas tengo los sentidos tan abiertos

al goce de la  luz, al suave tacto

de las rosas, el tono en dulcedumbre

 

de una voz..., que hago duelo los inciertos

y es abismo sin fondo el día exacto

en que mude mi tarde a podredumbre.”,

 

marcando el tono del conjunto, triste pero con la consciencia de quien conoce la caducidad y disfruta de la vida en vida. El tono del libro no es alegre, decimos, demasiadas despedidas, pero la sensación con la lectura es de consuelo y, por tanto, el Arte cumple plenamente su función catártica, más allá de ese ejercicio infantiloide actual de demostración del ingenio.

Abunda el endecasílabo perfectamente rítmico y eufónico, léxico y sonido bien elegidos, como hemos visto en la muestra citada, y el respeto a la cadencia cumpliendo su función lírica a la perfección —no debemos olvidarnos de la formación musical de Rosaura ni de su faceta de pintora con un bagaje no menor—:

“Amontonado todo, polvoriento,                       (acento final en 10)

están en el desván:                                             (… acento final en 6)

muñecas de mi infancia,                                    (… en 6)

los libros deliciosos,                                          (… en 6)

viejos grabados,                                                 (… en 4)

partituras amarillentas;                                      (… en 8)

mudo piano de cedro y caoba                            (… en 8)

y plumas y cartas y fotos                                   (… en 8)

y versos y versos y versos.”                               (… en 8)

 

versos imparisílabos que se alargan o acortan con intención narrativa para el conjunto y musical para la estrofa.

La parte final «De Consolatione» es un homenaje a las Artes, especialmente a una debilidad —que comparto—: la Música, y llama la atención la presencia de Falla (y Ravel y Debussy...), autores que de alguna manera están presentes en el mirador que es su casa, una estampa perpetua de Granada y de su Alhambra que es el marco constante de su existencia desde la niñez, su carmen privilegiado, su jardín, su nevada sierra y su Sierra Nevada.

Un placer estético la obra de Rosaura Álvarez, nombre que junto a Elena Martín Vivaldi, María Victoria Atencia, Julia Uceda, por no entrar en peleas generacionales, es un hito de la poesía andaluza. A qué esperan las instituciones para darle el reconocimiento que merece... ¡ah, tierra ingrata!

 

LETRILLA DEL JARDÍN

Ya mi gozo es el jardín

entre mirtos y laurel,

agua en rumor de mi ser,

dulcedumbres de jazmín...

 

PERDIDA

¡Perdida voy por mis adentros!
Siento el pisar como si en vilo fuera,

como si el duro suelo no existiese,

como si en embriaguez

perdido hallara justo punto

de equilibrio. Y constato, desolada,

que no desea sostenerme

esta soberbia tierra
(a la que aún

con tanto delirio amo).

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