La librería se llama El Faro, y está en la calle Gaztambide, concretamente en el número 24, Gaztambide número 24. He conseguido aparcar bastante cerca, en la primera perpendicular, en Meléndez Valdés. Ya estaba a punto de desistir, regresar a casa y mandar un mensaje disculpándome -y maldiciéndome por haber decidido ir en coche en lugar de en metro y así evitarme el asunto del aparcamiento. Fue entonces cuando vi un grupo de niñas, que me saludaron con la mano.
-¿Es a mí? -pregunté desde el interior del coche, como si las niñas pudieran oírme. Y, como si en efecto me hubiesen oído, una de ellas, de gran sonrisa, un poquito mofletuda y definitivamente encantadora, asintió, para a continuación señalarme un sitio vacío.
-Pero si eso es carga y descarga.
Entonces me fijé en el cartelito y comprendí que las niñas tenían razón, que era sábado, y que yo estaba buscando un Faro (literario). Me habría gustado darles las gracias, pero cuando terminé de aparcar -no suelo ser rápido- ya no había el menor rastro de ellas.
“Como en la novela”, pensé, porque en efecto en la novela La noche de Venus de Rubén Sánchez Trigos, aparecían -ya en el primer capítulo- algunas niñas.
Era una tontería, claro. Yo estaba en Madrid, Mad Madrid, en la calle Meléndez Valdés y a pocos pasos de Gaztambide y de su número 24. Aun así no pude evitar un ramalazo de inquietud. Tampoco más. Un pellizquito. Pero moví los dedos sobre la piel de malla de la mochila y comprobé que estaba la cajita en forma de corazón en la que suelo llevar, entre otras cosas, bromazepam. Sí, lo admito, soy un tipo nervioso; aunque normalmente me logro controlar con sólo saber qué tengo fármacos cerca y puedo ingerirlos en caso necesario.
-Hola -saludé, y me puse en la primera fila. No había nadie en el asiento de al lado, así que lo utilicé para posar la mochila. Estaban a punto de empezar. Ángel Luis Sucasas hacía de embajador. Tanto él como el autor estaban sentados en sendas banquetas altas y entre ambos, flanqueado por dos botellas de agua de marcas diferentes, estaba el libro: La noche de Venus.
Parecían -pido perdón- dos asesinos profesionales explicando con la máxima ecuanimidad posible por donde es mejor introducir el cuchillo si se pretende que el sufrimiento de la víctima sea largo e intolerable. Por el tono de la conversación era evidente que ambos -el presentador también es novelista, como averigüé luego- se conocían desde hace tiempo.
Medusa. Esa era la clave. La mujer capaz de convertir en piedra con sólo su mirada. Paralizar. Congelar. No se oía ni el más mínimo ruido a mi espalda, hasta Cristina, la “farera de los libros”, había desaparecido de mi campo de visión. No quise darme la vuelta. Hay que saber controlar los nervios: soy el típico tío capaz de confundir una encina retorcida en mitad de la noche con un pibón o una bolsa que se escapa de un cubo de basura con un monstruo inconcreto que me acecha y espera. Mejor seguir escuchando, aprendiendo; porque esos dos tipos lo sabían todo sobre terror. Les envidié la inteligencia de haber decidido instalarse en un género, acotar un terreno concreto que se puede conocer y llegar a dominar, como lo domina Rubén, a quien conocí hace años gracias a un amigo común, el brillante Lorenzo Rodríguez Garrido, alias Lorenzo El Joven. Llevaba tiempo sin verlo, y me apetecía tanto… No es fácil encontrar gente interesante en esta ciudad de ambiciones y semáforos.
Me quedé hasta el último momento, hasta la despedida en la acera. Bebiéndome las palabras, la buena y doble compañía. Creo que hicieron un video, y yo prometí que pondría el enlace al final de este artículo, pero si mal no recuerdo ya he dicho que soy nervioso, y eso implica una cierta predisposición a la impaciencia.
“Si espero a que me manden en enlace quizá acabe no escribiendo el artículo”.
Era mejor escribirlo, incluso sin ningún enlace, por si las niñas. Sí, nunca se sabe. Rubén Sánchez Trigos es para mí el terror en español. Aunque tiene pinta que Ángel Luis Sucasas no le va en absoluto a la zaga. Y siempre es mejor ser prudente. Por si las niñas…, sí, por si las niñas.
Excelsior.